Kbrones: Una salida colectiva y solidaria

En Barracas funciona la Cooperativa Textil de Trabajo Kbrones, conformada por ex presos que buscan la inclusión laboral y social. A ellos se sumaron ex operaries de talleres clandestinos, que transmitieron su oficio. Debido a la cuarentena, se enfocaron a producir barbijos y también crecieron: abrieron un comedor y sueñan con una radio. 

 

Kbrones: Una salida colectiva y solidaria

Por Pablo Waisberg

Primero fueron bolsos, carteras, billeteras cosidas a mano, hasta que les quedaban hinchadas como globos. Después, aprendieron a usar las máquinas de coser y salieron las primeras camperas con media cabeza de cabra bordada en la punta de la manga. Pero el salto más interesante llegó, tal vez, cuando aprendieron a fabricar camisas, pantalones y mamelucos para la industria metalúrgica y energética, y con la pandemia sumaron barbijos para enfrentar el Covid-19. Entre una punta y la otra de la historia nació una cooperativa que logró superar las rejas de una cárcel y se convirtió en una fuente de capacitación, trabajo y recuperación: Kbrones, ropa de doble impacto.

“No fue fácil armar la cooperativa porque no nos dejaban, pero nos habíamos dado cuenta de que teníamos que encontrar una forma de ponerla en marcha porque era la forma de tener trabajo al salir de la cárcel”, recuerda Julio Fuque cuando su memoria vuelve a los últimos días en la Unidad 12 de Villa Gorina, en La Plata, donde nació la primera cooperativa intramuros. Ahora recorre las habitaciones donde una veintena de personas cortan, cosen y bordan, en Australia y Santa Elena, en Barracas.

Hasta antes del inicio de la pandemia producían ropa de seguridad que, paradojas del destino, les compraba el personal de las fuerzas de seguridad y del servicio penitenciario. Pero la propagación del virus obligó a la cuarentena como único remedio para enfrentar la enfermedad y la economía sintió el impacto. Eso golpeó directo sobre la cooperativa que, rápidamente, volvió a adaptarse y empezó a producir barbijos: vendieron cien mil unidades a un sindicato.

La astucia

La cooperativa terminó de nacer en 2009. Hasta ese momento había sido todo más o menos como el resto de los talleres que se realizan dentro de las cárceles: los detenidos aprenden algún oficio y producen, pero no logran avanzar más allá de la formación, cosa que no es menor. Pero ese año impar, Fuque constituyó la cooperativa y eso permitió pensar en un horizonte mayor. En realidad, la comisión directiva estaba formada por los familiares porque la ley no les permitía ocupar esos cargos de dirección porque tenían causas.

“Para aprender a formar una empresa logramos que ingresaran al penal los técnicos en cooperativismo, que los hacíamos pasar por familiares nuestros. Nos capacitaron mientras seguíamos trabajando y empezábamos a tener salidas transitorias que nos permitían vender los productos en ferias artesanales de La Plata”, dice Fuque. Eran los días en que las manos se les hinchaban porque no tenían máquinas, pero igual tiene un recuerdo lindo de aquellas jornadas: “El maestro Aníbal Abuin nos enseñó todo”, recuerda.

Cuando en 2011 salió en libertad, empezó una nueva etapa porque le había “prometido a los compañeros que los iba a ayudar” y buscó la forma de montar la cooperativa. Era la manera de tener un camino de salida, que permitiera una posibilidad real de no reincidir en el delito y sin trabajo esa posibilidad siempre se angosta. “Pero tuvimos mucho apoyo de la Fecootra, que nos alquiló un predio por un año en La Matanza, donde montamos la marroquinería hasta que nos dimos cuenta de que estábamos rodeados de talleres textiles clandestinos y ahí usamos la astucia que teníamos para delinquir”, dice y sonríe pícaro.

La mudanza

Chequearon horarios de ingreso y salida, y fueron a hablar con las y los trabajadores de aquellos talleres. Los invitaron a sumarse a la cooperativa. “Les estábamos ofreciendo trabajar de otra manera y algunos creían que era mentira, pero finalmente logramos sumar a algunos, que nos enseñaron el oficio: aprendimos a coser camisas y otras prendas”, recuerda.

Al finalizar ese primer año, se mudaron a Barracas porque tenían varios clientes en la Ciudad y les resultaba más eficiente estar más cerca de ellos. Para ese momento, la mitad de los asociados de la cooperativa habían cumplido su condena y dejaron el penal. La otra mitad habían decidido dejar los talleres clandestinos.

Mientras la cooperativa crecía, el proyecto empezó a “exportarse”: los empezaron a imitar en Uruguay, Costa Rica, Chile y Europa. Y Fuque se convirtió en el director nacional de cooperativismo en cárceles de la Federación de Cooperativas de Trabajo de la República Argentina (Fecootra) para impulsar el nacimiento de otras cooperativas.

En los últimos meses, decidieron ampliarse y volcarse al barrio. Alquilaron el galpón de la esquina de enfrente y pusieron en marcha un comedor, donde almuerzan los y las trabajadoras y también los vecinos del barrio. Es el primer paso de un galpón cultural, que van a incluir a un espacio de producción (muebles con madera de pallets y un taller de bordado a máquina), un gimnasio para los y las integrantes de la cooperativa y una radio.