Imprentas del pueblo

Así llamó Rodolfo Walsh a las paredes que, desde cada rincón del país, levantan la voz, luchan, denuncian, aman. Y La Boca es uno de esos barrios que de pintadas sabe, y mucho. Con su identidad y su historia empuñando brochas, aerosoles y pinceles, el Tercer Encuentro de Muraleros “Freddy Filete Fernández” sumó otros 30 muros al acervo popular barrial.  Por Facundo Baños

Imprentas del pueblo

 Es jueves 13, el día acompaña. Ayer empezó en La Boca el tercer encuentro de muraleros y ahí están, desparramados por el barrio, hundidos en un silencio, ellos y su pared. Esta vez, tal vez por única vez, la jornada tiene nombre propio: Freddy Filete. Ese amigo que partió de todos los que se quedaron; de todos estos que se alejan un poco de la pared para ganar perspectiva, que bajan del andamio para aceptar un mate y que le preparan un tachito de pintura a un pibe que se acercó; de todas estas que clavan la mirada en un punto muerto del muro deshilachado y piensan cómo lo van a preparar, que tienden la lonería sobre las baldosas y le sonríen a una vecina que salió hasta el almacén.

 
Este homenaje es la manera más amable que encontraron sus compañeros de celebrar su primer cumpleaños sin él. En su perfil de Facebook, que ahora dice “en memoria de”, hay cariños de mil formas y colores. Somos muchos los que caminamos de mural a mural, uniendo puntos como cuando éramos chicos pero en un papel imaginario que tiene a La Boca de fondo: hay un Riachuelo de témpera sobre el margen y esa vía calladita que es como un renglón que se va para cualquier lado. Berni Chempio dice que compone sus murales a partir de fotografías y que esta vez usó cinco. Ella está pintando la emergencia habitacional que está tan al día en todas partes, pero que en La Boca siempre es un poco peor. “Me gustó la imagen de la ropa colgando en los conventillos.
 
La familia está presente y también hay algo de fantasía, porque la realidad ya sabemos cómo es”, dice esta artista que se vino desde San Miguel. Un codo más allá, en el cruce de Suárez y Brown, ya está abotonado contra la pared el esqueleto de un mural que no va a pasar desapercibido. Lucho pertenece al taller de La Belgrano, la famosa escuela de Bellas Artes del barrio de La Boca: él cuenta cómo se fue dando el proceso organizativo del evento, de la mano de la agrupación La Boca Resiste y Propone, pilar fundamental de esta y tantas otras movidas que custodian el sentido de pertenencia de estos márgenes de la ciudad. Ahí, en la esquina, la fachada del viejo banco sigue ofreciendo sus ornamentas, como si no hubiera habido un incendio voraz, como si ese fuego no se hubiera cobrado la vida de seis hermanitos que dormían adentro, a falta de un hogar más decente. “El mural va a reflejar la quiebra del banco como consecuencia de las políticas neoliberales de los noventa, el vaciamiento de las fábricas, las ollas populares y el avance de las cooperativas, y también habrá una representación alegórica de los seis chicos soplando, para apagar el fuego ellos mismos”. Será el espejo de una vergüenza que alguien debiera sentir.
 
En Irala y Lamadrid tiene su local la agrupación Boca es Pueblo, y ahí está Beto Yapán “continuando la tarea de Freddy”. Es cierto, no tiene el aspecto de ser una frase que amerite un entrecomillado, lo que pasa es que así, con ese nombre, figura en el flyer del encuentro el cartel que está fileteando. Y no es casualidad, desde ya: “Mientras estuvo en el hospital, hizo un bocetito de la tipografía que él quería para Boca es Pueblo. Los compañeros me lo hicieron llegar y ahora estamos trabajando a partir de esa idea. Es un honor para mí”. Beto explica que Freddy les inculcaba el compromiso con el barrio y la idea de un arte que no es solamente ir a pintar el mural sino tomarse un mate con el vecino, conversar, generar vínculo y ver qué anda pasando por ahí. Dice que hay que demostrar que es posible hacer arte “desde lo popular”, y cuando lo dice se refiere a que no siempre son necesarios los recursos que bajan del Estado. Es un debate que tiene un sabor especial porque La Boca es el campo de batalla donde cada día se espadean la estética oficial, que pretende imponer el gobierno, y la cultura barrial de resistencia, que tiene que ver con todas estas organizaciones cuyo único interés es la defensa de los laburantes. Estamos hablando, como Carpani, de un motor que está siempre encendido: la construcción desde abajo de una cultura nacional y latinoamericana. “Freddy era un militante de la pintura. La utilizaba para decir cosas, porque hay que entender que un mural no es solamente algo decorativo, sino también un medio de comunicación”, agrega Beto, antes de volver a trepar el andamio.
 
