Ladrillo, autogestión y lucha

En La Boca, 33 familias organizadas en la COoperativa de Vivienda Los Pibes, alcanzanron el sueño de la vivienda propia. La inauguración fue el 22 de marzo, cumpleaños de Martín Oso Cisneros, primer presidente de la cooperativa, asesinado hace diez años. Crónica de una tarde con aroma a victoria. Por Martina Noailles y fotos por Daniel Otero y Joham Ramos

Ladrillo, autogestión y lucha

Techo: del latín tectum, recubrir, cubrir, proteger.

 
Las sonrisas no entran en los cuerpos. Las miradas, limpias, se reconocen bajo el cielo hoy tan celeste como sus remeras. Van, vienen, muestran. “Finalmente acá estamos, esto es nuestro, tenemos casa propia, costó pero lo logramos”, gritan sus pechos inflados de alegría y orgullo: “Queremos que Covilpi sea ejemplo, demostrar que con lucha y organización se puede”. Son hombres, son mujeres –en su mayoría-, son niños y en cada panzota –unas cuantas-, son futuro.
 
El día elegido para correr el telón y cortar la cinta imaginaria fue el 22 de marzo. Y n esto no hubo ni un poco de azar. Si no lo hubieran asesinado, Martín “El Oso” Cisneros cumpliría 55 años. Nadie lo olvida. ¿Cómo hacerlo, no?. Está más que presente. El Oso son los cimientos de este lugar. Está en las banderas, las remeras, las fotos que se reparten por las paredes del edificio a estrenar. La voz del Oso se escucha en cada relato, en cada agradecimiento, en cada discurso. Y hasta en su canción, esa que cerró la jornada tragando saliva. Sobre un escenario donde no cabían los 33 de tan anchas las gargantas.
 
Abajo, cientos de invitados abrazaban con la mirada. Algunos, con sus experiencias hermanas en el puño, como los miembros de la Federación Uruguaya de Vivienda y los representantes de los gobiernos de Venezuela y Bolivia. Otros, con las luchas de la Ciudad y el país, como los hombres y mujeres del MOI, el FPDS, el Evita, la CTEP. La pelea contra el negocio inmobiliario en La Boca también estuvo presente con el Grupo de Vivienda y Hábitat y ese heterogéneo La Boca Resiste y Propone que salió a la calle para sembrar futuros para los pibes del barrio. También estuvieron con sus remeras blancas quienes resisten su desalojo de Pavón 4100 y ven en Covilpi una utopía hecha realidad.
 
Este es un logro de todos los que lucharon y pelearon en estos años, de los 33 que asumimos el compromiso de que se conozca, pero también de los que se quedaron en el camino cuando parecía imposible avanzar. No tenemos que olvidar que la vivienda digna es nuestro derecho y ustedes tienen que seguir peleando para lograrlo”. Patricia Maidana habla desde un micrófono que amplifica el sentir de sus compañeros. Es la presidenta de la Cooperativa. La última. Pero a su lado sonríe Alicia, la anterior. Y Luciano, Ángeles, Johny, Quique, Isabel, Pacha, Sandra, Daniela, Romi, Ale, Leo... Y más allá, en la pared, está Cacho con su Chatarra gigante, ese que reflejó en dibujos un pedazo de esta historia.
 
También está Jaime Sorín, que se puso el traje de arquitecto de esta obra popular desde que Brin y Pedro de Mendoza era un terreno baldío con pastos que se escurrían por las paredes. Y los acompañó con ladrillos, revoque y paciencia. Mucha paciencia. Doce años de paciencia y cascos amarillos. Hasta que Covilpi fue esta Covilpi, esta que sus miembros muestran a quien quiera ver y mirar. Por eso, el día del festejo las visitas guiadas se multiplican. Los 33 abren las puertas de sus casas, esta es la cocina, estas son las habitaciones y los ventanales que dejan entrar el sol. Por acá el baño. Mío, de mi familia. Ya nada de compartir entre otras 20 personas como en los conventillos donde siempre vivimos. Ahora tengo mi refugio, luminoso, aireado, con balcón y con toditos los servicios.
 
Quedan 700 mil conciudadanos con problemas de vivienda. Y eso muestra que se puede”, dijo bajo sus anteojos de marco grueso el arquitecto, que no se olvidó de reconocer a los obreros que pusieron el cuerpo y que, como el resto, tuvieron que tener paciencia cada vez que el IVC retrasaba las partidas para pagar los avances y todo se frenaba. Una constante en esta década. Un Instituto para la Vivienda con arcas vacías y vaciadas para la 341, esa ley que permitió construir estos techos a pesar del propio organismo. Esa ley que pensó la construcción colectiva y popular –sí, sin empresas- como salida a la gran crisis habitacional que atraviesa a la Ciudad más rica del país. Esa ley que permite construir bien, bueno y barato y que, claro, va en contra de los negocios y la especulación inmobiliaria, tan en boga en este La Boca de conventillos, casas tomadas, incendios al que quieren estampar el nombre de Distrito del Arte. Acá ya hay arte. Y también hay lucha. Y Covilpis que quieren contagiar.
 
Del árbol de Covilpi nacen llaves y llaveros. Las llaves son para los flamantes dueños de estas 33 viviendas de 3 y 4 ambientes, en este edificio de 4 pisos y miles de historias. Los llaveros, para los amigos, como recuerdo de esta jornada compartida, de esta pelea de doce años ganada. Porque como dijo Lito Borello “de alguna manera, la concreción de las viviendas, tiene sentido porque tiene sentido construir una sociedad distinta”.