Comer poquito y mal

Cada vez hay más personas que se acercan a los comedores comunitarios a buscar un plato de comida pero las materias primas que reciben las cocinas son menos y de peor calidad. Además, este año, en los barrios más vulnerables se registra en los niños un promedio de sobrepeso del 38 por ciento.

Por María Sucarrat
Comer poquito y mal

Ya lo había dicho, a fines de mayo, el economista Miguel Ángel Broda, confeso hincha de Macri pero no de su política económica: “Yo veo que vienen tiempos difíciles para la Argentina y lo que el Gobierno tiene que asegurarse es que la gente coma, para decirlo de algún modo. La búsqueda de disminuir los desequilibrios básicos tiene que estar acompañado por comedores abiertos siete días por 24 horas. Habrá gente que sufrirá el ajuste de los precios de los alimentos”. Y Broda no se equivocó. Teoría pura de un ortodoxo de la economía neoliberal que, como de costumbre, no llega a la práctica. La realidad no saltea a ninguno de los comedores que hay en la ciudad ni tampoco a los de los sucesivos cordones bonaerenses, feudo de la gobernadora María Eugenia Vidal. Y aunque los datos varían en mucho según la zona, el sur porteño continúa en el top ten de los olvidados o los menos atendidos. La administración de la pobreza está a la orden del día: la gente aumenta, la comida falta. La predicción de Broda se cumplió en parte por dos cuestiones. La primera es que si bien los comedores están abiertos, tienen muchos menos alimentos para ofrecer. La segunda, que a pesar de la escasez, los niños y niñas en los barrios del sur registran un 38% de sobrepeso por la mala alimentación. En la Villa 21-24, por ejemplo, el Movimiento Darío Santillán tiene tres comedores abiertos a todos los vecinos y vecinas, sin importar su edad. Uno está en la entrada del barrio, otro en la manzana 10 y el tercero en la 24. “Desde la llegada del macrismo pero sobre todo este último año, creció el número de los que se acercan a pedir un plato de comida. Hoy fuimos a reclamar a Desarrollo Social porque la baja de alimentos es desastrosa y cada vez hay más y más personas que vienen a buscar para comer”, dice Francisco “Pancho” Farina, integrante del MDS. Las bolsas de alimentos llegan a uno de los comedores e inmediatamente se dividen en tres. Si bien los locales están cerquita, se decidió separar las cocinas para beneficiar a mayor cantidad de personas. Esta semana, a un comedor de La Boca al que llegaban casi 60 pollos de entre tres y medio y cuatro kilos cada uno, llegaron 27,60 kilos de pollo deshuesado. Sin embargo, a pesar de la movida “Chau panera”, lanzada en abril por el Gobierno de la Ciudad y que pretende excluir el pan de la mesa de los comedores, llegaron al local 230 unidades de panes felipes, de 70 gramos cada uno. Las harinas que se quitan de los comedores de las escuelas, van a parar a los comunitarios. Y para acompañar los 27 kilos de carne de pollo, el camión del gobierno porteño bajó 2,30 kilos de morrones, 1,15 de apio, 12 de cebolla, 1,15 de puerro, 14,35 de zanahoria y 9,20 de zapallito redondo. Durante una semana, los cocineros de los comedores tendrán que usar la imaginación para convertir esas cantidades en almuerzos para 230 adultos y meriendas para 110. Desde los comedores están cansados de reclamar. El procedimiento es el siguiente: para que los Grupos Comunitarios del Gobierno de la Ciudad envíen la mercadería, cada comedor debe presentar un listado de beneficiarios. Luego, desde esas dependencias enviarán trabajadores sociales para inspeccionar el lugar. Ellos se ocuparán de ver la infraestructura, las cocinas, las cuestiones de seguridad. El listado va variando según la cantidad de personas que se van acercando a los distintos comedores y, por ende, la cantidad de mercadería se actualiza. Sin embargo, en los últimos meses no sucede sino todo lo contrario. Los encargados de las cocinas no dan abasto. Ya no saben cómo multiplicar la comida. “Pequeños Camioneritos” es uno de los tres comedores para niños y niñas hasta 18 años que sostiene el gremio del Sindicato de Choferes de Camiones en la Ciudad. Sin ningún tipo de ayuda del Gobierno porteño, funciona desde hace siete años en La Boca y es abierto a la comunidad. Cualquiera puede asistir. Una adolescente de 15 años cruza la puerta de Aráoz de Lamadrid 623 con un bebé de pocos días en sus brazos. Apenas entra dice “Hola. 303”. Matías Luján, el encargado de marcar las entradas y las salidas, le responde “Hola. Pasá, por favor. Hoy hay pizza”, y pone un tilde en uno de los cuadraditos que tiene en un papel. “Todos los días llegan hasta acá 450 chicos y chicas. Los más pequeños vienen con sus mamás. Los otros, solos. Tenemos varias cámaras en el salón para monitorearlos mientras están comiendo por si surge alguna pelea y así intervenir de inmediato”, cuenta a Sur Capitalino. Doscientos chicos más se acercarán después de las dos de la tarde para practicar ajedrez, básquet, boxeo y fútbol, hasta las nueve de la noche. En el cuarto de almacenamiento, hay mercaderías de primeras marcas y la cocina es impecable. “La cosa cambió desde hace un tiempo. Recibimos más personas y también gente que no está en las últimas pero que trae a sus hijos a comer para así ahorrarse el almuerzo y poder cenar mejor”, dice Matías. “Carne nos están bajando poco y nada”. Johe es responsable de otro comedor comunitario de Barracas: “Antes venían pollos por unidad y ahora mandan por kilo. Nosotros cada vez cocinamos para más gente, grandes y chicos. Y todos los días se suman a la cocina nuevos vecinos y vecinas que quieren participar porque tienen necesidades alimentarias y, por supuesto, laborales. El alimento no alcanza para abastecer a todos. Es una situación sumamente complicada”. En el comedor La Lecherita, que coordina la Corriente Clasista y Combativa (CCC) en la villa 21-24, coinciden en el aumento de la demanda: “El año pasado –dice Susana- venían entre 120 y 150 personas por día, ahora tenemos más de 200”. El lugar funciona desde el mediodía y hasta la noche, en un espacio que les cedió, hace tiempo, el entonces Padre Pepe Di Paola de Caacupé. “Amor y Paz” es un comedor que funciona desde 1989 en Manzana 28, Casa 1, Barrio Tres Rosas, también en la Villa 21-24. Hoy asisten 489 beneficiarios, 100 más que en diciembre de 2017. “Teníamos una sobrepoblación bastante grande por eso pedimos más lugares. Una vez a la semana nos mandan los alimentos secos y todos los días lo fresco: carne, pollo y verdura. Estamos cubiertos en ese plano pero no en lo edilicio y realmente la necesitamos”, cuenta Lidia Robledo. 

