Abandonados

 

Gonzalo Reynoso tenía 16 años y murió apuñalado por otro joven en una esquina de La Boca. Drogas, peleas, incendios y gatillo fácil se multiplican en un barrio donde los pibes no encuentran salida. Muertes violentas ninguneadas por una política pública que tiene la responsabilidad de protegerlos. Para que no haya más Gonzalos, ni Pitus, ni Polas, el barrio marchará el 4 de diciembre. Unirán sus gritos para exigir un presente de inclusión social, que permita un futuro digno para los pibes. Por Martina Noailles

 

Abandonados

 

“Era un terremoto pero se hacía querer”, dice Daniel, traga saliva y muestra el tatuaje con la imagen de su hijo que se estampó en el pecho días después de su muerte. Gonzalo murió el domingo 19 de octubre luego de recibir una puñalada a plena luz del día. Fue en la esquina de California y Pedro de Mendoza donde desde hace cuatro años funciona un parador para adolescentes en situación de calle. Para pibes que no son del barrio y que suelen tener peleas con los que habitan en barrio Chino. Como la que mató a Gonzalo, quien con sus 16 años recién cumplidos fue víctima de la violencia parida por la injusticia social y el abandono de un Estado que decide no ver ni oír a los pobres. Porque el parador La Boquita, donde pasaba las noches la otra víctima que esta vez fue victimario, fue instalado allí sin ninguna articulación con los vecinos, organizaciones e instituciones que reclamaban la continuidad del centro comunitario que funcionaba en el mismo lugar, donde los pibes del barrio hacían actividades sociales, recreativas y culturales. También Gonzalo.
 
Son incendios, peleas, drogas y gatillo fácil los que matan a los pibes pobres de este borde sur que intenta no hundirse, a pesar de la ausencia de políticas públicas para ellos y de la presencia de políticas públicas para otros. Por eso, por la muerte de Gonzalo y porque ya hay demasiados Gonzalos en el barrio, sus vecinos salieron a la calle y allí se quedaron durante varios días. Además de la represión, la única respuesta -obvia- fue cerrar las puertas del parador. Pero eso, todos saben, no impedirá nuevas muertes.
 
Por eso, para gritar más fuerte, el 4 de diciembre convocan a una marcha masiva para hacer visible este terrible abandono que deja a los pibes al desamparo.
 
A partir de esta nueva muerte en La Boca, vecinos y miembros de organizaciones e instituciones del barrio se reunieron para analizar la situación, organizarse y consensuar los pasos a seguir. El diagnóstico está a la vista: Pibes sin presente y, de no cambiar algo, también sin futuro. Vacío constante de políticas públicas, espacios por donde el narcotráfico se escurre sin obstáculos.
“Reclamamos recursos para educación, salud y todos los programas involucrados en la atención de niños, adolescentes y jóvenes con derechos vulnerados”, señalan las maestras del Paebyt, un programa que le brinda la oportunidad de terminar la primaria a los mayores de 14 años. Durante el último año Gonzalo iba al Paebyt que funciona en la Organización Los Pibes.
 
Jorge, el papá de Pitu y Pola, también se acercó a la reunión. “Hay que sacar a los pibes de la calle, pero no con represión”, pidió. Beatriz, otra vecina que sostiene una congregación cristiana en barrio Chino, exclamó: “Trajeron el parador y largaron a los chicos ahí para que se arreglen. Esos chicos necesitan contención sino es pan para hoy, hambre para mañana”.
 
Leo, del Movimiento Para Todos, Todo, y trabajador precarizado de un parador en Bajo Flores, relató la cruda realidad de esos espacios a los que definió “depósitos de pibes y no lugares de reinserción”. “El problema –analizó- es cómo funcionaba ese parador, no el parador en sí mismo. Las problemáticas están en el territorio y llegan a los paradores sin una política integral”.
 
En cuanto a la falta de espacios recreativos y deportivos que arranquen a los chicos de la calle, Lidia, del Comedor Esperanza, recordó que en La Boca no quedan ni canchitas para que jueguen al fútbol. Matías, de la agrupación Boca es Pueblo, apuntó al único club que tiene el barrio pero que le da la espalda a los más pobres: “La dirigencia del Club Boca desde hace tiempo tiene una política elitista. Es increíble que en el barrio del club más popular del país los pibes tengan que patear la pelota contra el paredón de afuera. Los pibes ven al club como un monstruo. Tenemos que exigir que abran sus puertas y den becas para los chicos del barrio”.
 
Después habló Rodrigo, miembro de la juegoteca que funciona al lado del parador, para chicos menores de 13 años. “Creo en el juego como herramienta para poder crecer. Hay que promover estos espacios, que se conozcan, que haya becas, inserción laboral, bolsas de trabajo para sacar a los pibes de la calle”. 
 
