Educación virtual = más desigualdad

Tal como ocurre en otros barrios populares de la Ciudad, en la villa 21-24 de Barracas acceder a Internet es misión imposible. Además, sin computadoras disponibles, las familias dependen de la carga de datos del celular para bajar y realizar las tareas. Mientras tanto, la urgencia por un plato de comida complica aún más la situación.

Por Mateo Lazcano

Educación virtual = más desigualdad

“#MiEscuelaEnCasa” podría ser un atractivo hashtag en las redes sociales. Sin embargo, en este tiempo de aislamiento social obligatorio por el coronavirus, es algo más que eso: se trata del programa oficial del Ministerio de Educación de la Ciudad mientras las escuelas están cerradas.  

En los 50 días que lleva este período, el plan oficial sirvió para volver a mostrar la desigualdad educativa que hay en la ciudad más rica del país. Con las dificultades para la conectividad, la poca presencia de dispositivos electrónicos, y padres o madres debiendo repartirse entre sus hijos para asistirlos en las tareas, el resultado es nuevamente el mismo: los barrios con población vulnerable son los más perjudicados.  

La ausencia del Estado y la discriminación por parte de las empresas de servicios provocaron que la realidad de la educación virtual en estas zonas esté muy lejos de ser como los flyers oficiales lo muestran. Y como tantas veces, docentes y directivos, así como organizaciones sociales, debieron duplicar sus esfuerzos para cubrir lo que Ministerio, autoridades y funcionarios dejaron. 

La villa 21-24 de Barracas es uno de estos lugares en los que más expuestas quedaron las complicaciones a la hora de llevar a cabo la educación virtual. La falta de conectividad es el principal problema. “Es muy precaria, fluctuante e intermitente”, asegura Jordana Secondi, directora de la Escuela Media N° 6, del D.E. 5.  

La docente explica que la institución dispuso de dos instancias para acercarse lo más posible a la cursada presencial clásica, con todos los atributos que esta tiene. Por un lado, se conformaron grupos de Whatsapp con alumnos y preceptor/a a cargo. “Allí se trabaja el sentido de pertenencia, la grupalidad y la convivencia. No son cuestiones académicas sino algo más transversal”, comenta Secondi. Al mismo tiempo, están los contenidos pedagógicos. 

En esta cuestión, la directora de la escuela situada en Iriarte al 3400 detalla que “no podemos hablar de educación virtual”, porque “no están el equipamiento para ello”. Por ese motivo, la intención es lograr una “escuela intermediada, o mediatizada”. La institución escolar tiene 250 alumnos y alumnas en cada turno, pero cuenta únicamente con 25 notebooks y otra veintena de dispositivos electrónicos. Ello, sumado a los problemas de conectividad en el barrio, obligan a los educadores a diseñar un programa realista para el aprendizaje en estas semanas de cuarentena. 

“La interacción a tiempo real es imposible”, se sincera Secondi. “Todo es en diferido, hay ida y vuelta pero es lento. Los profesores se esfuerzan en enviar consignas o explicar temas en videos o en audios, pero hay dificultades”, comenta la directora. 

“El trabajo virtual es complicadísimo”, dice al respecto Mabel Arreguez. Ella tiene dos hijas en la Escuela 6, y además cursa en el barrio el Profesorado de Educación Primaria Pueblos de América. “Los profesores mandan la tarea o los Trabajos Prácticos por mail. Algunos son muy pesados y no los podemos cargar. La mayoría usamos celulares con los datos y no alcanzan los GB para abrirlos”, explica esta madre que es a la vez alumna. En el comienzo de la cuarentena, la mujer se comunicó con el Ministerio de Educación para plantear el problema. Le dieron un 0-800, al que llamó reiteradamente. Nunca la atendieron. 

La villa 21-24 está llena de casos como el de Mabel. La ausencia del Estado es suplida por las organizaciones sociales y los propios docentes de la escuela. Los primeros se ofrecen a imprimir material, o a enviárselo a los profesores. Entre ellas, se destacan partidos políticos, corrientes villeras, La Poderosa o incluso la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé.  

El otro camino lo cumple la escuela. “Una vez por semana abrimos. Ya sea para entregar bolsones de comida, pañales que nos donan, o resolver trámites, nos turnamos y con medidas de higiene y seguridad vamos al establecimiento. Entonces ahí transformamos la escuela en un cyber. Ponemos a disposición las notebooks y tablets, y los alumnos y alumnas pueden descargar el material, enviar lo que está pendiente o incluso resolver algo”, indica Jordana Secondi.  

Además de ello, las autoridades socializaron las redes de Wi-Fi abiertas e incluso informaron la contraseña de la red de la propia institución. De todos modos, como el servicio de Wi-Fi en el barrio es inexistente, o muy pobre, la conectividad es el mayor inconveniente. A esto se le  suma que la mayoría de los vecinos usa el servicio prepago de telefonía, y conseguir lugares para la recarga es misión imposible. 

“Los estudiantes de los primeros años comparten el celular. Recién tienen dispositivo propio los de los cursos superiores. Después, cualquier equipo como escáner, impresora, o incluso computadora, casi no existen”, señala la máxima autoridad de la Escuela 6 de Barracas.  

El fantasma de la deserción, tan temida pero muchas veces un hecho, se hizo presente en este panorama. “Es difícil estudiar con los chicos en casa. Muchas compañeras se plantearon dejar el profesorado”, señaló Mabel en su rol de estudiante.

A pesar de esta situación, directivos y padres reconocen el esfuerzo mutuo. Secondi destaca que “el 85 % de la matrícula responde". “Las familias incluso nos están encima cuando hay demora a la fecha prometida para enviar material. Hay expectativa por lo que se va a mandar y los estudiantes buscan sostener el vínculo”, agrega. Al mismo tiempo, Mabel y Yanina reconocen que docentes y autoridades de las escuelas comprenden y brindan soluciones, evitando que haya un desamparo y buscando resolver las dificultades que el contexto impone. 

Pasados 50 días, y sin una perspectiva de que la situación sanitaria cambie en el corto plazo, dos huellas se imponen en las zonas más postergadas del sur de la Ciudad. Son la de la ausencia del Estado y la falta de acceso a la educación.