Pesos y sobrepeso 
Paz Ochoteco es coordinadora de la Fundación Temas y se ocupa de la medición de peso y tallas de niños y niñas de la Villa 21-24. Explica a este diario que durante el año se viene sosteniendo un promedio de 38% de sobrepeso en general, aunque hay grupos en que ese aumento es notoriamente superior, de entre 47 y 48 por ciento. “Eso ocurre por la calidad de comida que se brinda tanto en los comedores abiertos a la comunidad como en los escolares. Sobre todo en los últimos, en los que se ofrece mucho sanguchito, galletita, mucho alfajor”. En la Fundación Temas todos los días se ofrece un desayuno y una merienda a 150 niños y niñas del barrio. “Durante estos meses, nosotras vemos, sobre todo en el turno de la mañana, que muchos niños y niñas llegan a la escuela sin haber cenado la noche anterior”, dice. “Es histórica la merienda o el desayuno con alimentos poco saludables. Por eso las escuelas empezaron a servir frutas en lugar de galletitas, pan o alfajores”, explica Emiliano Muñoz , médico del Centro de Salud de Atención Primaria, Cesac 8, ubicado en Osvaldo Cruz 3485. “Lo que sucede es que en las casas o en los comedores sociales se usan ollas grandes por una cuestión económica o pragmática de usar pocas ollas, ahorrar gas y a la vez dar de comer a muchos el famoso guiso”. El guiso puede tener pan, papa, porotos o lentejas y arroz al mismo tiempo. “Imaginate”, dice Muñoz: “Especialmente papa, arroz y lentejas”. Paz se indigna cuanto lee notas sobre desnutrición: “Hay una alarmante situación pero el síntoma es la obesidad porque las dietas son ricas en grasa, hidratos y azúcares. Es importante que podamos comunicar los problemas con sus particularidades porque si no se abordan de cualquier manera o pasan a ser ‘mentiras’ y. directamente no se abordan. Pasan por alto”. Emiliano, de la Organización Vecinos de La Boca coincide con Paz en cuanto a la calidad de los alimentos. Él coordina un merendero en el barrio de La Boca que recibe todas las tardes entre 40 y 50 chicos y chicas que además hacen talleres culturales y apoyo escolar. “Lo que bajó es el nivel de la calidad de la comida. Es menos y mala. Esa es la gravedad. No nos llegan vainillas, muy poco yogurt. Nunca nos dan raciones de otras cosas. Creo que eso debe estar pasando en todos lados”, explica. A la mala calidad de la comida, se agrega la gaseosa. “Todo se agrava para los que tienen la posibilidad de comprar gaseosas. Darse los gustos a veces trae otros problemas”, dice el doctor Muñoz. “Vemos sobrepeso en niños y en adultos por igual. Pero a la mala alimentación hay que sumarle la cuestión ambiental. No pueden salir a hacer deportes porque el hábitat no es amable. El Estado tiene que hacerse cargo de urbanizar”. Para él el mayor problema es la malnutrición y no la desnutrición. Emiliano cuenta que los niños y las niñas, al menos, reciben un platito digno. “Parece que los viejos son los que la están pasando peor, dice. Pero ése es otro tema”. Un tema tan triste que no quiere ni hablar.