Marino Santa María. El arte y la ciudad

Sur Capitalino entrevistó al artista que llenó de color las calles de Barracas. “Fue como pintar mi patio de juego”.
Marino Santa María. El arte y la ciudad

Marino es pintor. Pero no pintor de obra como su abuelo. Tampoco pintor de cuadros como su papá. Marino pinta el espacio urbano.

Durante su infancia hacía dibujos, los exponía en su casa y se los vendía a sus tíos. Pero de adulto el caballete le quedó chico y decidió salir a la calle para ponerle color a la Ciudad.

La función del arte es para Santa María modificar. Y al plasmar su arte en cada fachada modifica el espacio y su relación con el vecino. El arte es una herramienta de participación, de diálogo, de encuentro y como tal, mejora la calidad de vida.

La primera pintura que Marino realizó fuera de su lienzo fue en Puerto Madryn, en un mural de 400 metros de largo estilizó distintos dibujos mapuches. Luego planificó hacer arte en los colectivos y proyecciones en las fachadas de la Ciudad. Pero todo se postergó por su actividad educativa en el Bellas Artes.

A pesar de haber trabajado como profesor de Pintura durante 15 años y haber ocupado el puesto de Rector durante otros 7, Marino confiesa que lo suyo no es la educación. “Nunca me atrajeron las teorías docentes ni la formulación de ensayos pedagógicos, lo mío es la cosa práctica, el cuerpo a cuerpo, la participación social”. Quizás por eso pasó gran tiempo de su vida dedicado a la actividad sindical. Fue delegado estudiantil y luego gremial en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). En 1976, luego de ser declarado prescindible en su trabajo estatal, las fuerzas militares lo fueron a buscar dos veces a su casa, sin éxito. Participó en los clubes UNESCO y en 1981 fue nombrado su vicepresidente.

Aunque se inclinaba más por el socialismo, su padre fue perseguido en el 55 durante la autodenominada “Revolución Libertadora”. “Yo siempre fui peronista”, dice Marino orgulloso y asegura que ese ideal se lo debe a su madre, fiel seguidora del general. Marino luchó por la vuelta de Perón en 1972, “todos los dibujos para los volantes eran por su vuelta al país”, recuerda.

Y fue justamente durante un gobierno justicialista que realizó grandes modificaciones en la Escuela Prilidiano Pueyrredón de Bellas Artes. Logró que un decreto presidencial de Carlos Menem nombrara universidad a su escuela. En su gestión como rector también se creó la carrera de Dibujo, la extensión cultural y los postgrados, se triplicó la cantidad de alumnos y se duplicó la superficie edilicia.

Pero cuando los caminos para modificar la escuela comenzaron a complicarse decidió volver a su taller. Y su taller es la Ciudad.

Marino no habla mucho de su pasado. Sus frases son vagas y esquivas. “Es que en general jamás miro para atrás” dice y aclara “no porque tenga cosas malas. Es una actitud. Siempre pienso en los proyectos de mañana”.

Proyectos cumplidos
Con el ferrocarril como música de fondo, la calle Lanín se abre camino como una acuarela en medio del grisáceo barrio de Barracas.

Es que cuando a Marino Santa María el taller le quedó chico se le ocurrió pintar las fachadas de las casas de la calle que lo vio nacer. El proyecto surgió hace unos años y rápidamente el Gobierno de la Ciudad y la Legislatura porteña lo declararon de interés cultural. La empresa ALBA y la Fundación Banco Ciudad pusieron el resto para que Marino pudiera cumplir su sueño. “Esta es la calle de mi infancia. Fue como pintar mi patio de juego. Ahora miro por la ventana de mi taller y es como ver mis cuadros pero de 10 x 8”.

Y los vecinos felices... El arte no sólo cambió sus fachadas, también modificó el ánimo del vecindario y hasta mejoró su calidad de vida. Es que a pedido del artista la comuna cambió las baldosas y sacó la basura que se acumulaba en el final de la calle. Ahora todo luce mejor.

Marino grabó su pintura en cada una de las casas respetando su identidad, sin borrar su historia. Las huellas del pasado perduran entre los colores fuertes. Los amarillos, verdes, violetas, rojos y negros se mezclan con los portones y las rejas típicas de las callecitas del sur. 

Martina Noailles