Ante el hambre, solidaridad

En tan sólo tres cuadras, dos comercios comenzaron a ayudar a quienes más lo necesitan. Todas las tardes, el bar El campeón de La Boca ofrece un vaso de leche gratuito a grandes y chicos. Algunas horas después, la panadería de Olavarría y Poliza reparte pan a una fila de vecinos que crece cada noche. Por Pablo Waisberg

Ante el hambre, solidaridad

Una de las fotos que podría explicar los días que corren tiene un componente de ridiculez: un bar, cuyo objetivo es vender, regala la merienda a quienes la necesiten. No importa si son adultos o niños. Lo que importa es que la necesiten y así lo anuncia en un cartel, que está en la vereda. Y eso es lo que causa extrañeza en los vecinos que pasan por Olavarría, a doscientos metros de Caminito, uno de los ejes turísticos de La Boca. Algunos dudaban y pensaban que podría ser una broma. Pero no lo es: todas las tardes se sirve la merienda gratuita para los que necesiten.

 
“Una noche fuimos a comprar pan a lo de Javi y vimos la cola de gente. Ese día dijimos que había que hacer algo y al día siguiente pusimos el cartel”, explica Alejandra Silva, que tiene 38 años y hace tres que abrió el bar El campeón de La Boca, donde antes estaba La Chirilísima, en Olavarría al 600. Esa noche, que quedó grabada en su memoria, fue a la panadería a buscar algo de pan para la cena y se encontró con una fila de gente que no venía a comprar sino a esperar que se hagan las nueve, hora en que Javier regala el pan que quedó sin vender.
 
A merendar al bar llegan personas de todas las edades. “Viene gente de la calle pero también gente que está en su casa y no llega a fin de mes”, describe Alejandra. Lo mismo comenzó a ver Javier Rolón, quien hace diecisiete años instaló su panadería en Olavarría y Práctico Poliza. “Siempre vinieron unas veinte personas pero desde hace seis meses empezó a sumarse más gente. Y en los últimos tres meses empezó a aumentar con fuerza. Vienen entre cuarenta y cincuenta personas todos los días. Los nuevos son trabajadores a los que no les alcanza. Eso se nota. Incluso algunos me cuentan que trabajan pero que no llegan”, dice Javier, y mira a la pared y hace como si limpiara algo, como buscando enfocar la vista en otro lado.
 
Cuesta abajo. La solidaridad que desarrollan Alejandra y Javier es una de las formas que van encontrando los vecinos para amortiguar la crisis que vive el barrio, que vive la Ciudad y que vive el país. Hay una línea que une a esos vecinos que van a pedir comida con el crecimiento de la pobreza en la ciudad: los porteños que no tienen garantizada la canasta básica alimentaria pasaron del 34 al 43,7 por ciento entre marzo y diciembre de 2018.
 
Suman en total 1.343.000 personas, que fueron cayendo en esa franja poblacional que sufre “fragilidad de ingreso” a razón de 45 por hora durante nueve meses en 2018. Se trata de personas que se encuentran en situación de pobreza o no son pobres pero están a punto de serlo, o son sectores de clase media con una importante caída del poder adquisitivo. Así lo detalló un informe elaborado por el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) en su informe titulado “Derrumbe social en la Ciudad de Buenos Aires”, que elaboró en base a los datos oficiales de la Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Economía y Finanzas del Gobierno porteño.
 
La necesidad. “Nuestra idea es dar una manito ahora, mientras dure esta situación, pero cuando esto mejore, listo –dice Alejandra quien en las últimas semanas decidió sumarle a la merienda, una cena solidaria cada miércoles-. No quiero tener un comedor, quiero tener un bar porque siempre soñé con esto y lo logramos poner con mucho esfuerzo. Este es mi trabajo”, se entusiasma, mientras dos mesas más allá, su marido y cocinero hace cuentas y atiende a los proveedores. A todos les pide mayor plazo de pago porque bajaron las ventas y las tarifas de los servicios públicos no dejan de crecer.
 
A Javier le pasa lo mismo pero ve que la fila que se arma cada noche en la puerta de la panadería no para de crecer. Por eso, está pensando en coordinar con otras panaderías de otros barrios, donde la situación no es tan angustiante, para que le traigan pan y sumar algo más a los más de 20 kilos de pan y facturas que regala al final de cada jornada laboral.
 
“Voy a seguir dando hasta dónde pueda. Cuando no de más pan es porque me fundí”, asegura, con esa voz pausada, calma, Javier, que decidió no bajar la producción para poder seguir ayudando. “Prefiero que me duela un poco pero voy a seguir porque uno sabe lo que es la necesidad”, dice y allí asoma ese lazo invisible que une a esos dos negocios del barrio: haber conocido la falta de algo para estar convencidos de repartir cuando tienen.