Un túnel de colores

En abril se cumplieron 20 años de la inauguración que cambió para siempre las tres cuadras del pasaje Lanín. La intervención del artista Marino Santa María sobre sus fachadas lo convirtió en uno de los atractivos turísticos más visitados de Barracas. Tres vecines nos relatan cómo es vivir en una galería a cielo abierto.  

Un túnel de colores

“Tengo 56 años y vine acá cuando tenía 11”, dice Mariana Borella, obligada a levantar la voz mientras pasa el tren Roca. Su papá compró una casa sobre el pasaje Lanín después de haberse ganado 20 mil pesos en la lotería: “con el descuento quedaron 16 mil. La casa la compró con 12 mil y con los 4 mil restantes la arregló”. La casa del señor Borella y su familia fue una de las primeras en ser intervenidas por el artista Marino Santa María, hace veinte años atrás: “mi papá siempre salía en todas las fotos”, cuenta su hija mientras atiende el vivero que tiene sobre el pasaje. También recuerda que “Carlos Andrés Calvo se cambió en la casa de mi mamá”, y enumera la cantidad de personalidades que pasaron por la calle Lanín, las publicidades filmadas, los rodajes televisivos y las producciones varias que tienen como escenario las tres cuadras que componen esta callecita porteña del sur. La última que recuerda es la de la comediante Dalia Gutman: “estuvo toda una tarde haciendo acá la sesión de fotos, después se quedó tomando mate”. Dice que está acostumbrada a que la calle donde vive sea una suerte de museo al aire libre. Que no le molestan los turistas y transeúntes que entre fachada y fachada se toman alguna foto. Acostumbrada, como al ruido del tren, que casi no percibe.

Diego y Guadalupe buscaban una casa donde construir un hogar con sus dos hijes. Pensaban que en Parque Patricios, La Boca o Barracas podrían encontrar más espacio que el que tenían en Boedo: “el método de búsqueda era los domingos salir con el mate a recorrer y ver los carteles, para ya ver la fachada, la calle y qué nos parecía acogedor. Vimos el cartelito y fue una hermosa casualidad, la de haber recalado en este rincón”. Cuando compraron la casa sobre el pasaje Lanín, la fachada ya estaba pintada por Santa María. “Queremos mucho al barrio, al pasaje, a nuestra casa. Por suerte conserva los adoquines que hace que la gente pueda ir más lento y que pueda disfrutar del pasaje, de sus colores, de sus diseños. Es como un rincón con una identidad particular: me pasó muchísimas veces de venir con un taxi que no conocía el pasaje, o con otra gente que viene y es la primera vez que lo ve, y te das cuenta de cómo se sorprenden, cómo se sorprenden felizmente. Trae felicidad. El color, la textura y los diseños, tienen una belleza que transmiten eso. Creo que le aporta diversidad a la ciudad, no conozco otros espacios similares”.

Marino Pérsico, el padre de Marino Santa María, era artista plástico. Ceramista. Una placa lo recuerda en el taller de Lanín 33. Su esposa, Soraira Santa María era de Diamante, Entre Ríos, donde la familia pasaba los veranos. La infancia de Santa María consistió en recorrer Barracas, jugar a la pelota sobre el empedrado de la calle Lanín e ir a ver a Boca. Su tío tenía un comercio sobre la avenida Patricios, y su tía era obrera en la Fábrica Águila: “mi mejor satisfacción era cuando le regalaban a fin de año la caja con chocolates y rajaba para Diamante en barco. Era mi mayor felicidad”.

Ya grande y con trayectoria acumulada como artista plástico, se propuso hacer en Barracas, su barrio, algo que no tuviera que ver con el puerto ni con el tango, e intervino el pasaje de su infancia con obras abstractas, fragmentarias. Entre tantos colores, mosaicos venecianos y azulejos partidos, Santa María tiene sus fachadas favoritas, pero todavía falta mucho para que la obra en su conjunto esté terminada -aún se encuentran colocando mosaicos, lo que permitiría que las fachadas se preserven mejor ante el paso del tiempo-.

“Arte urbano”, dice la página de la ciudad al referirse a la obra de Santa María. “Arte público con una intervención urbana consolidada”, especifica él en la entrevista. Pero una vez apagado el grabador es cuando da la mejor definición: “Es como entrar a un túnel de colores”. Un túnel de colores y texturas que hoy cumple veinte años.