Los bombos volvieron a latir

En febrero regresaron los corsos porteños y las murgas de La Boca retomaron el emblemático rito de presentarse en los distintos barrios. Sur Capitalino acompañó a Bombo, Platillo y Elegancia, en una noche a pura ansiedad y emoción.

Los bombos volvieron a latir

Bajar de un micro puede ser un paso insignificante y que pasa desapercibido para la mayoría. Pero esa acción, corta y reiterativa, significó para todo el colectivo de integrantes de la murga “Bombo, Platillo y Elegancia” de La Boca, el regreso al lugar donde más felices son: los corsos.

El domingo 13 de febrero, la murga creada en 2009 tuvo su primera presentación presencial después de la inédita interrupción de los festejos del Carnaval provocada por la pandemia. Lo hicieron en la Plaza de la Unidad Nacional, en Villa Lugano, y completaron el doblete algunas horas después, en Parque Chacabuco.

La preparación había comenzado bastante antes. Les integrantes se reunieron en plena tarde en su esquina de pertenencia, en Benito Pérez Galdós y Necochea, donde se halla el mural de la murga y el lugar que fue también resistencia, cuando el COVID-19 impidió las salidas a las calles. “No habíamos estado todos juntos en ningún momento. Los ensayos eran limitados, y también hubo gente que se guardó mucho estos meses por el tema del virus”, describe Javier Fotia, director.

Con el sol radiante, los murgueros y sus parejas, madres/padres o entre sí, repasaron las letras de las canciones, los pasos claves de las distintas coreografías y hasta hicieron los retoques finales de los trajes. Infaltables el hilo y la aguja para los parches que amenazaban con desprenderse, los minutos hasta el momento de partir se hicieron eternos ante tanta ansiedad. Mates compartidos amenizaron la espera.

Hubo reencuentros: muchos familiares de murgueros conocidos entre sí que asistieron para esta primera presentación se saludaron con quienes no veían hace tiempo y hasta aprovecharon para ponerse al día mientras esperaban. Abundaron las selfies de grupos chicos o grandes, de familias “de civil” con el integrante de la murga en el medio o hasta de padres, madres e hijos o parejas celebrando la vuelta.

El trayecto desde La Boca a Lugano estuvo marcado por la expectativa. Para muchos, era la vuelta a un hábito que los acompañó durante años pero que la pandemia hizo que quede un poco atrás en el recuerdo. Para otros, directamente, fue la primera vez que lo vivieron: la murga sumó muchos integrantes luego del covid. “Nervios teníamos todos, los viejos, los nuevos. Y cada uno lo catalizó a su manera. Algunos estaban callados, escuchando música adelante. Otros más activos, cantando las canciones y golpeando los asientos, descargando”, cuenta Javier.

En los tres micros, se respetaron los lugares: los bombos, al fondo, en los asientos más altos. Algunos trajes viajaron colgados de los pasamanos, y la mayoría de las y los murgueros, de pie, cantando. Los 70 integrantes llegaron a destino tras poco más de media hora.

Villa Lugano había estado esperando a “Bombo, Platillo y Elegancia”. La actividad en el corso había comenzado aún con el sol, con música de fondo y un presentador encargado de animar la tarde. Para ese entonces ya se había encendido la parrilla que cocinaría los patys (a un costo de 250 pesos) y se vendían los primeros panchos, a 150. Las guerras de espuma, en tanto, se combinaban con los grupos de chicos que jugaban un picado de fútbol en la plaza, ajenos al folklore carnavalero.

Pasadas las 20.15, la murga se formó en la vereda de Delfín Gallo. La formación la encabezó la bandera, y como es habitual, siguieron los más pequeños, o “mascotitas” en el palo murguero. En el medio, dispersos, se hallaron los encargados de portar los paraguas, retocados con los colores de “Bombo,..” y con flecos en los bordes. Dijeron presentes a su vez los dados, estrellas y globos.  A los miembros encargados de moverse libremente al son de los bombos, con sus galeras amagando con caerse pero sin hacerlo del todo le siguieron ya sí, los redoblantes, golpeados como si allí dentro se acumularan las frustraciones de estos dos años tan difíciles.

El trayecto desde La Boca a Lugano estuvo marcado por la expectativa. Para muchos, era la vuelta a un hábito que los acompañó durante años pero que la pandemia hizo que quede un poco atrás en el recuerdo. Para otros, directamente, fue la primera vez que lo vivieron: la murga sumó muchos integrantes luego del covid.

Para ese momento, en la plaza había cuatro filas de personas en los costados de las vallas, y el pequeño anfiteatro formado por una grada de tres escalones de cemento alrededor del escenario estaba lleno. Las cinco voces (Javier, Sofía, Lucas, Juano y Daniel) subieron y comenzaron con la tradicional canción de bienvenida. Los problemas de sonido iniciales fueron aplacados por el andar incesante de los murgueros que no paraban de bailar allí debajo, y el golpeteo de los pies al suelo acompañando al mismo ritmo en más de un espectador.

La participación continuó con el esquema clásico. Al ritmo de presentación se le sumó la canción en la que la murga dio cuenta de sus orígenes y su identidad, haciendo referencia a “la elegancia con la que sabemos vestirnos los pobres cuando la cosa pinta rancia”. Llegó inmediatamente la crítica, que tuvo presentes los casos de gatillos fácil de ayer y hoy  (“No más Lucas ni Lucianos”), y dos pedidos, que la “Justicia sea justa” y “apagar la tele” para evitar la estigmatización de los pibes.

Finalmente vino la despedida, con su canto alusivo y el baile de retirada. A Lugano llegaría en breve una murga de Constitución y para Bombo, Platillo y Elegancia, era tiempo de abordar rápidamente los micros y emprender viaje a Parque Chacabuco, donde terminó la noche. Pero apenas se callaron los bombos hubo sonrisas, hubo abrazos, hubo más fotos y varios aplausos. El Carnaval había vencido a la pandemia y había vuelto. Una vez más.