La identidad que resiste

Antonella Riso Domínguez es artista visual, militante feminista y parte del colectivo que conforma Sur Capitalino. El 16 de octubre presenta su libro, una recopilación de relatos cortos, con grabados y collages que cruza sus vivencias propias con la diversidad barrial que existe fuera de las postales turísticas de La Boca.

La identidad que resiste

Manifiesto transbordador es una recopilación de textos cortos, con grabados, dibujos y collage digital de Antonella Riso. Sus cuatro capítulos circulan por territorios boquenses como la escuela y los conventillos, mostrando la diversidad barrial que resiste fuera de las postales turísticas. Transitan los feminismos y las masculinidades en relatos sobre el deseo y la sexualidad.     

-Al comienzo del libro definís manifiesto como una proclama grupal; sin embargo luego nos encontramos con vivencias personales...

-Pienso la manifestación desde un lugar pragmático como salir a la calle, decir lo que no se dice y lo que se piensa. Es una manifestación personal, subjetiva; pero también es la manifestación de una vecina. Me manifiesto desde los lugares que decidí ocupar, siendo docente de artes visuales, periodista, trabajadora de la cultura y militante feminista.

-Hay nombres propios en tus relatos: estudiantes, una maestra, la familia.

-Mi abuelo era inmigrante italiano. Obrero y delegado sindical en Segba, hoy Edesur. Carpintero y plomero. Lo que más me marcó, su aspecto más identitario, tuvo que ver con los lugares que ocupó y el momento que le tocó vivir. Fue presidente de la Cooperadora de la escuela de Quinquela cuando este último era director de la institución. El amor al arte me lo despertó él; pero no conscientemente. Las primeras herramientas que tuve en las manos me las dio él.

Mi vieja es migrante misionera en Buenos Aires, trabajó en la plaza de los bomberos durante la crisis del 2001-2002. Salía a vender comida todos los fines de semana, entonces yo la acompañaba y estaba todo el día dando vueltas por Caminito, el Museo Quinquela, Proa. Yo tenía 8 o 9 años. Estaba lleno de turistas. Esa situación turística me parecía exótica y me generaba incomodidad, sentía “che pero es como que te estás metiendo en mi casa sin permiso”.

-¿Por eso planteás una síntesis entre tu identidad y la del barrio?

-Yo nací acá, crecí acá, me eduqué y sobre todo me transformé políticamente acá. Pienso en cómo se construye la identidad. Cuando empecé a trabajar sobre gentrificación a nivel plástico, estaba armando una instalación sobre un conventillo agazapado, torcido. Y pensaba, ¿es un conventillo que se está quebrando o es un conventillo que se está resistiendo? No terminó de quebrarse, está doblado, pero resiste. Yo estaba negada a involucrarme emocionalmente con mi obra; pero me di cuenta de que era indivisible, que no podía reflexionar la identidad barrial si no reflexionaba sobre la propia.

-Escribís “La ausencia de un conventillo es la falta de un cuerpo en este territorio” ¿Cuáles son los elementos simbólicos que construyen la identidad?

-Una relaciona la identidad con un cuerpo. Hay una gran diversidad de cuerpos en La Boca, no solo de personas, también de edificios. Es un collage de conventillo, edificio del SXIX, conventillo contemporáneo de los ‘60, terreno, fábrica. Esa diversidad arquitectónica es un reflejo de la diversidad social, política y humana que vivimos. Es raro pensar que La Boca está solo representada por migrantes pobres de Europa, si no miramos que hoy la mayoría son migrantes pobres de Latinoamérica.

-El tango y los conventillos son la identidad boquense que se muestra al mundo.

-Me cuesta concebir la idea del estereotipo, porque una cosa es cuando nos estereotipamos a nosotres mismes, cuando elegimos qué identidad construimos, cómo nos vestimos, cómo nos manifestamos. Y otra cosa es cuando vienen de afuera a estereotiparte para que seas una postal de venta.

-Las postales son un recorte de la realidad, muchas cosas quedan afuera ¿Cuál sería tu encuadre?

-Con unas amigas hacíamos Boca Tour. Ibamos desde la bombonera hasta Pedro de Mendoza creando escenas en donde no terminabas de entender qué era real y qué no. Y ese juego de realidad y ficción hacía que pudiéramos evidenciar un montón de situaciones violentas que están invisibilizadas y naturalizadas. Mucha gente no terminaba de discernir qué pasaba. Yo representaba una vecina que estaba juntando plata vendiendo sus obritas. La gente en ningún momento percibía que yo era parte del tour.  Ese turismo donde la gente te muestra su realidad puede generar una reflexión, una pregunta.

-También reflexionás sobre la masculinidad y la violencia de género.

-Para quienes militamos los feminismos, no existe justicia social feminista si no consideramos la interseccionalidad entre géneros, las comunidades mal llamadas razas. Una mujer pobre, negra, torta, villera o analfabeta, está claramente mucho más lejos de acceder a ciertas políticas públicas que una mujer porteña, citadina, blanca o profesional. Ambas son mujeres pero esta última tiene privilegios.

-Desde una perspectiva interseccional podemos pensar tu poema Costura, en la resignificación o el lugar bisagra donde se ubica este oficio.

-Claro, con la costura hay un doble juego, por un lado está el cliché de ser la mujer que cose, pero por otro es una reivindicación de lo que las mujeres hacemos. Ahora está en auge el bordado, 50 años atrás era obligación, una facultad que teníamos que tener para casarnos y ser esposas. Hoy no es un mandato, es una expresión y una elección. Es un oficio que reivindico de mi familia. Y también es una forma de autonomía. El año pasado durante la pandemia, en vez de esperar el IFE, me pregunté qué herramientas tenía a mano, para explotarlas. Costurera fui todo el año pasado, que no pude agarrar ni una hora de clases.

-¿Qué cosiste?

-Hice toallitas higiénicas, algo que tiene una funcionalidad, no concibo el arte como decorativo. Si no tiene una funcionalidad política tiene que tener una funcionalidad práctica. También hice estuches de pinceles y herramientas, portalibros, tabaqueras.

-Vivís en un conventillo, entre el arte y la docencia, volviendo a esa síntesis que planteás entre tu identidad y la del barrio.

-Desde hace 15 años este conventillo es habitado por personas relacionadas al arte y la docencia, varias generaciones de la Escuela Belgrano. Siempre se construyó desde un lugar horizontal y autogestivo. No vivimos en un hostel, cada habitación no es un submundo: cocinamos, limpiamos, compramos para todes. Tenemos talleres de grabado y carpintería. Y la editorial Sube al Rayo, surgida durante la pandemia.

-¿Sube al Rayo edita tu libro?

-Sí, es una edición autogestiva e independiente. Lo presentamos este 16 de octubre frente al puente transbordador.

-Hablás en plural…en el libro prevalece lo colectivo y las personas que han formado parte de tus vivencias.

Manifiesto transbordador tiene escritos de otras personas, textos en coautoría y también ilustraciones. Hay una frase que enarbolo: “el empoderamiento colectivo surge a partir de la propia revolución humana”. Porque si yo no transformo lo que me pasa a mí y mi accionar, mi palabra y mi modo de ver el mundo; es difícil que después salga a militarla. Militar desde adentro de la casa, de la escuela, de la manzana. Lo que busco en cada cosa que emprendo es contribuir al empoderamiento colectivo.