La otra máquina de guerra

César González es cineasta y poeta. Nació en una villa, estuvo preso y eligió la cámara como herramienta para mostrar la discriminación, exclusión y violencia que dejan casi sin opciones a los pibes crecidos en la pobreza. Pero en sus películas también visibiliza la posibilidad de creatividad que tienen esos mismos pibes. Por Laura Cedeira
La otra máquina de guerra

Los pibes de las villas somos considerados salvajes a civilizar, ignorantes a educar, gente que no sabe”. César González dispara realidades que destruyen estereotipos. El cineasta y poeta describe (y se describe) a los villeros lejos del clásico y repetido estigma de la tutela. Pide recursos, organización y una estructura desde donde contribuir a la visibilización de los tantos “César” que hay en los barrios: “Muy pocas personas saben que en las villas hay un montón de pibes creativos, con potencia, con un montón de cosas para dar y enseñar”.

 
La historia de Camilo Blajaquis –el alias que usaba González en sus inicios como poeta- es pública y fue repetida en numerosas notas y reportajes. Luego de cinco años detenido, encuentra en la lectura y escritura la forma de convertir el dolor en una furiosa, potente y motorizante creatividad. Sus palabras sobre la violencia carcelaria, la realidad que soportan las familias en los barrios pobres de Buenos Aires y la forma en que la desigualdad y la exclusión son producidas en serie llegaron a la BBC de Londres, Telesur, la RAI y medios de Colombia, Brasil, Chile, Uruguay y (hasta) Rusia.
 
Su carrera comienza, durante su detención, con la edición de la revista ¿Todo piola?; más tarde publica los libros de poemas La venganza del cordero atado y Crónica de una libertad condicional; conduce el programa Alegría y Dignidad, el cual reflejaba la identidad de los barrios (Canal Encuentro, 2011); filma dos cortos Guachines y Truco; escribe y produce el documental Corte Rancho (Canal Encuentro y TV Pública, 2013); y dirige y produce dos largos: Diagnóstico Esperanza y la recientemente estrenada ¿Qué puede un cuerpo? El pibe de la villa, humillado y violentando en la cárcel por leer en su celda, encontró en el arte la llave del cambio y la esperanza.
 
Yo tenía bien en claro que visibilizar mi historia era una forma de salvar mi vida; porque por más que se diga que existe la igualdad, salgo a la calle y la sociedad no me hace sentir igual. Y si un pibe morocho como yo, va a pedir trabajo, no lo hacen sentir que es igual. Hoy para limpiar pisos, tenés que presentar tus antecedentes penales. Lo mío fue una forma de decirle a la sociedad ‘déjenme cambiar’”. En su última película el personaje principal parece decir lo mismo. Para él, sin embargo, todos los caminos conducen al mismo lugar: discriminación, exclusión y violencia; las pocas opciones de vida que le ofrece el sistema a un pibe nacido y crecido en la pobreza.
 
En comparación con otros films que intentan representar los modos de vida y problemáticas de la marginalidad –cine cuyo objetivo es, en general, para César “mostrar cómo viven los simios”- lo distintivo de Diagnóstico Esperanza y ¿Qué puede un cuerpo? está en el punto de vista y la sensibilidad del cineasta. “El problema no es la representación de una clase social sobre otra. Hay un montón de directores que no salieron de la pobreza y que la tocan con un nivel de profundidad arrasador”. La cuestión, dice, es no partir de la falsa dicotomía civilización – barbarie. “Yo muestro lo que, a pesar de todos los progresos y de un montón de cosas hermosas que han pasado en estos años, sigue ocurriendo en los barrios. Está la transa en una construcción diferente, en calles de asfalto, en casas con piezas y pintura”.
 
Filmar un milagro
 
El arte es político por naturaleza”, arremete González citando al filósofo Gilles Deleuze y utiliza el concepto de “máquina de guerra” para describir su trabajo. “El arte es lo que puede vencer a la infamia, a lo horrendo, a lo injusto. El arte como posibilidad, no solo de denunciar y mostrar todo lo doloroso, sino de mostrar una salida, de imaginar, dibujar, o fantasear con ella”.
 
El pibe villero no puede más que cubrir los puestos de trabajo que la clase media no toma (en caso de que tenga la oportunidad de acceder a un empleo digno). A una parte de la sociedad le resulta incómodo ver que un pobre piensa, y más aún que es artista. “Les cuesta entender que un mono haga arte. Cómo habla ese negro, dicen, no pueden creer que un pibe de la villa hable así. Pero no es culpa de la gente, la sociedad está creada así”, dice González y agrega: “¿Por qué hago cine se preguntan? Porque es el único que puede filmar un milagro. En el cine puedo mostrar, lo que muestro en Diagnóstico Esperanza, que un pibe de la villa termine siendo cantante”.
 
Su máquina de guerra es la cámara, allí es donde encuentra el lugar para dar batalla por el cambio. “Yo no tengo el sueño de la gran revolución. Es como dice Alan Badiou, basta de soñar la gran victoria; busquemos las pequeñas victorias. Cada nueva obra mía siento que es una pequeña victoria”.
 
El camino como poeta y cineasta que está construyendo González es, sin dudas, una gran “pequeña victoria”, solo superada por sus lúcidas y profundas interpretaciones de la realidad social y por la forma en que logra representarla en sus películas. Sin embargo, a su máquina de guerra muy pocos la quieren alimentar: cinco años después del comienzo de su carrera no cuenta con recursos ni apoyo para buscar y promover el nacimiento de, como dice él, “más César”.
 
La sociedad se enamora de estas historias de triunfo personal, de “resiliencia” pero luego en lo cotidiano, discrimina, desconfía, excluye. Habrá que ver entonces cómo seguir promoviendo más pequeñas victorias para, por lo menos, “contrarrestar la maquinaria que no descansa, que no duerme, la que le dice al ser humano que no somos amor, que somos odio, bronca y que tenemos que matar al de al lado”, lamenta César González, el director que seguirá filmando milagros.