En el bajo de La Boca, el cacerolazo no se escuchó

Después de cortar el puente Nicolás Avellaneda, bajaron a las cinco esquinas. A poco de desconcetrar, empezaron a sonar las sirenas de los patrulleros que llegaban desde el centro. Después, sonaron los balazos y los gases. El supermercado de Brown y Olavarría quedó vacío.  

En el bajo de La Boca, el cacerolazo no se escuchó

Quizás nuestra formación escolar, tan afecta a cierta efeméride, nos acostumbró a centrarnos en determinadas fechas y a olvidarnos de que generalmente los hechos históricos son el resultado de un proceso de marchas y contramarchas, de flujos y reflujos, de acciones y reacciones, en los que intervienen numerosos actores. 

Del 2001 recuerdo que todos los días, los diarios, la radio y la televisión daban cuenta de protestas, movilizaciones, huelgas, cortes que tenían lugar a lo largo y ancho del país. Por esa época la actividad que desplegábamos en el barrio resonaba en otros barrios de la Capital, del Conurbano y de otras regiones del país y muchas veces me encontraba buscando las notas que daban cuenta de esas acciones en las que participábamos como parte de un incipiente trabajo de "prensa" de la organización. 

No voy a cansarlxs enumerando las actividades en las que tomamos parte, pero sí me parece que vale la pena destacar que, como un paso hacia la unidad de las organizaciones, por esa época conformamos la Mesa de Enlace barrial de La Boca (antes que las "Mesas de Enlace" fueran asociadas a la oligarquía terrateniente) y luego nos incorporamos a la Federación de Tierra y Vivienda (FTV) con ánimo de aportar a la construcción de una organización nacional que diera cuenta de las demandas y las reivindicaciones de ese sujeto social sobre el cual no derramaban los contenidos de las copas neoliberales.  Y algo debemos haber aportado en ese sentido porque a fin de año la Mesa de los Sueños de la Agrupación Héctor Germán Oesterheld nos eligió para darnos uno de los premios "El Eternauta" que anualmente otorga a la militancia social, sindical y política.

 

Diciembre

Recibimos el premio en el Centro Asturiano de la calle Solís.  No recuerdo la fecha, pero debió haber sido a mediados de diciembre. 

Quizás me deslumbró la presencia de tantxs luchadorxs de tantas gestas populares y quise aportar mi granito de arena.  O quizás me dejé llevar por la inconsciencia cuando al recibir el premio en nombre de la organización, luego de agradecerlo y de hacer una pequeña historia de nuestro recorrido de apenas cinco años, conté en qué estábamos en ese momento y mencioné que íbamos a pasar unas Fiestas muy duras ese diciembre si no lográbamos alguna entrega de alimentos extraordinaria por parte del gobierno y el compromiso de cobrar los “Planes Trabajar” antes de la Nochebuena. 

Agregué que, como el gobierno era insensible a nuestros reclamos, nos veíamos obligados a salir a la calle con esas reivindicaciones e invité a lxs presentes a acompañarnos en las calles.  Les dije, para terminar, que la cita era el próximo 19 de diciembre desde la mañana y que cada unx de lxs presentes podían acercarse al lugar que le resultara más cercano porque habíamos logrado coordinar con distintas organizaciones de la Capital y esa jornada de lucha iba a contar con al menos siete cortes de calles y accesos simultáneos. 

Creo que fue la primera y última vez que logré poderes premonitorios.  Durante varios años, la Agrupación Oesterheld promocionó la entrega de los premios “El Eternauta” haciendo mención de que en la entrega del 2001 se anticipó el estallido del 2001.  Exageraciones de publicistas.

 

El 19, de día

De los siete cortes simultáneos que se realizaron el 19 de diciembre en la Capital, en La Boca cortamos el Puente Avellaneda. 

Desde aquel primer corte en el invierno de 2000, habíamos aprendido algunas cosas y, entonces llegamos a la subida de la Av. Alte. Brown y Pinzón desde distintos puntos del barrio para evitar que la policía nos contuviera en algún punto y no pudiéramos realizar el corte.  Hay que mencionar que la vieja comisaría 24 está a pocos metros de la subida del puente. 

También habíamos aprendido a “despejar” el puente, permitiendo que los vehículos que estaban viniendo de provincia descendieran para que la policía no los usara para “tirárnoslos encima” y desbaratar el corte con el constante tránsito.

