Folclore en rojo y negro

Adrián Bernal y Andrea Hammerschmidt llegaron al barrio hace un año y quedaron enamorados de la “potencia cultural” que se respira en La Boca. Planean enseñar folclore con impronta de ciudad pero sin olvidar los orígenes. “Bailar te salva la vida y es una salida laboral”, afirman. Por Pablo Waisberg

Folclore en rojo y negro

“Hacemos folclore industrial”, dice Andrea Hammerschmidt y repite Adrián Bernal y los ojos de ambos parecen volver al pasado, adonde van a buscar la síntesis de esa definición que suena contradictoria. Pero la explicación es simple: él se crió en Hurlingham, en un barrio obrero, ella en Bahía Blanca y desde el fondo de su casa veía una hilera de chimeneas y llamas anaranjadas. Los dos llegaron, por distintos caminos, a esas danzas de tierra adentro, que los migrantes trajeron desde las provincias, pero las bailan con cadencia de conurbano bonaerense y cierta impronta de miles de horas de heavy metal, que escuchan desde su adolescencia. Hace un año se instalaron en La Boca y en noviembre participaron del IX Festival de Tango de la República de La Boca, independiente y autogestivo, que en 2018 hizo base en El Malevaje.

 
La danza fue un salvavidas para los dos y La Boca es el lugar que eligieron después de recorrer muchos barrios. “Es una plaza cultural muy potente. Y para mí, que bailo desde los 13 años, esto es como con los jugadores de fútbol: salen de los barrios porque tienen que tener los pies con tierra. Con el folclore pasa lo mismo y, ahora que nos acomodamos un poco, estamos buscando un lugar para enseñar folclore y compartir nuestro conocimiento, porque bailar te salva de muchas cosas y porque también es una salida laboral”, explica Adrián, que tiene 48 años y una remera negra que dice Motorhead en letras blancas.
 
“Llegamos a la conclusión de que bailar nos salvó la vida. Porque bailar te conecta con el cuerpo y funciona como una válvula de escape”, completa Andrea, que tiene 50 y un apellido difícil de pronunciar, que heredó de sus antepasados alemanes llegados del Volga, unos herreros especializados en la confección de martillos. Es profesora de danza contemporánea en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). También es técnica química pero se quedó con la danza.
 
Bombo y groove
Adrián empezó a bailar desde muy chico. Pasó por una academia de Hurlingham y después fue a la Escuela de Danza de Morón. La danza le permitió recorrer muchos lugares, conocer gente y otras culturas. Andrea hizo toda la carrera de bailarina clásica, llegó a Buenos Aires y se metió con la danza contemporánea y, después, con danza teatro. Hasta que llegó al folclore.
 
La historia de ese último tramo la recuerdan así: daba clases en la UNA y una alumna de ella, que era pareja de baile de Adrián, la invitó a ver una presentación en La Catedral, en pleno barrio de Almagro. Todo fue más o menos como siempre hasta que, después de la muestra y ya saliendo del lugar, Adrián tarareó un tema.
 
-¿Conocés Cavalera Conspiracy? – preguntó Andrea, sorprendida, casi sin creerlo.
-Claro.
 
Esa banda estadounidense de groove metal, formada por dos de los brasileños de Sepultura, era solo para entendidos. Eso les gatilló alguna fibra íntima, empezaron a hablar de esa otra música que los conmueve y “el resto de la gente desapareció”, dice Adrián. Poco después, ella tuvo que aprender ese “lenguaje nuevo” -precisa Andrea- que es el folclore para una bailarina clásica y contemporánea.
 
A partir de allí empezaron a bailar juntos. Eligieron no bailar con coreografías y eso les otorga un brillo propio, una emoción diferente. Combinan los pasos tradicionales, que pueden encontrarse en cualquier peña de provincia, pero con la impronta de esos barrios industriales donde se criaron. Sus movimientos y gestos también están destilados por “la potencia del heavy metal” al que vuelven todo el tiempo.
 
“No podría bailar nunca como una persona que trabaja la tierra. Me crié en Morón, en un barrio lleno de fábricas, donde escuchaba las sirenas del inicio de turno laboral todos los días. Estaba a tres cuadras del arroyo de Morón, con sus manchas de aceite de colores”, explica Adrián, que trabajó en tres fábricas químicas, dos de detergentes y una de agrotóxicos.
 
Por eso, la vestimenta de sus presentaciones tiene también esa esencia que no quieren dejar para no traicionar al público ni a ellos mismos. “Usamos el rojo y negro, que son los colores del anarquismo, con motivos basados en diseños mapuches. Eso nos representa”, completa Andrea, que no se siente cómoda con vestidos con bordados de flores ni trenzas con moños.
 
Además les encanta bailar en espacios que no son tradicionalmente folclóricos. Por eso se sumaron, felices, a la última edición del Festival de Tango de La Boca y subieron al escenario de Malevaje, entre una y otra formación de tango. Eso les permite ampliar horizontes, salir de los encorsetamientos y compartir.
 
Porque como repiten una y otra vez: “La danza es para compartir”.