Justo enfrente del local está la Plaza Matheu, y si uno se echa a rodar por Irala barranca abajo va a tropezar con el borde de la Brown, que está unas cinco cuadras más allá y todavía un poco más despeinada. Es una fórmula más bien sencillita: cuanto más al sur, cuanto más se huele el sudor del Riachuelo, más dolor, más a la buena de dios.
 
Me acerco a Julián por un costado y le quiero preguntar si es él, pero mis palabras se hunden debajo de la carrocería de un camión que justo salía de la fábrica, así que le vuelvo a preguntar: sí, es él. Según el machete que traía en el celular, en Salvadores y Alvar Núñez habría un homenaje a los desaparecidos de La Boca y a los presos políticos. La pared de la ochava, a primera vista, está prácticamente terminada. Trazos gruesos y colores duros remiten irremediablemente a la idea de algo que no tendría que haber pasado, a una tristeza insondable que brota de nuestra historia tercermundista. Cuenta Julián que en las paredes contiguas se verá una frase, “La Boca no olvida a sus desaparecidos”, y la imagen de Milagro Sala. “Voy a ver si alcanza el tiempo para hacer a la Milagro”: así lo dijo. Se acuerda de Freddy cada vez que escucha El Cosechero, no tanto por lo que dice la canción sino porque el propio Freddy no dejó de cantarla ni un momento mientras estuvieron en el Chaco haciendo el mural de Ramón Ayala.
 
Lucas Quinto produce contenido en otro rincón que tampoco decía nada: el laburo que está haciendo puede parecer anacrónico, porque la creación de la FORA se corresponde con la lucha obrera de fines del Siglo XIX y principios del XX, y recuerda los emblemas anarquistas que se destilaban en ese tiempo. Él tomó el desafío de contar esa historia relacionándola con un presente que no es tan distinto, por muy absurdo que parezca: “Cien años después, la lucha es la misma. Ya vimos lo que pasó con los trabajadores de PepsiCo y con un montón de fábricas que siguen cerrando y dejan a la gente en la calle. Los reclamos sindicales son prácticamente los mismos de siempre”. Lucas es de La Matanza, el gigante del Conurbano que había sido sede de las primeras dos versiones de este encuentro de muraleros. Esta vez le tocó viajar a él. Explica que cada mural funciona como un diálogo que es abierto y sugerente, que no se ajusta ni a la idea original que pudo haber tenido el barrio ni a un concepto propio del artista, sino que es el choque de esos dos puntos de vista. Una desembocadura y la intención de ir un poco más allá.
 
Lamadrid al 700 es el epicentro boquense que rinde culto al Rey Caminito y se inclina manso y servicial frente al turismo que vino hasta aquí en colectivo alto, porque cómo no va a pasar por La Boca si anduvo por Buenos Aires. Ellos piden Maradona y ahí está, un maradona cansado que posa para la foto con su franja de pelo amarillo. Ellos piden tango y ahí están, tangueros de risa fácil que bailan el 2x4 en cajita de porcelana. Ellos piden conventillo y ahí está, adentro de algún marquito que se envuelve por dos monedas. El de tamaño real no tiene relevancia, lo que importa es el adorno que acredita que estuvieron ahí. ¡Cómo no iban a pasar por La Boca! Pero desde Lamadrid se ve el fondo del conventillo real y, en medio del patio, el andamio de los compañeros de la Brigada Ramona Parra, que viajaron desde Chile porque no se quisieron quedar afuera del encuentro. Perdieron la cuenta del kilometraje que los llevó por los caminos de América Latina, interviniendo paredes, estrechando vínculos, haciendo comunidad. En esas andanzas se encontraban con Freddy pero también con Lucas y con muchos de estos muraleros que andan hoy desparramados por La Boca, sabiendo que a la vuelta de la esquina hay un colega despabilando otra pared. Desde el Rey Caminito se alcanza a ver el trabajo de la Ramona, como un sol trepando la medianera.
 
“El viejo río que va, cruzando el amanecer”: así arranca la canción que tararea Julián mientras recuerda a su amigo, a pocas cuadras de acá. “Voy a ver si hago a la Milagro”, me había dicho el jueves, y ahí está la Milagro, inmortal en su pared, con el chulo en la cabeza. Es sábado y la lluvia que se largó impide el recorrido que estaba previsto por los murales del barrio. Mejor que llueva: una ayuda para esos seis chiquitos que están soplando el incendio, ahí en el banco de Brown.