“El arte no es guita”

 Artista en metal. Viajero de la vida. Después de 50 años, volvió a su Cañadón Seco natal para hacer un taller de herrería y oficios con la chatarra que deja YPF. De regreso a La Boca, planea levantar una escuela social “para los que están buscando y no encuentran”. Por Leandro Vesco. Foto: Gentileza Carlos Sarraf

“El arte no es guita”

 Carlo Pelella está de vuelta y es el último artista de La Boca con el espíritu de Quinquela. Nacido en Salta, pero criado en la soledad patagónica de Cañadón Seco, su niñez la pasó jugando entre gallinas y perros cimarrones, el desierto fue su confidente. Desclasado y aventurero, se fue de viaje por veinte años. Estuvo en todas partes, Latinoamérica y Europa, viajó sin dinero y sin saber idiomas tuvo amigos y trabajo, gracias a “la hermandad de los que viajan”. El arte siempre le dio el equilibrio necesario para no volverse loco. Hoy, planea hacer una escuela de artes y oficios para los niños de La Boca.

 
“Quiero que esto trascienda, que todo aquello que a mí me hizo bien, pueda hacerle bien a las demás personas. Con el correr del tiempo te comenzás a plantear el existencialismo: ¿para qué vivimos? Sino tenés algo donde apoyarte, pirucheas. O quedas en la nebulosa. El arte entonces te sanea, yo no sé si te sana, pero te acompaña y es lo que yo quiero potenciar, además soy un exponente de esto”. La palabra potenciar está en el vocabulario de Pelella, quien se halla en un momento de lucidez muy franco y su voz suena a sentencia, por entre los huecos que esta realidad le permite, ha hallado el camino para posicionarse en un plano en el que pocos pueden estar: la voz y el pensamiento de Carlo son muy útiles para La Boca de estos días. “Yo sé muy bien dónde estoy. Este taller está en la avenida principal del Distrito de las Artes, pero no quiero que esto se convierta en un Farmacity. Yo quiero armar acá la Escuela Social”.
 
Hace unos días atrás a Pelella le robaron todas sus herramientas, pero él sabe que gracias a “su sarta de amigos maravillosos” pronto tendrá más herramientas que las que les fueron robadas. “Yo quiero que en la Escuela Social el que vino a robar, vuelva pero para aprender un oficio, para que se haga él mismo el carro para cartonear. Porque lo que se viene es la lucha del pobre contra el pobre, el sistema va para ese lado, y estaría bueno que evolucionemos juntos para poder hacerle frente a esta política. Yo quiero ayudar a los que están en ese tramo, los que están buscando y no encuentran”.
 
A los 21 años, una semana después de conseguir la mayoría de edad, se fue de viaje. Ese viaje tardó veinte años. “Bolivia, Perú, Ecuador hasta llegar a Panamá, no podía avanzar más porque estaba la guerrilla de Sandino y entonces pintó un vuelo a Luxemburgo y un día pasé de estar a 30 grados a la mañana para terminar a treinta bajo cero a la noche”. Pelella relata su viaje como si fuera una película y de alguna forma lo es: vivió muchas vidas en una. “Por no tener un peso estuve una semana en el aeropuerto de Luxemburgo, de ahí me fui a Alemania donde me fue más fácil enseñarle a los alemanes que aprendan el español que yo el alemán, era la época del Muro y no había nada, pero me las ingeniaba para salir cada tres meses para renovar mi vida, después estuve en Bélgica y terminé en Italia, en Abruzzo, criando cabras, hacía dulce de leche y alfajores y salíamos a vender en los pueblitos de la región”.
 
Pelella habla de las fuerzas y las energías que mueven el hilo de nuestra vida. El desorden le permite crear y recrear a partir de la nada. En Europa conoció una sociedad organizada donde queda poco margen para un movimiento de piezas. “Vos nacés y ya sabés el nombre del geriátrico en donde vas a terminar. Yo no podía con eso y regresé en 1995, pero fue como atrasar veinte años. Pero entre los dos mundos me quedo con este desorden. Los viajes me enseñaron que hay energías que están alrededor nuestro, uno atrae todo el tiempo, lo bueno y lo malo. Cuando pienso en cómo hice para estar veinte años por el mundo sin dinero y desconociendo idiomas, sólo fue posible por ser una persona positiva, siendo positivo se te abren todas las puertas, ahora sé que todo es mental, es una predisposición”. Una vez en Argentina volvió a La Boca: “Es un barrio al margen y los márgenes son terribles, pero eso potenció la palabra artesanía. Sanidad por el arte. A los chicos de la calle el arte los puede acompañar a estar en una situación más armónica, porque el sistema te dice todo el tiempo que consumas: pero necesitás plata, y el arte no es guita: es estar en armonía con vos, y si estás armónico, la guita más o menos, fluye”.
 
Hace unos días, Pelella volvió a Cañadón Seco, los giros de la vida lo hicieron regresar a la soledad de su niñez. Lo convocó la Fundación Valdocco, una organización mundial que nació en un pequeño pueblo de Turín, brazo humanitario de la comunidad salesiana, que tiene en la Patagonia un galpón donde recuperan “a los vulnerables de la sociedad”,  allí los contienen, les dan un oficio y educación. Pelella fue allí para hacer un taller de herrería y oficios con la chatarra que deja YPF, quien les donó el espacio.
Imposible no reconocer la importancia social de un artista como Carlo Pelella, quien vive días que se mueven entre “el yin y el yang”. Hace unas semanas el gobierno de la Ciudad lo homenajeó con una gigantografía de Marcos López a metros de su taller. Se siente feliz por esto, pero sabe que su soñada “escuelita social” será su legado. “Yo pretendo vivir cuatro años más. Todavía estoy lúcido y quiero que todo esto –señala el espacio donde tiene su taller – trascienda. Por eso les digo a mis amigos: si ven que estoy pirucho, llévenme a una montaña de nieve, con un porro y una ginebra y dejen que me duerma ahí”.
 
Contacto: www.facebook.com/cpelella