La tragedia continúa

 El 23 de febrero pasado el bombero voluntario de Vuelta de Rocha y vecino de La Boca, Diego Oneil, sumó su nombre a la lista de héroes muertos como consecuencia del incendio de Iron Montain. A menos de un año del derrumbe, otro sobreviviente ya se había quitado la vida. Los familiares alertan que la falta de contención psicológica de parte del Estado puede provocar otras muertes.  Por Martina Noailles

La tragedia continúa

 Diego fue un sobreviviente que no sobrevivió. Por algunos segundos, se salvó de ser aplastado por la pared que cayó en el incendio de Iron Montain; pero no pudo escapar del dolor de las ausencias. Seguía conviviendo con las imágenes, los sonidos y el olor de una tragedia que se llevó a su mejor amigo. Hasta que la mañana del 23 de febrero decidió terminar con tanto.

“Iban a salvar a otros y a volver juntos… Diego no se perdonó nunca no haber podido traer de nuevo al cuartel a Facundo”. Mientras le da la teta a su bebé y busca otra palangana para apaciguar las goteras, Jenny intenta encontrar las razones que llevaron a su hermano mayor a quitarse la vida dos habitaciones más allá. Todas las explicaciones llevan el sello de Iron Montain y la falta de contención hacia los sobrevivientes y sus familias, luego del incendio donde murieron 10 personas, entre bomberos y rescatistas.

Como Facundo Ambrosi y Sebastián Campos, Diego Oneil era parte del cuartel de Bomberos Voluntarios de Vuelta de Rocha. Allí no hubo psicólogos ni antes de Iron Montain, ni después ni ahora. Lo mismo ocurre en la mayoría de los cuarteles de voluntarios que prestan servicios en todo el país. Esa falencia se sintió con fuerza luego del 5 de febrero de 2014, pero también es una necesidad en lo cotidiano. “Es importante que haya contención siempre. Imaginate cuando ellos van a pagar el fuego a una casa con criaturas. La desesperación de salvar esas vidas, sus cosas… y después volver a tu casa y saber que quizás se perdió a alguien de esa familia, que en muchos casos son tus vecinos”, analiza Jenny.
 
Mimí es la mamá de Sebastián Campos, otro de los jóvenes que murió en el derrumbe de Barracas. Su familia tampoco tuvo asistencia luego de Iron Montain. “No sólo debe haber contención a los bomberos, también es necesario que la haya para los que nos quedamos viendo por televisión, esperando ver vivos a nuestros hijos, hermanos o maridos”. Mimí coincide con Jenny en la angustia de quienes acompañan a estos hombres y mujeres que deciden arriesgar su vida para salvar la de otros. 
 
Después del 5 de febrero de 2014, desde el Estado llegaron medallas y condecoraciones. Pero ni noticias de un equipo de psicólogos, imprescindible luego de una tragedia como la de Barracas. Sin contención y sin Justicia, sobrevivientes y familiares suman sus muertes a la de los suyos. El anteúltimo día de 2014 se quitó la vida Mario Colantonio, rescatista de Defensa Civil y bombero voluntario de La Boca y de San Telmo. Al igual que Diego, no pudo salir de la tristeza. Y al igual que Diego, no tuvo ayuda profesional. Así lo aseguran su familia y sus compañeros.
 
“Es hora que en los sistemas de emergencia se les empiece a dar importancia al stress post traumático”, decía en su Facebook uno de sus compañeros al conocer la noticia de una nueva pérdida. El bombero Julio García, también lo denunciaba: “Sólo somos números. Más aún para (el ex director de Defensa Civil, Daniel) Russo que en su momento cuando debió prever este tipo de incidentes post traumáticos prefirió seguir su actuación ante las cámaras y frente a quienes le reclamaban por su ausencia como persona a cargo de gente que demostró su compromiso con la emergencia y quedaron a la buena de Dios”.
 
Ante esta situación, la familia y amigos de Diego Oneil junto con la de Colantonio y otros bomberos y rescatistas de la Ciudad están pensando en organizar una marcha para reclamar que en todos los cuarteles haya equipos psicológicos. “No queremos que haya más muertes que se podrían evitar”, explica Jenny. “Lo de Diego es el resultado de la desidia y el abandono”, escupe bronca la mamá de Sebastián.
 
