Gregorio Traub, los ojos de un barrio

De familia Lituana, nació en Barracas hace 82 años y jamás se fue. Allí retrató a grandes personalidades del siglo XX, pero también a vecinos e instituciones. Con tristeza, registró la construcción de la autopista que expulsó a cientos de familias. Sus trabajos se pueden ver en el Café Notable La Flor de Barracas. Por Juan Manuel Castro

Gregorio Traub, los ojos de un barrio

Ser fotógrafo ha sido su modo de ser vecino. La mayor parte de su vida Gregorio Traub achinó sus ojos celestes para eternizar estas calles. Hizo sus primeros trabajos, a los 11 años, en torno al Teatro Independiente de Barracas; registró las demoliciones hechas por la dictadura para levantar autopistas y hasta capturó la visita al barrio de grandes del tango y el arte. Fue fotógrafo personal de Benito Quinquela Martín, trabajó en el Café Tortoni y la Academia Nacional del Tango. Por si fuera poco, es ex Secretario de la República de Barracas e integró su Junta de Estudios Históricos.

 
Y sin embargo, Gregorio, desde la mesa del café El Progreso, del que es habitué porque vive en Montes de Oca al 1700, asegura con humildad que lo suyo ha sido una forma de vida, que hoy le da “una gran alegría” saber que nuevas generaciones dan con su trabajo, tal como ocurre con la muestra que está en el Café Notable La Flor de Barracas, en Suárez 2095. Allí hay más de una veintena de instantáneas blanquinegras de Julián Centeya, Jorge Luis Borges, entre otros; e incluso una de Aníbal Troilo soplando las velas de una torta en forma de bandoneón tomada en Barracas. “Todavía tenemos más fotos de Gregorio para colgar”, contaron en el café.
 
Traub, cuyo apellido significa uva en ruso, es de una familia originaria de Vilna, la capital de Lituania. Sus padres viajaron a Londres, tomaron un barco a vapor y vinieron al Río de la Plata. Cuando su familia hizo pie en Barracas, Gregorio entendió que era momento de nacer: “Fue el 15 de enero de 1933, mi familia llegó a Buenos Aires el 20 de diciembre. Por poco no nací en el Atlántico”. Fue el primer argentino de la familia. En el barrio, los Traub vivieron en Río Cuarto al 1900.

La primaria la cursó en la escuela Fray Justo Santa María de Oro de la calle California, porque estaba cerca de su casa. En 1945, a los once años, cuando terminó la segunda guerra mundial, empezó a colaborar en un estudio fotográfico. Su maestro fue Adolfo Yusiff, a quien define como “un hombre generoso”. La galería donde sacaban fotos, fuera de horario laboral, se convertía en una sala de ensayo para obras del Teatro Independiente de Barracas (TIB), que también dirigía Yusiff. “En ese ambiente cultivé el gusto por el teatro y las artes”, evoca. En cuanto a su trabajo, recuerda la satisfacción de haber dado sus primeros pasos y, a la vez, haber tenido buena paga: “En épocas de carnaval o comunión llegué a ganar más que mis padres. Los domingos los grupos familiares se reunían para mandar fotos postales a parientes del extranjero”.
 
Así fue hasta los 17 años. Luego, con un amigo abrieron un local en Moreno, provincia de Buenos Aires. A la vuelta sacó fotos para instituciones y privados del barrio, pero los años que definieron su obra fueron en la Academia Nacional de Tango. Sus últimos doce años de trabajo, antes de jubilarse a los 69, fueron allí. “Horacio Ferrer, que dirigía la institución, me decía ‘Gregorio ¡cómo va a dejar!’, me tenía aprecio”, recuerda. Antes, Gregorio había sido fotógrafo en la bodega del Café Tortoni (Avenida de Mayo 825). Trabajaba cuando había actos culturales. Por su buena relación con el gerente de ese entonces fue recomendado para la Academia, ubicada en la planta superior. Allí fotografió “prácticamente a todos los grandes”. También expuso allí sus retratos.

En paralelo, fue fotógrafo de Quinquela Martín en sus últimos años de vida. Lo retrató cuando en 1974 Juan Domingo Perón, durante su tercera presidencia y semanas antes de morir, fue a visitarlo. El pintor vivía en Suárez y Azara. Perón le dio una réplica del sable corvo de José de San Martín, el mismo que el Libertador había legado a Juan Manuel de Rosas. Quinquela le ofreció un cuadro suyo.

En Barracas, además fotografió a grandes valores del tango en el extinto Morfín. “Era el restorán privado de Raúl Andrade. Era una espléndida casa antigua reformada. En el frente estaba la empresa de construcción Mopin (en Montes de Oca y Pinzón, de ahí el nombre). Al fondo, estaba el restaurante Morfín. Ahí era un desfile de figuras. Yo llegaba a la noche, era el fotógrafo, iba con Elsa, mi compañera. Desfilaban políticos, gente de la cultura, pintores, escultores. Fotografié a Tito Reyes, Campore, a Pichuco (de ahí es la foto de la torta-bandoneón), Julián Centeya. Cuando celebraban el Día del Escritor iban Bernardo Verbitsky, César Tiempo, Escardó”, evoca Gregorio.

También la lente de Traub estuvo en los momentos negros del barrio. Cuenta que fotografió el antes y el después de la llegada de las autopistas, en años de dictadura. “La gente sufrió mucho, es uno de los recuerdos más dolorosos, muchos se tuvieron que ir del barrio donde vivieron toda su vida”, asegura y espera algún día poder montar una exposición con este contraste para generar conciencia sobre lo ocurrido.

Asegura que su tiempo lo dio al barrio y sus instituciones. Y que ése, es su “mayor orgullo”.