Si lográbamos sostener la primera hora, hora y media de corte, la medida estaría garantizada.  Algunos neumáticos encendidos distribuidos a cierta distancia y las tarimas de madera también encendidas, pero esta vez para calentar las ollas en las que se iba a preparar el guiso, completaban el cuadro y mostraban a las cámaras que se acercaban a cubrir la protesta que habíamos logrado instalar un piquete en toda regla. 

No teníamos previsto quedarnos más que algunas horas, pero armamos algunas carpas para hacerle frente al sol del verano que ya se anunciaba y para que los informes de la policía no pudieran dar cuenta de cuánto tiempo íbamos a permanecer en el corte.  De cualquier manera, éramos conscientes de que estábamos llevando adelante una medida de fuerza y no un picnic.  De esa acción dependía, en última instancia, qué llevaríamos a la mesa de nuestras familias ese fin de año. 

A fines de 2001 los teléfonos celulares no estaban extendidos como ahora y mucho menos el servicio de internet, por lo que la coordinación con los otros cortes que se desarrollaban en simultáneo exigía mucha atención y responsabilidad.  Algunxs movilerxs con lxs que habíamos construido una cierta relación de simpatía, nos ayudaban a pasar mensajes entre un corte y otro.

Esxs mismxs movilerxs nos traían noticias de lo que pasaba en la Ciudad y en el país.  Hacia la tarde ya había rumores crecientes de que el algún funcionario de primera línea se dirigiría por cadena nacional.  En algún momento recibimos la visita de los encargados del por entonces Centro de Gestión y Participación de La Boca y Barracas que venían con instrucciones del Gobierno de la Ciudad para establecer un canal de diálogo.  Estos funcionarios también manifestaron el clima enrarecido que se empezaba a respirar.  Era conveniente que la noche nos encontrara en nuestros hogares, atentxs a las noticias que se fueran produciendo.

Luego de una ronda de consultas con las organizaciones encargadas de los otros seis cortes, acordamos en que bajaríamos del Puente Avellaneda alrededor de las 18:00 para realizar un acto en “las cinco esquinas”, la intersección de la Av. Alte. Brown, la Av. Benito Pérez Galdós y Wenceslao Villafañe donde muchas veces concentramos cuando nos disponíamos a movilizar hacia el centro de la Capital o donde nos manifestábamos sin llegar al extremo de cortar el Puente Nicolás Avellaneda, significativo acceso a la ciudad.  A las cinco esquinas concurrirían delegadxs de los otros cortes para demostrar la unidad, intercambiar impresiones sobre la jornada y anunciar la continuidad del plan de lucha.

 

El 19, de noche

Desconcentramos por Alte. Brown hacia el Riachuelo cuando el sol se ponía sobre la Bombonera.  En cada esquina se iban desprendiendo grupos de familias rumbo a sus casas, piezas o conventillos.  Un grupo importante seguimos hasta el bajo.  Por entonces vivía en Olavarría y Necochea y hacia allá fuimos con mi compañera y un compañero que iba a pasar la noche en casa.  Lxs tres seríamos felices con una ducha fría, una fresca y un colchón mullido.

No hubo tales. Habían pasado minutos de las 20:00.  La cadena nacional había sucedido.  De la Rúa había establecido el Estado de Sitio.  Días después nos enteramos que en ese momento estalló un cacerolazo.  En el bajo de La Boca no se escuchó.  Sí escuchamos las sirenas de los patrulleros de la policía que surcaban la noche rodeando esa especie de triángulo que forman las Avenidas Alte. Brown, Suárez (que en esa parte parece calle) y Pedro de Mendoza.  Subimos a la terraza y el reflejo de las luces de los móviles policiales se multiplicaba en un operativo que no habíamos visto hasta entonces.  La comisaría 24 no tenía tantos patrulleros.

Bajamos a las corridas y salimos a la calle para encontrarnos con un patrullero casi en la puerta de casa.  La oscuridad de la calle -no se había encendido el alumbrado público- nos permitió volver a entrar sin ser vistos.  Nos asomamos cuando el patrullero doblaba por Ministro Brin.  Encaramos por Necochea hacía Pedro de Mendoza.  Sobre Necochea, pero sobre todo sobre Pedro de Mendoza, vivían varias familias que participaban de la organización, con quienes hasta hace un par de horas habíamos estado en el corte del Puente.  No lo conversamos.  No lo acordamos.  Pero de alguna manera sabíamos que teníamos que llegar hasta ahí.