El Facha
Gel, cremas y anteojos negros. Traje impecable, moño y delineador para salir en la murga. Quizás por esa obsesión de verse siempre bien, sus amigos del barrio y del cuartel le decían “El Facha”. A Diego lo conocía toda La Boca. Hincha del xeneize, vivió en la esquina de Almirante Brown y Olavarría desde que nació. Junto con sus hermanos Jennifer y Gastón (Toti) fueron parte del oratorio del San Juan Evangelista, una experiencia que reúne a cientos de jóvenes del barrio. “Los tres íbamos al Oratorio desde chiquitos. Fuimos colaboradores de la colonia, del oratorio, estuvimos en la murga un montón de años, fuimos de campamento, compartimos un montón de cosas. Fueron los mejores años de nuestras vidas, juntos”, recuerda Jenny.
 
Allí también eran parte de la murga Los Pibes de Don Bosco. “Diego tocaba el repique muy muy bien”, dice Pato, bombero y uno de sus amigos mayores de la parroquia.  “Todo lo que fuera música le gustaba y sabía hacerlo. El repique en la murga, la batería en los actos del colegio. Ahora le enseñaba a tocar melodías en el órgano a mi hija”, coincide su hermana.
 
Todo ese camino lo compartió con Facundo Ambrosio. Eran amigos de la infancia. “Era como de la familia, el que todo el tiempo lo estaba conteniendo, el que lo guió al cuartel. Por eso, al perderlo, Diego cayó en un vacío”. Durante los últimos años, Facundo y Diego también eran parte de la murga “Bombo, platillo y elegancia”. Tras la muerte de Facundo, Diego llevó un estandarte que, como el parche de los bombos, rendía homenaje al joven bombero. En el último carnaval, era el encargado de la fantasía haciendo bailar en lo alto a un dado gigante. 
 
“La murga era su pasión. La amaba. Se fijaba que el traje y la camisa estén limpitas, me pedía que lo delineara… El sábado se había ido a comprar un moño nuevo porque pensaba que lo había perdido”, añora Jenny.
 
Otra pasión que tenía Diego era cocinar. Su sueño era tener un restaurant. Para eso estudió y se recibió como chef en la escuela del Gato Dumas. “Cocinaba como los mejores. Siempre le pedíamos que nos hiciera algo. Sus salsas eran riquísimas”.
 
Después de Iron Montain Diego estuvo en Vuelta de Rocha 5 meses más. “Antes de lo que pasó estaba muy contento de estar en bomberos. Estaba orgulloso de lo que estaba haciendo. Y nosotros también. Estaba encontrándole otro rumbo a la vida, ayudando a mucha gente. Dando su vida para salvar a otras”. Sin embargo, luego de la tragedia, las cosas cambiaron: “Me contaba que había problemas con la directiva, estaba enojado con esta situación, que estaba todo mal, que se movió mucha plata. Nos contó que habían cobrado bomberos que ni siquiera habían estado, de donaciones que nunca aparecieron”, señala la hermana. Sus palabras se repiten entre algunos bomberos que se fueron, otros que fueron expulsados, y en denuncias presentadas ante la Justicia y Defensa Civil sobre esas y otras “irregularidades”.
 
Ya fuera del cuartel Diego tuvo trabajos esporádicos. De hecho lo habían echado de Coto una semana antes de morir. “Al salirle algo mal se venía abajo. Algo siempre pasaba, o una novia o el trabajo, todo lo tiraba para atrás de vuelta. Como que quedó en un pozo depresivo”, relata Jenny.
 
La ausencia de Facundo era lo que estaba más presente en ese pozo. Cada fecha, cumpleaños, aniversario. Decía verlo en sueños y también despierto.  “Estaba obsesionado. En enero pasado, para el cumpleaños de Facundo, le pidió a mi mamá la medalla que le habían dado por lo del incendio para llevársela al cementerio”.
 
El 5 de febrero, en el homenaje por el segundo aniversario de Iron Montain, Diego fue quien encendió la vela por Facundo. Ante el pequeño altar, le dijo a su amigo que pronto estarían juntos. No era la primera vez que le hacía la promesa. “Yo le decía que pensara en su hijo, que en Facu no se terminaba la vida, que era algo que tenía que superar, que iba a costar, pero que había que superar”, recuerda Jenny y enseguida aclara: “Ahora yo lo entiendo, ahora lo entiendo”.