¿Vuelven las cantinas?

Una fundación, los hilos de un gobierno y el negocio inmobiliario. Lejos de los años dorados de la calle Necochea, dos de los tradicionales locales reabrieron pero como centro social y espacio de arte. A metros de allí, en la misma semana tres viviendas fueron desalojadas por la Ciudad. Dijeron peligro de derrumbe. Sur, abandono y después.

¿Vuelven las cantinas?

El anuncio circuló en redes sociales la semana previa al aniversario 155 de la República de La Boca. Tuvo como punta de lanza a una loable Fundación con arraigo en el barrio, aunque por detrás podían verse los hilos del Gobierno de la Ciudad. La fecha del lanzamiento fue el mismo sábado de cumpleaños. Como buen colado, este cronista se metió en los festejos, bailó cumbia y medió en una discusión entre policías y un puñado de vecinos que, blandiendo una botella plástica cortada y rellenada con vino y algún otro jugo barato, también a su modo celebraban, aunque del otro lado del vallado. “Esto es el barrio, no esas luces que pusieron ahí y que después se llevan”, gritó la señora que parecía liderar la etílica reyerta. Se refería al escenario donde cantaban tangos, o tal vez a las guirnaldas y reflectores instalados para la ocasión. Fuera de los 100 metros de la zona destinada a los festejos oficiales, el barrio seguía siendo el barrio.

No se trata de pinchar globos. Esta reflexión propone levantar la guardia para no terminar aplaudiendo negociados ajenos disfrazados de buenas intenciones.

¿Y las cantinas? El afiche que anunciaba la vuelta –un flyer muy difundido en redes sociales– hacía referencia a dos proyectos: la conversión de la vieja cantina Rímini en Galería Social, y la “reinauguración” de Los 3 Amigos, en la esquina de Suárez y Necochea (frente a Il Piccolo Vapore, la que supo ser una de las cantinas más pintorescas por su ochava convertida en un vaporetto genovés). Rímini, a partir de ahora, cumplirá la función de espacio para exhibiciones de arte; Los 3 Amigos parece, en cambio, destinada a funcionar como centro social, con bailongos incluidos. Así fue el día del cumpleaños del barrio y así se sigue anunciando desde entonces (pasé por allí otro sábado, temprano, y ofrecían desayunos gratis con “chocolatada y galletitas”, ropero solidario, taller de dibujo y apoyo escolar).  

El abandono de la calle Necochea –y de las aledañas, y de toda esa zona del barrio– es tal, y acumula tantos años, que cualquier iniciativa que revierta la desidia merece ser celebrada. Pero de allí a afirmar que “vuelven las cantinas” hay un abismo. El objetivo parece improbable aun cuando avance el proyecto de “Refuncionalización de la calle Necochea y su entorno”, que ya sometió a licitación el Gobierno de la Ciudad. En el pliego se aclara que “refuncionalizarán” Necochea entre Suárez y Olavarría, y el tramo de esas dos cuadras hasta Brown, es decir, apenas unos 300 metros. No sé si está bien –porque finalmente harán algo– o está mal –porque atender solo ese pequeño sector parece una iniciativa destinada a no prosperar… salvo para quienes hagan algún negocio con ello–. Digámoslo de nuevo: actualmente el abandono es tal… 

Tampoco se trata de pinchar globos –se veían muy lindos los del día del festejo– ni ejercitar un quejocismo inconducente. Esta reflexión propone, apenas, levantar la guardia para no dejarse llevar por un espíritu celebratorio que nos ponga a aplaudir negociados ajenos disfrazados de buenas intenciones. 

Porque, por fuera de los focos que ahora se encendieron sobre esos 100 metros de la calle Necochea, la realidad social golpea igual. De la fiesta no pudieron participar las 20 familias desalojadas de tres casas clausuradas “de inmediato”, en esa misma cuadra, una semana antes del cumpleaños barrial. Sin el preaviso que marca la ley, de pronto se quedaron sin sus magras pertenencias, “de patitas en la calle”, como se decía en los tiempos de las cantinas. “Vacían el barrio por tandas”, lamentó, el mismo día del desalojo, una militante que fue a apoyar a las familias desahuciadas. Los desalojos no fueron ordenados por la Justicia, como otros cientos en el barrio. Llegaron de la mano del Gobierno de la Ciudad que definió que los inmuebles estaban en peligro de derrumbe. Justo en los días previos a la inauguración. Justo en la misma cuadra. Viviendas que, en lugar de vaciarlas sin mínima contemplación, la gestión podría haber ayudado a recomponer. Pero no. Le hace el trabajo sucio al mercado.  

Con ese puñado de pobres menos, el festejo se hizo, el sol acompañó y pudo verse mucha otra gente del barrio disfrutando. Está bueno, cada vez que se puede, tener ocasiones para celebrar. Aunque la realidad no-oficial se las arregla para seguir haciéndose notar. Un par de sábados después, en la esquina de Necochea y Olavarría, no sonaron cumbias sino cuatro disparos policiales. El oficial ejecutor dijo que un hombre intentó robarle el arma. Este cronista aprendió a desconfiar a priori de toda versión policial, pero hay que reconocer que el relato resulta verosímil: el abandono es tal que delincuentes de diversas calañas se pavonean desafiando por igual a agentes policiales y a vecinos silvestres. Nadie en el barrio lloró al occiso.

Así las cosas, ¿quién imagina, en este contexto, la vuelta de aquellas cantinas abarrotadas de familias disfrutando comidas abundantes y espectáculos estridentes, en ejercicio pleno de un permanente espíritu de carnaval? 

Hay mucho por hacer para recuperar aquel esplendor deseado. Del mismo modo que resisten los frisos en las paredes que realizó Vicente Walter, un albañil que supo integrar el arte al contexto –como lo habían hecho décadas atrás Benito Quinquela Martín y la generación de Oro de artistas de La Boca–, en esta ocasión habrá que saber integrar a la gente del barrio al contexto. Algo que el actual jefe de Gobierno –el que mueve los piolines detrás de estos proyectos de “refuncionalización” limitados a algunos negocios amigables– ya dijo que no le interesa contemplar.