De frente venía una camioneta policial.  Nos pegamos a la pared y no nos vieron.  En otras circunstancias hubiéramos corrido por la calle.  Esa noche anduvimos a los tropezones por las veredas irregulares de La Boca.  Los conos de sombras nos protegían de la gorra.  Mientras avanzamos escuchamos chirridos de neumáticos, detonaciones de armas de fuego, explosiones, pero también un sonido sibilante como el de las cañitas voladoras cuando emprenden vuelo.  Ahora que lo pienso no recuerdo gritos, voces o llantos.  Seguro que estaban ahí y los borré de la memoria.

Un primer problema fue cruzar Lamadrid.  El baldío de la esquina y la vereda alta de enfrente no ofrecían cobertura.  Y, hacía Ministro Brin, con el rabillo del ojo, se advertían las luces ondulantes de un patrullero.  Una sombra cruzó Lamadrid en diagonal, buscando Alte. Brown.  El patrullero arrancó detrás de ella.  Era nuestro momento de avanzar.  Pero, entonces, detrás nuestro y de contramano escuchamos un motor que se acercaba.  Era mucho más grande que un patrullero.  Intentamos pegarnos a la pared sin dejar de correr.  Entonces otra sombra menuda y providencial salió de un taller delante nuestro y cruzó hacia el terreno del Puente Avellaneda.  Oímos un estampido y la sombra cayó hacia adelante, como empujada por una violenta ráfaga de viento.  Enseguida pasó delante nuestro un colectivo azul de la policía.  Un cobani, en el estribo, recargaba su escopeta.  Cuando el colectivo dobló por Pedro de Mendoza nos cruzamos donde había caído la sombra que ya se levantaba.  Era Omar, de un taller mecánico sobre Pedro de Mendoza que se había convertido en vivienda.  Hijos de puta, dijo y se sacó la remera.  Su pequeña espalda había recibido una andanada de perdigones y era una constelación de puntos rojos que comenzaban a sangrar.  Dimos un paso atrás, por instinto.  Quizás Omar advirtió nuestro recule.  Hay que seguir, fue todo lo que dijo.  Hay que seguir, y volvió al trote corto, casi rengueando hacia Pedro de Mendoza.

Sobre la avenida nadie era dueño de la situación.  El edificio de la esquina estaba en silencio.  De lo que alguna vez fue la cantina “El Pescadito”, cada tanto se asomaba alguien, hasta la vereda, hasta la calle y apenas veía un móvil policial, se zambullía adentro.  Los patrulleros, camionetas y el colectivo pasaban cada tanto, como si fueran parte de una ronda, y realizaban algún disparo al bulto.  En el pavimento quedaban los casquillos de perdigones y alguna bomba de gas lacrimógeno.  Del primer piso de la gomería y de Zanchetti volaban piedras, botellas y otros proyectiles con destino a los móviles policiales, pero siempre a destiempo, ninguno logró alcanzarlos.  La recova de Zanchetti estaba más poblada.  Detrás de las gruesas columnas, varixs compañerxs, desafiaban el ir y venir de los patrulleros.  Si pudiéramos abstraernos y pensar en otras circunstancias, la escena hubiera parecido un juego infantil en el que lxs habitantes de Pedro de Mendoza buscaban ocupar la avenida y la policía irrumpía de golpe para impedirlo; lo que provocaba el repliegue de lxs vecinxs hacia sus viviendas; para volver a salir cuando los móviles doblaban alguna esquina.

En este lugar mis recuerdos recuperan las voces.  Creo que el ganar la calle por lxs vecinxs estaba acompañado por un “La Boca…  La Boca…  La Boca…” como el que solíamos cantar en nuestras movilizaciones y que iba in crescendo desde un murmullo hasta un grito a flor de cuello.  El canto se interrumpía cuando pasaba alguno de los móviles por la avenida y entonces era reemplazado por las puteadas más creativas que se pudieran imaginar en medio de una represión como nunca habíamos visto.

