Su verdadera casa

Jóvenes en situación de calle ya están viviendo en la casa que se gestó desde el Centro Educativo Isauro Arancibia. Estudiar, combatir las adicciones y buscar trabajo son los requisitos para estar. Tras construir un proyecto de vida, deben dejarles el lugar a otros. Por Luciana Rosende

Su verdadera casa

Las primeras noches, el silencio era insomnio. “Estábamos acostumbrados al ruido de la calle y a veces no podemos dormir con tanto silencio”, dice Nicolás. “Anoche uno no podía dormir y se puso a limpiar”, cuenta Joel. Los dos tienen 21 años y son parte del grupo que está estrenando la Casa del Isauro, gestada desde el Centro Educativo y la Asociación Civil Isauro Arancibia para jóvenes en situación de calle. Para nombrar la casa, quienes la pusieron en marcha hablan de “la verdadera”. Porque el proyecto surgió así, pensando en “una verdadera casa donde vivir”.

El Isauro Arancibia nació en 1998 como un centro educativo para adultos y adolescentes de nivel primario. Con el tiempo se fueron sumando chicos en situación de calle que paraban en la estación de Constitución. El centro creció para ellos y hacia 2006 se transformó en una escuela de jornada extendida. Para esa misma época, la casa comenzaba a ser imaginada.

“Siempre soñamos con un lugar donde ellos tuvieran cama, comida caliente, alguien que los esperara. En 2007 armamos la Asociación Civil con esta idea. Nos llevó todos estos años encontrar quién nos financie. Apareció el año pasado un banco y lo empezamos a concretar”, relata Laura Cestona, docente del Isauro durante ocho años y por estos días facilitadora pedagógica.
 
El centro educativo funciona como derivador de los jóvenes hacia la casa, pero los docentes no cumplen funciones en la vivienda. Allí, los coordinadores son el psicólogo Claudio Di Paola, el profesor de filosofía y psicólogo social Edgardo Tabasco, y Liliana Capuano, presidenta de la Asociación Civil. Además hay profesionales de educación popular, pedagogía social y otras disciplinas. Y hay acompañantes cooperantes las 24 horas.
 
Mientras Nicolás y Joel rallan el pan de ayer, Juan Carlos chatea con su hermana desde el comedor. Egresado del Isauro, aprendió a confeccionar bolsas ecológicas y las vende en la vía pública y en la feria de San Telmo. Vivía en un hotel cuando lo convocaron a la casa. Antes, dormía a la intemperie. “Decíamos que queríamos una verdadera casa donde vivir y de ahí salió el nombre –cuenta Juan Carlos, de 25 años- No queríamos las reglas de un hogar o un parador, donde tenés que bañarte con 50 chabones mirándote. Acá tenés tus cosas, no hay un horario para que te sirvan la comida. Es una casa”. Como buen anfitrión, invita a Sur Capitalino a compartir el almuerzo y pide que quede constancia.
 
La casa fue inaugurada en enero. Primero se mudaron una decena de varones, y estaba lista para sumarse la primera dama, con su hija de tres años. “Los primeros días era como estar de vacaciones, se cocinaba a cualquier hora y pasaban todo el día en la cocina”, comenta Tabasco. La organización y las dificultades de la convivencia se discuten en las asambleas de los miércoles. Y formar parte tiene sus requisitos: además de continuar los estudios, combatir las adicciones y buscar trabajo.
 
“La idea es apuntalar proyectos de vida durante un año y medio o dos. Cuanto antes se vayan, mejor”, resalta Di Paola. “Es difícil hacer un proyecto viviendo en la calle, porque te despertás a la mañana y no tenés tu mochila con el DNI. O quizás tenías una entrevista de trabajo y llovió y se te mojó la ropa. La idea es que entran y desde ese día empiezan a planificar su egreso, para poder en un tiempito salir y dejar el lugar a otros”, define la docente Laura Cestona.
 
En la cocina, Nicolás y Joel cuentan que ya prepararon pizzas y panes, tal como aprendieron en el taller de panadería del Isauro. “Yo andaba mal, escabiaba mucho, todo el día en la calle, capaz que ni comía. La escuela y los talleres me ayudaron”, dice Nicolás. Detrás suyo, en un cartel se lee “yo vivo en…” y la dirección de la casa, en San Cristóbal. “Es porque la otra vez nos paró la Policía y no nos acordábamos la dirección”, explican. Para ellos, el reciente fallo judicial que habilita a la Policía a pedir identificación sin motivo no es novedad.
 
Además de la donación de un privado, que permite solventar el alquiler, y del convenio con Desarrollo Social, los aportes solidarios permiten sostener el día a día de la casa: sobre todo, se necesitan elementos de higiene como cepillos de dientes y dentífrico, y comida (para dar una mano: isauroarancibia.ac@gmail.com). “Me ha pasado que vinieron a hacer la pintura ignífuga y me preguntan qué es el lugar y les cuento y me dicen ‘se me ponen los pelos de punta, yo te hago un descuento’. Vino también la gente a poner los cerramientos y la dueña dice que escuchó sobre la escuela en la radio y que estaba conmovida, que quería hacer una donación”, cuenta la presidenta de la Asociación Civil. Y relata el momento de la firma del contrato de alquiler, cuando la banquera que hizo la donación, la propietaria de la casa y los miembros del Isauro terminaron llorando: “El escribano no entendía nada”.
 
Todos en el equipo advierten que la experiencia aún es demasiado nueva, que falta mucho por aprender y que seguramente surgirán dificultades. Pero, mientras tanto, las primeras anécdotas se cuentan como triunfos: cuando dos jóvenes repararon el container de la basura y los vecinos aplaudieron; la vez en que un vendedor desconfió de uno de los muchachos y le terminó pidiendo disculpas, gesto al que están tan poco habituados. Y entonces uno de los coordinadores cuenta que “un muchacho, en una de las entrevistas, hablando sobre necesidades de la casa, dijo ‘a mí nunca me necesitó nadie. Cuando era bebé pusieron un cartelito, como si fuera un perro: Se regalan niños’. Su primera propuesta en la casa fue que hubiese un perro”.