Un soplo la vida

 Que veinte años no es nada y por eso el Circuito Cultural Barracas tiene la energía del que recién se echa a andar. Para festejarlo, el galpón de la calle Iriarte se vistió de fiesta y los vecinos del barrio no se la perdieron. Un repaso por todo lo que se hizo y por todo lo que vendrá. Por Facundo Baños

Un soplo la vida

Un hombre se corta las uñas sentado en el escalón de la puerta de su casa. Alza la vista y ve pasar a unas señoras que andan ceñudas, quejándose con voz chillona de las cosas que pasan en el barrio. Otro caballero barraquense se trepó al techo y está colocando una antena, pero se distrae porque una bandada de pibes dobló la esquina y tomó la calle. Vienen gesticulando y dicen cosas que no alcanza a oír desde ahí arriba. Pero en el último suspiro consigue aspirar la música que fuga de un acordeón.

 
Los Chicos del Cordel fue una obra de teatro callejera, quizá la más callejera de todas, que paseaba por Barracas allá por el 2000. Ya se olía en el aire un viento de tormenta y los barrios al sur se agrietaban. Pero eran grietas verdaderas y dolorosas, como arrugas en el rostro de un anciano que siente que su tiempo ya pasó. Eran angustias que compraban por monedas los vecinos asustados tras las rejas de sus casas. Y ahí estaba otra vez el arte intentando despeinar un orden prejuicioso y desalmado. El Circuito Cultural Barracas llevaba cuatro años de vida cuando salieron decididamente a la calle con este espectáculo caminante cuyo escenario ocupaba catorce cuadras del barrio.
Ricardo Talento es director del Circuito e integrante del grupo Los Calandracas, semilla de todo lo que vendría después. Él explica que siempre intentaron hablar de las cosas que les duelen, a través de su lenguaje que es el del teatro, y aquel tiempo del país dolía mucho. Este espacio barrial y cultural, festivo y reflexivo, acaba de cumplir los 20 y el galpón de la calle Iriarte abrió sus puertas y dejó entrar a tanta gente como pudo. Cada invitado parecía celebrar su propio cumpleaños y el de todos los demás. El propio Ricardo daba la bienvenida a todos los presentes mientras que una enfermera perseguía a Don Alfonso por toda la sala para que tome la pastilla.
Cuenta Talento que Los Calandracas hicieron sus primeras funciones en el Parque Lezama durante los ochenta. La democracia era un chiche que había estado perdido mucho tiempo debajo de la cama y que una mañana volvieron a encontrar. “Necesitábamos hacer cosas en la calle y de a poco nos fuimos tropezando con nuestros vecinos, y les transmitíamos lo que nosotros sabíamos hacer que era el teatro, bailar murga, tocar instrumentos. Entonces compartíamos todo eso”.
La murga del Circuito se llama Los Descontrolados de Barracas y entona una poesía breve que dice así: “Yo soy Barracas, el de la autopista que la quiebra, el viaducto tomado, los depósitos y camiones, los cartoneros, las casas nuevas, las villas viejas. Yo soy Barracas, el de las torres de Montes de Oca, el barrio con pretensiones”. Versos suaves como brisa pero cargados como rifle de esos mambos de linaje con raíz marginadora. Murga que canta para que oiga esa gente que tiene balas en la cabeza.
Los Descontrolados tuvieron un lugar protagónico durante el festejo. Marta toma el micrófono y sigue los pasos del acordeón que suena blando detrás. Recita que cuando la murga se apaga los murgueros se disfrazan de taxistas, de oficinistas, de estudiantes y maestros, y sigue diciendo: “Pero no les crean, son una manga de mentirosos. Hacen de oficinistas, de taxistas, de murgueros”. Se abre un breve silencio y sin esperar nada Marta pide perdón y dice que está muy emocionada. Había hecho un pequeño pifie en la prosa pero pareció guionado porque aceleró el clima de hermandad que ya reinaba en el galpón. Aplauso cerrado para la compañera murguera y todos juntos completaron las estrofas de la canción de despedida.
Con la crisis detonada y el 2001 en los bolsillos, llegaba la hora de un espectáculo que sería hit del Circuito por varios años. El casamiento de Anita y Mirko es una fiesta popular entre desconocidos y descocidos disfrazada de obra de teatro. La entrada incluye baile, morfi y chupi. “Por un rato, todos juegan a que se conocen, a que son parientes, a que pueden comer juntos en una mesa grande y bailar aunque no sepan bailar”, explica Talento. Cosas simples que se habían vuelto difíciles y que la gente comenzaba a extrañar. En la misma entrevista, el director dice que uno de los propósitos centrales del Circuito pasa por recuperar la creatividad, tan difamada y deteriorada. “Es interesante porque cuando una persona vuelve a desarrollar su creatividad encuentra una manera distinta de desenvolverse con su familia, con la comunidad y hasta consigo mismo”. Durante todo el 2016 estarán en estado de celebración, con más fiestas en la calle y la presencia del Circuito en Banda y el ensamble de percusión, nuevos emprendimientos del espacio.
“El cordel -retoma Ricardo- es la soga que se usaba antes para colgar la ropa, y los pibes del cordel son los que están ahí, colgados. Uno oye decir que quedaron afuera del sistema y se pregunta, ¿cómo que afuera? Es como si de golpe te corrieran el piso y quedás en el aire, flotando. Y que eso se acepte culturalmente es un espanto”.
Un poeta conversaba en su canción con esos mismos que están atados con doble cordel y que sólo quieren faulear y arremolinar. La murga también, se sienta con ellos en el cordón y les tiende una mano para pararse y seguir andando. Si están condenados a bailar, ¡que bailen con alegría! Pero ahora te mira a vos, te sostiene la mirada. Se te acerca despacio y te susurra al oído: “Yo soy Barracas, la de ayer, la de hoy, la de siempre, la mestiza, la europea, la bastarda, la morena. La que tiene un nombre, una historia, un presente y un futuro, y una murga que me nombra, que me canta, que me sueña”.