Ángeles es maestra de apoyo escolar, vecina y miembro de la Red solidaria de trabajadores de La Boca. Habla con bronca. “Sostenemos a algunos pibes pero no llegamos a todos. Esto va más allá de las intenciones de los trabajadores. Tiene que ver con las condiciones de vida, con el avance del narcotráfico, con el vaciamiento de las políticas públicas”.  
 
Así fueron hablando uno a uno. Con tristeza, impotencia, bronca pero a la vez con la convicción de que hay que llevar el reclamo a la calle. Que los responsables de que los chicos sufran ese abandono tienen que escuchar y dar respuesta. Por eso, el 4 de diciembre a las 17 concentrarán en Caminito, Vuelta de Rocha, para unir esos gritos y exigir no más muertes de pibes pobres, por un futuro para los que apenas arañan un presente.
 
A Gonzalo lo crió su papá Daniel y su abuela desde que su mamá se fue cuando él tenía 3 años. Pasó por todos los espacios comunitarios del barrio: comedores, Casa Rafael, Torcuato Tasso, la Casa del Niño y el Adolescente, la Defensoría, el CESAC, el Paebyt, Puentes Escolares y la lista es eterna. Allí encontró la música, el juego, la educación, la psicología, la contención de trabajadores, militantes y vecinos que día a día dejan todo por los chicos más vulnerables. Pero no alcanzó. “Siempre quisieron lo mejor para él, siempre nos apoyaron en todo… no tengo palabras para ellos –reconoce el papá-. Se apegó a muchos de ellos y aprendió mucho de ellos. Si no hubieran estado quizás a Gonzalo le hubiera pasado esto antes”, dice resignado a que la muerte, por estos pagos, llega antes de lo esperado. “En realidad se puede evitar con un plan… pero si estás a la deriva como acá, estas muertes son inevitables”.
 
Es que la imagen se repite. En esas cuadras, las muertes violentas de adolescentes suman cuatro en poco tiempo. “El Dibu, el Pitu, el Pola y el Gonza”, enumera Daniel y los imagina en este momento jugando al fútbol juntos, quién sabe en qué lugar. El Dibu fue asesinado brutalmente hace un puñado de años y el Pitu y el Polaco son Héctor y Víctor Herrera, los hermanitos que murieron hace sólo trece meses en el incendio de Melo y Coronel Salvadores. Y si se amplía la cuenta al resto del barrio de La Boca hay al menos otros diez chicos que murieron en incendios en los últimos 5 años. ¿Y el Estado?


 

¿Casualidades?
El parador La Boquita abrió en California y Pedro de Mendoza dos años después del resistido cierre de un centro de recreación para chicos del barrio. Conocida como la Esquina Solidaria, allí funcionó durante 16 años el ex Centro Comunitario Nº1 , donde se realizaban tareas socio culturales.
La decisión de abrir el parador en ese lugar fue de la Subsecretaría de Promoción Social del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad que, por entonces, estaba a cargo de Soledad Acuña (PRO). El parador fue “tercerizado” y su funcionamiento estuvo, hasta la muerte de Gonzalo, en manos de la Fundación Convivir que preside Mercedes Aranguren.
Soledad Acuña es ahora subsecretaria de Equidad Educativa del Ministerio de Educación porteño y junto con la directora de Estrategias para la Educabilidad, Andrea Bruzos, fueron las responsables del cierre del Programa Puentes Escolares en La Boca. Bajo el argumento de que ese espacio ya no hacía falta en el barrio, mudó compulsivamente a sus docentes al Bajo Flores y dejó a treinta pibes sin esa herramienta de fortalecimiento educativo que les daba un objetivo para levantarse cada mañana. Gonzalo era uno de ellos.
 
 
Tiempo
La ambulancia tardó entre 30 y 40 minutos. No hay ningún testimonio que diga lo contrario. Mientras tanto, Gonzalo esperaba desangrándose. Sus amigos tapaban como podían la herida en la nalga. En la espera, pidieron ayuda a un prefecto que estaba cerca. Se negó a subirlo a su móvil. “Me va a manchar el tapizado”, dijo.
 
Ya en el Argerich, Gonzalo estuvo en una camilla por una hora y media más. Hasta que se descompensó. “Papá, me muero”, le dijo a Daniel que le repetía: “Dejate de joder Gonza, que ya nos vamos”. Ahí, recién, lo llevaron al quirófano. Ya era tarde. No pudieron cerrar los vasos que rompió el puñal. Daniel, pero también algunos médicos que conocían a Gonza del barrio, creen que si lo atendían a tiempo podría haber sobrevivido.