Impronta porteña

De la mano del tango, el filete obsesiona a los turistas que visitan Buenos Aires. Pero pocos conocen el origen de este arte que decoró carros de lecheros a principios de siglo, dejó su marca imborrable en los colectivos de los 70 y que hoy atrae desde carteles publicitarios. Por Verónica del Vecchio.

 

Impronta porteña

Algo así como la chica del barrio que adelgazó, se tuneó un poco y empezó a llamar la atención, es lo que pasó con el filete porteño. Dando sus primeros pasos a principios de siglo XX, no fue hasta 1975 que este arte tanguero empezó su recorrido hacia una nueva faceta. Ese año se sancionó una ley que prohibía su uso en las líneas de colectivos, y aunque todo parecía indicar su muerte inminente, no fue más que el trampolín para llegar más alto. Hoy los jóvenes redescubren este oficio, y marcas como Coca Cola, Puma y Mercedes Benz usan sus firuletes para publicitar sus productos, o sacar a la venta ediciones limitadas con un rasgo particular: una impronta porteña bien definida.

 

Basta con caminar por las calles de San Telmo o Caminito para ver que hay dos rasgos inseparables que visten la fachada de los locales y cafés: el tango y el filete, los Batman y Robin de la cultura argentina que obsesionan a turistas gringos que pasean con sus verdes, y que son capaces de pagar una yerbera fileteada a un precio elevado con tal de llevarse un pedazo de ese aire a conventillo y callecita angosta de Buenos Aires. Pero esta técnica de cuna porteña no siempre tuvo un valor tan alto. Su origen como un arte decorativo lo posicionó frete al común de la gente como una herramienta para resaltar los carros del panadero o el lechero, o para enmarcar alguna frase pícara, de esas que abundan en las rutas: “Será nene, será varón, ¿quéres saberlo? ¡Subí al camión!”.

 

Alberto Pereira, maestro del oficio hace 58 años, cuenta que recién en 1968 esta práctica dejó de ser la cenicienta del arte, cuando Nicolás Rubió, un pintor catalán radicado en Argentina, expuso sus obras por primera vez en la galería Wildenstein sobre la calle Florida. “Antes se lo consideraba un arte menor porque era el que se usaba en los carros y lo consideraban berreta”, explica sin vueltas Pereira. Para este hombre de 71 años nombrar al filete es hablar de su pasión, es recordar “cuando se terminaba de filetear un colectivo y el dueño hacía un asado para todo el taller”. Los tiempos, sin embargo, cambiaron: ya no hay carros, y los choferes no son los dueños de sus unidades, sino las empresas.

 

Para 1975 una ley nacional “descabellada”, como la define Pereira, prohibió el fileteado en los colectivos de la capital. Fue entonces cuando muchos maestros de esta técnica buscaron que su arte sobreviviera, ya fuera haciendo carteles, obras de caballete o fileteando objetos.

 

Según José Espinosa, quien aprendió del polaco León Untroib, considerado uno de los padres del filete junto con Carlos Carboni, son los jóvenes quienes sostienen hoy esa misma línea y mantienen vivo al filete: “Yo veo chicos muy jovencitos haciendo filete que parecen hombres de 80 años, porque lo hacen con mucho respeto”, ejemplifica el maestro que enseña en el Museo del Filete, en Defensa al 200 (San Telmo). En ese espacio, adolescentes y no tanto, aprenden el oficio “no solo para ganar dinero, sino por pasión”, dice Espinosa. Además, tira un dato interesante: "Antes, nunca se le había dado tanta importancia al filete, porque es una técnica de pintura netamente argentina".

 

Pereira amplía esta idea, y dice que "las flores, el Gardel, el caballo y la virgen del Luján” son emblemas propios del estilo argentino, y que a diferencia de lo que ocurrió en otras partes del globo, “en nuestro país siempre se trató de llevar una armonía".

 

Pero, ¿en qué momento el filete empezó a ser reconocido por turistas y porteños como un sinónimo de la identidad rioplatense?

 

El pionero en el filete sobre cuerpo humano, Alfredo Genovese, aclara el panorama: “Hasta la década del `70 el fileteado iba adosado a los vehículos, haciendo su percepción mucho más fugaz debido al movimiento”. Según este filetero de vanguardia, el cambio de soporte convirtió al espectador en un “observador”. Además, Genovese, que pintó su segunda serie limitada para Coca Cola en 2009, realizó diseños para Nike en 2006 y llevó al límite de lo impensado esta técnica fileteando un toro vivo, el “bull painting”, sostiene que “al ser el fileteado más visible, su mensaje llega a diferentes tipos de públicos, y se convierte en una herramienta comunicacional tan vasta en sus posibilidades como lo es en su uso”.

 

Así, el filete porteño, con más de un siglo de vida y desafiando a las malas lenguas que querían darle el pésame, supo adaptarse. Se inmortaliza en el guiño de ojo de un Gardel rodeado de firuletes y símbolos patrios en un cartel publicitario, o en los objetos más variados que la gente lleva a los talleres para que los maestros les soplen su arte. Pereira explica que ahora está fileteando “los recuerdos de la gente”. A su taller le llevan desde regaderas hasta radios viejas, lámparas y muebles. Y afirma: “Hay muchos que dicen que el filete ya murió, yo digo que no murió, solamente cambió de escenario”.