No sabíamos que pasaba en otras partes del barrio.  Alguna comunicación con alguno de los escasos celulares nos daba la versión de gente ganando las calles y marchando hacia Plaza de Mayo.  Había que romper el cerco que se cerraba sobre el bajo de La Boca, tomar contacto con aquellas columnas, denunciar la represión sobre las viviendas, los conventillos y asentamientos y así lograr que la policía se retire.

Con algunxs compañerxs procuramos dar una vuelta a la manzana, para intentar agrupar a lxs dispersxs en ese foco de resistencia en el que se había convertido Zanchetti y desde allí, con una columna lo más grande que pudiéramos armar, romper el cerco policial y ganar Alte. Brown.

Pisar Ministro Brin, pero sobre todo Lamadrid y también Necochea era entrar en una atmósfera completamente distinta a la que se respiraba en Pedro de Mendoza.  Quizás por estar sobre el Riachuelo y no tener edificios delante, el aire era mucho más respirable.  Las calles de alrededor guardaban una mezcla de pólvora y gas lacrimógeno que nos hizo retroceder.  La costumbre de otro siglo hacía que por entonces usara pañuelo de tela, así que lo mojé en cualquier canilla; me tapé nariz y boca, y así pude avanzar.

A esa altura de la noche ya había salido la luna y, compañera, nos acompañaba con su brillo.  Avanzamos y retrocedimos conforme se acercaran o se alejaran los móviles policiales.  Según nos contaban lxs vecinxs, la policía disparó gases lacrimógenos dentro de algunas viviendas.  En los breves diálogos me llamó la atención encontrar más bronca que miedo.  Y, si bien no fueron muchxs lxs vecinxs que aceptaron nuestra idea de armar una columna para salir del bajo, la mayoría nos entendía, deseaba buena suerte y manifestaba quedarse para cuidar su hogar y familia de los ataques policiales.

De vuelta en Zanchetti, con lxs que habíamos salido y lxs pocxs que se nos sumaron, esperamos que pasaran los móviles policiales por Pedro de Mendoza hacia el asentamiento y al paso más rápido que nos daban las piernas encaramos por la avenida hacia Alte. Brown.

El escenario era otro en esa avenida.  Como si fueran dos barrios distintos.  El bajo permanecía a oscuras.  De Alte. Brown para el lado de Patricios, estaba iluminado como cualquier otra noche.  En la esquina de Olavarría nos encontramos con una columna de compañerxs de la organización y vecinxs que se habían sumado a una columna improvisada.  Hubieran querido ir a Plaza de Mayo, pero aceptaron permanecer en el barrio cuando lxs compañerxs les contaron lo que pasaba en el Bajo.  Recuerdo haber visto alguna bandera argentina.  A las atropelladas, hablando todxs juntxs, corrigiéndonos las versiones, transmitimos lo que habíamos vivido.  Quizás por lo que había pasado más temprano; quizás porque es un punto neurálgico; quizás porque podía ser una caja de resonancia, empezamos a caminar por Alte. Brown hacia el Puente Avellaneda con intención de cortarlo.

En la esquina de Brandsen una cara que empezábamos a conocer y que no terminaríamos de conocerla nunca, se acercó hacia nosotrxs.  Con una media sonrisa, la corbata floja, en mangas de camisa y un handie en la mano el subcomisario Cayetano Greco, de la comisaría 24, casi nos pedía por favor que no subiéramos al Puente.  La situación estaba tan podrida, dijo, que iba a tener que reprimir sin miramientos.  Para lxs que veníamos del Bajo sus palabras sonaron a mal chiste.  Algunxs de nosotrxs se le fueron al humo exigiendo que parara la represión en el Bajo.  Se encogió de hombros y creo recordar que miró para abajo cuando reconoció que no eran policías de la 24.  Vienen del Departamento Central, dijo.  Tienen sus propias órdenes.  Tienen que contener las zonas donde pueda extenderse el conflicto.

No recuerdo si alguien preguntó si el conflicto no tenía que llegar más allá de Alte. Brown o si todo fue un sobre entendido de miradas.  Creo que Greco asintió con la cabeza y enseguida agregó: yo, con el personal que tengo, tengo que garantizar que el Puente Avellaneda esté despejado.  Para terminar con: no voy a poder hacer nada más.

