Cuerpos de mujer

Melina Lluvia y Ona Ballesteros son dos muralistas que, pincel en mano, van dejando huella por las paredes de La Boca. Con el arte como herramienta de transformación, eligen representar a las mujeres del barrio, con sus identidades y sus memorias. También se reivindican como trabajadoras de la cultura.

Cuerpos de mujer

La imagen de la olla y la mujer se convirtió en un sostén durante la pandemia. Este contexto fue un momento bisagra para resaltar el rol de las mujeres y las disidencias, sobre todo en barrios como La Boca donde es fundamental mostrar no sólo algo que sea lindo, sino que transmita la identidad del territorio. En este sentido, Maleza Mural es un grupo de muralismo conformado por Melina Lluvia y Ona Ballesteros que viene trabajando con estos tópicos para dejar huellas en las paredes del sur de la ciudad.

“Pensamos cómo representar a las mujeres, dándole una vuelta que está atravesada por el feminismo”, entendiendo un tipo de muralismo politizado, pero que refleje nuevas lecturas de la clase trabajadora: “Por ejemplo, la línea de Ricardo Carpani (muralista de los años 60) es la representación donde se reivindicaba al trabajador fuerte, porque era necesario en ese momento crear una realidad distinta de la fuerza. Pero hoy, tomamos lo que hace falta, la identidad y la memoria, teniendo en cuenta a las actrices políticas”.

Dentro del mundo del mural, los estereotipos entran en contacto con la denuncia. En este sentido, los murales hechos por Maleza Mural plantean despatriarcar la imagen, es decir, mostrar la otra cara del barrio, entendiendo que el mural tiene una función de concientizar, ya que está a la vista de lo público. En este contexto feminista, inevitablemente aparecen otras imágenes y la gente se va dando cuenta. La clásica imagen de las personas bailando, una bailarina con medias de red y el varón sosteniéndola ya no es algo que representa a todxs por igual: “A la gente también le pasa eso. Es un fluir de las cosas. si estás atenta a la realidad que te acontece te das cuenta que hay cosas que ya quedan obsoletas. Por eso pintamos una pareja de mujeres bailando”.

El último mural que hicieron se encuentra en Pinzón y Cafferata. “Todo el tiempo que pintamos, generamos un vínculo con lxs vecinxs, siempre atentxs. Pasaba gente de la isla y nos preguntaban que estábamos haciendo y agradeciendo que le agregábamos arte a esta parte del barrio. Vinieron niñas a contarnos que grafitearon ahí. El arte tiene que ser situado y tiene que rescatar lo bueno, la solidaridad, el juego”. Esto se dio en el marco del Concurso Federal de Muralismo, impulsado por el Ministerio de Cultura de Nación. El cupo del concurso postulaba que sí o sí el 50% de participación sea de mujeres. Inevitablemente, la lucha que se está dando está transformando los espacios: “Hay que generar que los encuentros de muralismo sean distintos, ya que es un ámbito muy relacionado a los varones y no dan mucho lugar a otras expresiones. Hay que animarse, hacernos cargo de que somos trabajadoras, que tenemos la capacidad para hacerlo. Animarse a mandar a donde sea. Más por ser mujer y joven, hay confiar en que podemos quedar”.

¿Por qué eligieron esa pared en esa zona del barrio? “Esta plazoleta fue elegida para darle un poco de ternura, donde se dan situaciones de violencia. Cerca de ahí hubo un caso de violación, hace unos meses. Además, es una zona del barrio muy estigmatizada, si pedís un taxi o Uber no entran. Es un lugar con mucha necesidad. También es un encuentro de la gente que viene de la Isla Maciel. Tratamos de generar conciencia de género a esa pared. Una nunca sabe cuándo llega o cómo llega el mensaje, pero el ánimo fue ese”.

Incluso es una ventana para las mujeres que se sientan a tomar mate ahí ya que existe algo que interpela, tanto las mujeres pintadas en la pared como quienes se subieron a una escalera para pintar: “Vinieron hombres a querer ayudar. A niñes y adolescentes también podemos mostrarles que hay mujeres trabajando como cualquier varón. No deja de ser un laburo obrero, de fuerza, de cuerpo, lijando la pared, poniendo el cuerpo”.

Hay algo que no hay que minimizar y es que el muralismo es un trabajo mal pagado o ninguneado. En este caso, fue un concurso el que brindó la posibilidad de llevarlo a cabo, pero todavía hay un largo trayecto por recorrer como trabajadoras de la cultura: “nuestro trabajo se vio precarizado por la pandemia, poder tener una remuneración no es menor. Siempre se mezcla la militancia con el trabajo de oficio que tiene el muralismo. Siempre sale del bolsillo de una. Es central en cómo queda, el detalle que una le puede dar, pudiendo elegir el tiempo y los materiales. No es cosa menor que nos paguen por nuestro trabajo”.

El mural de Pinzón es sólo uno de los tantos que Melina y Ona pintaron por el sur porteño. También llevaron su arte a la Plaza Matheu donde junto a mujeres de siete murgas de La Boca pintaron un mural colectivo como puntapié para transformar los roles de género en las murgas, nombrar la violencia machista, prevenirla y erradicarla.