Carnavales del 1900

Turcos, Negros y Pampeanos fueron algunas de las comparsas que desfilaban por las calles de Barracas a principios del siglo XX. Sin espuma en aerosol, harina, ceniza y agua eran las armas con las que contaban los vecinos para divertirse en los corsos de antaño.

Carnavales del 1900

Para describir el carácter multitudinario de la celebración del Carnaval, Jaime Roos que, además de conocer, compone lindo y bien, sitúa una de sus más bellas canciones “en el tumulto de los húsares de Momo”.  Y algo de esa descripción es posible encontrar en el territorio de las Barracas en las carnestolendas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.  Elijamos un calzado cómodo, descolguemos la levita y, de la mano de don Enrique Horacio Puccia, recorramos los “pintorescos carnavales de Barracas (y) sus ‘comparsas’”.

 

“Laburante’ enamorados”

Llegado febrero un acuerdo tácito parecía marcar las actividades cotidianas en el barrio.  Luego de cumplida la jornada laboral vecinas y vecinos se apresuraban a regresar a sus hogares a cambiarse la ropa de trabajo por otra más cómoda para salir a la vereda y enfrentarse en verdaderas batallas cuyos proyectiles podrían ser agua, harina y hasta cenizas que en las casas más previsoras tenían la costumbre de guardar, esperando el segundo mes del año, producto de las cocinas y la calefacción a leña y o carbón.

La caída del sol marcaba una tregua en la que los combatientes se retiraban a asearse para volver a salir ya de noche, pero, esta vez, rumbo a los corsos donde confluían no sólo las y los vecinos de la cuadra o del conventillo, sino de todos los rincones del barrio con sus ropas de gala o con disfraces que eran un derroche de imaginación.

Sin embargo, no faltaban algunas “patrullas perdidas” que se imbuían de tal manera en el espíritu carnavalesco que rompían con la organización horaria en aras de prolongar la diversión con operaciones que repercutían y llegaban a la prensa como el periódico barrial “El Imparcial” del 19 de febrero de 1893 que, según cita Enrique Puccia en su libro “Barracas, su historia y sus tradiciones (1536-1936)”, bajo el título “La Ceniza” denuncia que “desde hace muchos años que en Barracas no habíase jugado con ceniza y harina tan pública y escandalosamente como el miércoles último. Cuadrillas (…) de hombres y muchachos (…) cargados de sacos de harina y sin importarles un bledo convertían en blanca fantasma a la primera (mujer) que asomaba la ñata. Hubo calles que las guerrillas eran sostenidas desde puertas, balcones y almacenes (…). Esas bromas, abominables, llegaron a tal punto de barbarie, que en varias fábricas se negaron a entrar las operarias en vista de no ver vigilante alguno que las defendiera de los ‘harineros’. Lo sucedido es en verdad bochornoso y mucho sentimos tener que afirmar que la policía no ha cumplido con su deber (…)”.

 

“Palpitante de alegres canciones”

A pesar de la demanda de intervención policial frente a las acciones de las pandillas carnavaleras, la presencia del Estado se hacía sentir, sobre todo, en los límites que solía poner a la festividad tanto de manera directa, determinando dónde se realizarán los corsos, como de manera indirecta, negando apoyos económicos, logísticos y de infraestructura a los vecinos.

Previsores, les habitantes de Barracas, desde meses antes del Carnaval, constituían comisiones encargadas de realizar colectas, solicitar donaciones y comprometer asistencias para así lograr financiar la fiesta que, no está de más recordar, era libre y gratuita para todos y todas. Cuanto más efectiva fuera la recaudación, más se podría “vestir” el corso: guirnaldas, banderines, flores, palco para autoridades y jurados. La iluminación se hacía a gas, cuya contratación también había que negociar, para la cual se montaban grandes arcadas que cruzaban la calle de vereda a vereda y que tenían faroles distribuidos alternadamente.

No siempre la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires otorgaba permisos para que los corsos se desarrollaran en la Av. Montes de Oca. Iriarte, Vieytes, California, Patricios serán otras de las arterias por las que desfilarán las comparsas. Resulta curioso, o no tanto, que los decretos municipales del 1900 hagan hincapié en algo que vuelve a ser una preocupación de las autoridades actuales: en uno de los artículos se podía leer: “Concédese permiso para iluminar y embanderar las siguientes calles, en que se podrán formar igualmente corsos, pero sin que se suprima la circulación de tranvías y vehículos en general”.

 

“Hoy venimos al barrio”

Sería largo nombrar a todas las comparsas que desfilaron por las calles de nuestro territorio. Mencionaremos algunas que tienen características curiosas.

“Los Turcos de Barracas” fue durante muchos años la agrupación carnavalera más numerosa, llegando a superar los 300 integrantes. Se organizaba como el séquito de un sultán quien viajaba, junto con una consorte, en una carroza tirada por una docena de caballos blancos. Hombres ataviados con babuchas, chalecos cortos y turbantes marchaban alrededor del vehículo a pie o a caballo.  Mujeres de túnica y velo arrojaban flores a la concurrencia y detrás iban los músicos amenizando el desfile. Se dice que el sultán era elegido de acuerdo con el aporte económico que hacía para la puesta en escena.

En el mítico barrio de “Los Olivos” se cultivaban los ritmos del candombe.  Agrupaciones como “Negros del Sahara” y “Negros Olivos” se fusionaron en “Los Negros Unidos” logrando que las crónicas de la época la destacaran como una, “(…) de las sociedades candomberas que mejor se han presentado, (…) trajes sencillos, elegantes, con mucha uniformidad y conservando excelente organización”.

Sin embargo, no todo era exotismo oriental o ritmos afro. Desde Barracas al Sud, cruzando el Riachuelo a caballo, llegaban en perfecta formación “Los Pampeanos” ataviados con bombachas, pañuelo al cuello y luciendo sus avíos típicamente gauchos. Cuando llegaban frente al palco saludaban a las autoridades del corso y a la concurrencia con un mensaje que aún resuena en las noches carnavaleras de Barracas,“¡Cancha para Los Pampeanos, / que vienen de buena suerte, / y van buscando la muerte / para morir soberanos!”.

Epígrafe de la foto que ilustra la nota: Palco oficial del corso de la calle Patricios, en el año del 'Centenario'. La nota gráfica fue registrada en horas de la tarde antes de iniciarse el desfile. Quienes aparecen montados a los costados del palco oficiaban de 'comisarios' del corso.  Atrás puede observarse parte del frente del edificio de la antigua Casa Peuser".