Inundados aunque haya sol

Cloacas. Bombeo. Pluviales. Los vecinos de la calle Vieytes, entre Iriarte y Cruz, no saben cuál es la causa. Pero conocen muy bien sus consecuencias: intempestivamente el agua servida sube y los deja anegados por horas. Ni AySA ni el Gobierno porteño dan respuesta. Por Verónica Del Vecchio

 

Inundados aunque haya sol

Cuando el agua baja, sobre la vereda queda de todo: paquetes de yerba, preservativos, basura. La consternación de los vecinos de Barracas, sin embargo, no puede escurrirse por los desagües que, con lluvia o pleno sol, no dan a basto para contener ese río marrón de aguas servidas que los deja anegados por varias horas.

 

Arturo Vicouto vive hace 52 años en la misma casa donde tiene su taller de motores de náutica, en Vieytes al 1500. Una premonición tal vez de la cruz que lo persigue hasta hoy: “Yo ayer tenía que llevar a mi hija al colegio, acomodé todo y cuando salí en cuestión de cinco minutos ya tenía el agua sobre la vereda”. Esta situación se repite esporádicamente y los vecinos ya contabilizan unas nueve veces en lo que va del año. Sin embargo, Vicouto explica que es imposible prever cuándo ocurrirá: “Está cada vez peor, de golpe en una semana te ahogan cuatro veces sin que llueva”. A cien metros, Ana Mauri de 60 años, comparte un edificio junto a 21 familias expuestas a las aguas contaminadas, y relata el mismo calvario: “Yo tengo problemas de movilidad y hace poco como estaba la calle inundada me tuvieron que ayudar a llegar al otro lado”.

 

En las veredas de Vieytes al 1400 y al 1500 cada vecino buscó la forma de elevar por encima del cordón su frente y sobrellevar lo mejor posible las inundaciones. En la remisería City Car, el agua llegó a los 30 centímetros de alto: “No podés subir al auto, ni bajar a la gente, la calle es un mar”, relata Fernando Jara. En la esquina donde José tiene su puesto de diarios, la situación es un poco más crítica: “Yo me quedo aislado por dos o tres horas, ventas cero, yo vivo de esto y no puedo vender”.

 

Pero la falta de explicaciones concretas es, tal vez, lo que peor huele. Cansados de denuncias sin respuesta ante al Gobierno de la Ciudad y de presentar firmas en reclamo en la oficina de Agua y Saneamiento Argentinos S. A (AySA), el motivo de las inundaciones hoy por hoy continúa siendo un misterio. Y es que la boca de tormenta ubicada en el cruce con la Av. Iriarte se convierte en determinados horarios del día en una fuente de aguas cloacales, que en poco tiempo inunda la calle de cordón a cordón.

 

Félix, vecino hace 50 años, relata: “Un día fui a comprar comida al mediodía y cuando volví no podía entrar a mi casa, me tuve que ir a comer a la plaza hasta que bajara el agua, que generalmente tarda dos horas”, recuerda, además, que hace cuatro años atrás juntaron firmas y que “después los reclamos quedaron en un cajón”. Ana Mauri agrega que en el 2010 cortaron la calle esperando que alguien atendiera a sus reclamos, pero “este es un barrio olvidado, porque es el barrio obrero, el barrio viejo”, firma con indignación. En ese sentido, Nicolás Patrone, con 63 años en el barrio, denuncia que “las bocas de tormenta están tapadas porque nadie viene a destapar”.

 

Las denuncias de los vecinos parecieran apuntar a la oficina de AySa, ubicada sobre Vieytes al 1000. Allí, el capataz general Héctor Toscano sostiene, sin embargo, que la causa de los desbordes es que “la gente ha conectado los pluviales a las cloacas”. Toscano explica que desde la estación de bombeo Boca Barracas, construida en 1950, se colectan las aguas servidas de los conductos Ribereño- Costanero, de la zona de Flores y Microcentro, y desde allí se envían a través de electrobombas a la planta depuradora de Berazategui. Al ser consultado por la situación de las aguas servidas que brotan de la alcantarilla del cruce con Iriarte, Toscano contestó que “eso se debe a que estamos haciendo reparaciones de la bomba de bombeo, y cuando se para, rebalsa. Y se está haciendo más seguido por todas las cosas que se largan a nuestras cañerías”. Admite, además, que las cañerías fueron construidas por los ingleses hace más de 200 años, y que “como son tan chicas para la cantidad de gente que hay, ya no dan a basto, se tapan y se inunda”.

 

Pero las palabras quedan cortas, cuando en la Escuela Nº 27 “Manuel de Sarratea” el escenario se repite vez tras vez, y cuando llueve, aún más: “El año pasado hubo grandes tormentas y fue terrible, trastorna todo el funcionamiento de la escuela”, relata Graciela, secretaria de la institución a la que concurren 210 chicos del nivel primario. Alejandra Suvirá, que vive a unos metros del colegio recuerda sus épocas escolares y dice que “era un desastre entrar al colegio cuando se inundaba: me acuerdo que mi papá nos traía y nos subía a la vereda para que saltemos dentro del colegio, pero los chicos que no tenían la suerte de que los trajeran metían los pies en el agua”.

 

Graciela cuenta que los día de desborde tienen conexión con la Escuela nº20, que tiene salida por la calle San Antonio, porque sino “hay chicos que no entran o que directamente no los mandan”. Pasaron los años y los vecinos siguen sin respuestas, con el agua hasta los tobillos y las botas siempre a mano, esperando que algún día, la situación se revierta.