El 2001 en los ojos de una niña

Cuando estalló la rebelión popular, Antonella tenía 9 años y su mamá vendía tortas y empanadas en Caminito. "La infancia y la inocencia", recuerdos entre el club del trueque, el frigorífico y los juegos en el empedrado.

El 2001 en los ojos de una niña

No podría decir con precisión el orden de los hechos.

En ese momento los escenarios cambiaban constantemente y sólo registraba imágenes de una película en VHS entrecortada.

Hace 20 años mi vieja preparaba tortas y empanadas todas las semanas. Comíamos mucho de eso, porque era lo que cocinaba para vender en la plaza de los Bomberos. Su carro de café era multiuso. Todo lo que pudiera, entraba en sus estantes. Cada tanto, los carteles se estropeaban por la lluvia, entonces yo aprovechaba para rehacerlos con los marcadores gruesos que guardaba exclusivamente en el mueble negro, así yo no los gastaba. Siempre buscaba la oportunidad de probarlos porque me encantaba su trazo (y también me tentaba que estuvieran prohibidos).

 

Hace 20 años mi viejo manejaba un taxi. No lo veía mucho más que a la mañana, cuando me llevaba a la escuela. Para el 2001, ellxs se habían separado hacía cuatro años. Todavía seguía preguntándome porqué y, al mismo tiempo, no esperaba que se junten nuevamente. Prefería lidiar con sus demandas por separado. 

 

Los fines de semana en la plaza no eran lo que cualquier niñx espera del paseo familiar. Sin embargo, éramos varias familias que se reunían a la expectativa de que algunxs turistas aporten al mango que iba a rendir el resto de los días. Mi vieja se ubicaba al lado de Mary y León, abuelxs de un compañero de mi hermana. Ella era abogada pero vendía gaseosas y panchos. Nuestro carro tenía mucha comida elaborada pero yo siempre quería la chatarra. Competía con las empanadas de carne y su repulgue perfecto y las tortas, entre las que se encontraba la famosa tarta de manzana. Algo nuevo para muchas personas fue probar la sopa paraguaya. Yo me desvivía por conseguir cualquier pedazo que llene mi ansiedad angurrienta y el aburrimiento de esperar hasta las 18 hs para volver a casa.

 

Cuando no trabajaba en la plaza, tenía turnos en el frigorífico, a la vuelta de casa. En general, yo no hacía escándalo, me bancaba cualquier circunstancia. Pero hubo una noche que lloré porque la extrañaba, aún sabiendo que estaba a 200 metros. Recuerdo la inmensidad de la cámara frigorífica y su temperatura bajo cero. Ella entraba y salía constantemente con poca protección. Cocinaba pollos fritos para los shopping y las estaciones de servicio. Lo que sobraba, casi siempre, eran menudencias y grasa. Lo repartía a varias familias a la redonda. Se iba de noche, volvía a la madrugada. Nos hacía el desayuno y cuando volvía de la escuela, la encontraba nuevamente cocinando. 

 

Hace 20 años, para ver la tele, subía a la casa de mi abuela. Los saqueos y la violencia eran moneda corriente. Lxs jubiladxs llorando y gritando en las puertas de los bancos. Después de eso, venía Videomatch. Inolvidable la humillación a De La Rúa. La verdad que sí, era aburrido.

 

Hace 20 años, el club del trueque al que íbamos era el local de una cooperativa de vivienda en Olavarría y Azara, al lado de la antigua fábrica de Alpargatas. Ahí mi vieja llevaba algunas cosas y se llevaba otras. Me encontraba entre mantones en el piso, un laberinto de antigüedades, mientras bajaban de un camión bolsones de mercadería. No habían muchos juguetes que me llamaran la atención. En uno de esos veranos empezamos la colonia en la escuela 10, en brandsen y hernandarías. No me gustaba estar ahí. Quería irme de vacaciones a Miramar. Pero entendía que la plata no daba ni siquiera para comprarse unas zapatillas en el outlet. Me peleaba con muchxs pibes. Tenía algunas enemigas porque me costaba ir atrás de “la popular”. En la fila siempre fuí la 2da, por suerte había alguien mas petisa que yo. 

 

Hace 20 años jugába a ser otra, en los alrededores del pasaje colorido más famoso del mundo. Mis piernas eran de dálmata por los moretones. A veces, saltaba las cadenas que colgaban en Iberlucea y magallanes como si jugase una carrera de salto en vallas. Hasta que un día, me caí de lleno al empedrado y ese día mi rodilla dijo: no más. Hubo un momento que en casa, de ser tres integrantes pasamos a ser ocho. Mi tía era la segunda madre. No recuerdo la razón pero tuvo que escaparse de Burzaco, para estar un poco más tranquila. Supongo que tenía relación al papá de mis primxs. Mi vieja dormía con nosotras. Mi tía con lxs otrxs cuatro. Mi otra tía vivía en un conventillo, rodeada de ucranianxs. Otra guerrera que lidiaba con su pareja, dos varones y una bebé recién nacida. Entre las tres hacían equipo de supervivencia. 

 

Hace 20 años era una nena de 9 años. 

Hace 20 años vengo preguntándome porqué algunas cosas no cambian en el barrio.

Hace 20 años entendí que no todxs podían tener infancia.

Hace 20 años veo la diferencia que existe por conservar la inocencia.