Mire, no deje de mirar

El Circuito Cultural Barracas estrenó "Barracas al fondo", una obra que se suspende por lluvia. ¿Cómo es posible? Bueno, es que en realidad se trata de un recorrido teatral que no sólo camina por el barrio, sino que, a través de la farsa, desanda una fragmentación que duele. La cita se reanudará en octubre, cada domingos a las 15, ahí en Iriarte al dosmilcién. Por Facundo Baños

 Mire, no deje de mirar

La República aceptó a regañadientes dar un paseo por Barracas en el carro de un ciruja. Parece que es ella nomás, ¡nada de imitaciones! La mismísima República que se vino un domingo a ver qué onda por el sur. Pero así como llegó, ya está con ganas de irse. Pone la boca de costado y el espanto se le escurre por algún lugar de la cara. El carro que la lleva anda medio descuajeringado y para colmo muerde un empedrado que está a la buena de dios: será por eso que la municipalidad ni se preocupa. Ahí va ella dando saltitos, con las manos entrelazadas y rogando que el vestido no le tome olor. Las doñas del barrio rinden culto a esa señora refinada sin siquiera sospechar que es de otro lado. Barren el polvo de la vereda y sueñan en voz baja con un lugar más merecido.

 
Barracas al Fondo es una obra teatral y callejera que brotó de las entrañas del Circuito Cultural Barracas, ese galpón colorido de Iriarte que lleva dos décadas sonriendo a cada peatón y diciéndole que se pase cuando quiera, que las puertas están abiertas. Más de 80 hicieron caso y te cuentan que la vida está llena de alegrías cuando es compartida con otros con el arte como juego. Pero se ve que andaban inquietos ahí, en el galpón, porque salieron al sol como la cigarra y ahora dejan que el riachuelo les salpique la mejilla.
 
Los domingos a la tarde emprenden este viaje de algunas cuadras que es como una bolsa de años que se envuelve con el viento. Los espectadores son caminantes y los actores se cambian la ropa detrás del árbol y a la vuelta de la esquina. La calle es tabla y bambalina. Iriarte se pierde pronto y ya comienza la caída. Es una caída mental porque el suelo no se tuerce. Es el barrio de atrás que cuelga de un piolín y se aferra al mapa como puede. Es la geografía rara que te incrusta debajo de un puente. Es la estación vacía de la foto y el tren que le quita el aire a esas callecitas que parece que van a morir asfixiadas. Es paisaje vivo contra natura. Es el fondo que sigue ahí porque no tiene remedio o quizá sí, quién sabe, y lo mismo él ahí está. Porque cuando un barrio considera que tiene un fondo, es porque da por hecho que unos viven en la parte de adelante y otros en la de atrás.
 
Una orquesta triste toca música y desaparece. El público itinerante tal vez la olvida, pero vuelve a aparecer. Un canario se escapó hace tiempo y la vecina de enfrente mira de reojo a un hombre que no tiene ni jaula. Hay un pibe con revolver que le apunta a la desgracia y una nena maquillada que se sentó en el cordón. Un globo que se fue al cielo y las promesas pinchadas de los mismos de siempre.
 
Tiene olfato agudo la muchachada del galpón: habrá aprendido de los perros curtidos que hacen esquina en Salom, sin collar y sin vacuna. Huelen de lejos la tormenta, sienten la piel del viento que se desata y salen a la calle casi por instinto. Como la chica que se agarra la pollera o el jovato que se sostiene la peluca. Ellos cuidan su barrio para que no se vuele.
 
Una bandada de pibes se apostó en la cripta de las vías. Velan agazapados el paso vacilante de los que acompañan la obra de teatro sin saber a dónde va. Migrarán más tarde a alguna de las rendijas del lado b de la ciudad. Ellos no tienen función: se agotaron las entradas de la realidad y apenas si encuentran consuelo en la ficción ajena. Les bajan el telón en el semáforo, en la avenida, en el bar que los raja y en el chino que los filma en HD. Sus madres se rindieron de hacer lo que pueden y ahí están, cobijadas con frazadas, soportando el invierno que es la única estación que conocen desde que tienen memoria.
 
Los chicos del cordel vienen inmunizados de fábrica igual que los perros de la calle. Una señora de la otra cuadra le cobra a un hombre para dejarlo dormir en un pedazo de su vereda y a cambio le garantiza que no va a llamar a la Policía para que lo venga a levantar. La miran fulero, pero ella dice que está en su derecho porque esas baldosas son de su propiedad. Y en el contenedor de más allá forman fila cuatro personas, como si fuera un cajero automático.
 
La bolsa de los años de Barracas flota en la zanja del pasaje Algarrobo. La nena del cordón se puso de pie y echó a rodar calle abajo. La República de allá olvidará a la primera siesta las historias de aquí. Sus recuerdos recortados de esta gente borroneada serán risas en la próxima reunión. Contará que hubo una plaza donde el barrio se juntó. Dirá que celebraban sin motivo y que eso al fin la deslumbró. Se entristecerá de golpe y dejará de prestar atención a las conversaciones de los demás. Añorará en silencio la plaza y la celebración de los que creyó que no tenían por qué brindar.