Un supermercado que estaba sobre Alte. Brown al lado de la vieja farmacia de Olavarría, y al que no pocxs vecinxs del Bajo le tenían bronca por los altos precios y los bajos fiados, pagó los platos rotos.  Si la memoria no me falla, fue todo muy rápido: levantar la persiana; entrar con las manos vacías y salir con las manos llenas, incluso con los mismos carritos del supermercado.  La alarma alertó a los móviles del Departamento Central, que fueron llegando de a uno.  Tal vez la cantidad de gente los obligaba a esperar a concentrar todas las fuerzas antes de avanzar sobre la multitud.  Empezaron a formarse en la esquina de Alte. Brown y Lamadrid y a preparar toda la parafernalia.  Creo que, a esa altura de la noche, no sería tanta por la cantidad de municiones y gases que habían derramado sobre el Bajo.  Así que les quedaba la presencia y los garrotes.

Alguien gritó: LOS CABEZA DE TORTUGA.  Y, así de rápido como había entrado en el supermercado, la multitud emprendió el regreso para el Bajo.

No era cosa de quedarse en el medio de la avenida, entre los cabeza de tortuga y el personal de la 24, así que enfilamos por Olavarría hasta nuestra casa.  El farol de la calle estaba encendido, así que no me costó encontrar la llave.

 

El 20

No hacía mucho que la organización había adquirido un inmueble frente a la Plaza Matheu a través de un crédito hipotecario por la Ley 341.  Era el primer crédito que contemplaba, además de las familias que accedían al techo propio, un espacio para que una organización social tuviera su sede.

A medida que nos íbamos despertando ese 20 de diciembre, recibíamos la convocatoria a encontrarnos en esa vieja casona, que alguna vez había sido un laboratorio de cosméticos y que tenía un conventillo al fondo.

Cada compañerx que llegaba traía nuevas noticias de lo que sucedía en el país.  De acuerdo con esas noticias, algunxs creímos que debíamos movilizarnos a Plaza de Mayo.  Sin embargo, la opinión de que lo que había sucedido en la jornada anterior en el barrio fue lo bastante fuera de lo común y que nos había puesto en un lugar de enfrentamiento con fuerzas policiales que respondían directamente al poder central y que no sabíamos a ciencia cierta que iría a suceder en el territorio en las próximas horas, inclinó la balanza por quedarnos en el barrio alertas, activxs y atentxs a lo que fuera sucediendo.

Un episodio que sucedió durante el día pareció confirmar que habíamos tomado una buena decisión.  Estábamos en la vereda, alternábamos entre el inmueble y la plaza.  Habíamos sacado algunas banderas y aprovechamos para charlar con lxs vecinxs cuando de un fiat palio celeste metalizado que se había estacionado en la esquina bajan dos hombres trajeados.  Uno de ellos se adelanta.  Tengo la imagen de Lee Van Cleef en “El bueno, el malo y el feo” pero tal vez se deba a que en un momento del intercambio de palabras que tuvimos con él, se desprendió el único botón del saco que llevaba abrochado, casi como al descuido y en un movimiento “casual” de llevarse la mano al bolsillo del pantalón, dejó a la vista un brillante revolver plateado.  Se presentó como el comisario de la 26 -la zona aledaña a la Plaza Matheu estaba en esa jurisdicción- y entre comentarios sobre la situación política intentó sonsacarnos qué íbamos a hacer durante el día.  Supongo que vino a marcar la cancha.  Creo que para despedirse nos tendió la mano y la tuvo que embolsillar una vez más porque tan sólo le dimos un “hasta luego”.

Supongo que fue después de ver todo ese movimiento con la “autoridad” que un vecino sacó un televisor a la vereda, desenrolló un largo cable coaxil y estuvo un rato intentando sintonizar una señal que nos trajera los últimos acontecimientos del día.

Fue en ese televisor, con lluvia y fantasmas, en la vereda de la calle Lamadrid, frente a la Plaza Matheu, que nos enteramos de la renuncia de De la Rúa y vimos el helicóptero sobrevolar los techos de la Casa Rosada.  Nos fundimos en un gran abrazo colectivo.

Un par de días después estábamos repartiendo los alimentos que habíamos conquistado durante la jornada del 19 de diciembre de día.  Fue en lo que hasta hace poco era la subsede de la Comuna 4 en la Av. Suárez 2032, que quedó inaugurada con un grupo de organizaciones sociales y políticas del barrio distribuyendo alimentos entre lxs vecinxs.  Pero esa es otra historia.