El suplente: la literatura no sirve para nada

Una escuela de Isla Maciel, las violencias cotidianas, los prejuicios de las instituciones y el intento de un profesor de acercar la literatura a les pibis. Con algunos estereotipos, pero con imágenes de las realidades que atraviesan los barrios del sur, de eso se trata la película que protagoniza Juan Minujín y que se puede ver por Netflix.

El suplente: la literatura no sirve para nada

—¿Leíste el Facundo?

—Sí, claro… civilización y barbarie.

—Bienvenido a la barbarie.

El diálogo refleja la bienvenida que recibe Lucio (Juan Minujín) a la sala de profesores. Él es escritor, pero se gana la vida como profesor de Letras. Odiado por haber perdido el concurso en una cátedra universitaria, toma unas horas de Literatura en una escuela pública. No se dice en ningún momento dónde está ubicada esa escuela. Sí podemos identificar, durante toda la película, el paisaje social y urbano de La Boca y la Isla Maciel. Es ahí donde una de sus colegas le propone un diálogo tan real como descarnado. Es que muchas de las cosas que vemos en El suplente, dirigida por Diego Lerman, reflejan los problemas estructurales y los prejuicios que hay en las instituciones del Estado para abordar las realidades que se escapan de los estereotipos de clase media.

Y Lucio lo va a vivir en carne propia cuando pretenda cautivar a sus estudiantes con poemas tan hermosos como lejanos para ellos. No hay en esa propuesta pedagógica, por más buena voluntad que se le ponga, nada que interpele a esas pibas y pibes que se duermen porque laburan de noche o les cuesta pensar porque no tienen nada en el estómago o porque simplemente no ven, por el momento, en la literatura más que una imposición escolar, aburrida. Nada que les diga: acá en estas páginas también se habla de vos.

Lucio pretende cautivarlos con poemas tan hermosos como lejanos. Por más buena voluntad, no hay nada en esa propuesta que interpele a pibes que se duermen porque laburan de noche.

¿Para qué sirve la literatura?, había preguntado Lucio en su primera clase. Para Nada, fue la respuesta de Walter, y el profesor le dio la razón. Lucio entonces cambia de estrategia, deja momentáneamente la poesía y propone hablar del género Policial. Un género de masas que, todavía algunos académicos pretenden como “menor”. Entonces una piba pregunta si el asesinato de su hermano podría ser la base de un cuento. Lucio titubea conmovido por la realidad que le escupe la cara y responde algo de la teoría del enigma. Marra una vez más, no es el enigma el tipo de policial desde donde abordar lo que necesita esa chica. La novela negra quizás hubiera sido la propuesta adecuada, pero no importa… es una película. Sigue la clase con monotonía, hasta que otro de los pibes, Walter, se para y se despacha con un freestyle que podría ser tanto crónica como poesía. Algo también le pasa a Dylan con el policial: es uno de los pocos que escribe el trabajo que les pide Lucio. No se anima a leerlo, incluso niega haberlo hecho. Es una de sus compañeras la que lo anima a contar. Y Dylan cuenta, narra con su lengua filosa de la calle la historia de su padre pistolero.

Esos pibes que viven en un territorio en disputa entre narcos y punteros políticos narran y aceptan la narración cuando hay algo que los interpela. Y, en principio, solo pueden ser interpelados con aquello que conocen. Porque la belleza del lenguaje puede tocar también el dolor de los nadie para conseguir un texto vivo.

El policial se les mete en la vida cotidiana a tal punto que la Gendarmería irrumpe en la escuela con un allanamiento desmedido. Los requisa en el aula. Se llevan a uno detenido porque le encuentran un puñado de pastillas. Hay pequeños gestos de resistencia de los propios pibes, nadie más hace nada, algunos miran pasivos otros, incluso, se indignan pero no por el accionar represivo del Estado en una escuela secundaria, sino porque indignarse, a veces, es la mejor forma de sentirse menos culpable cuando la realidad te caga a piñas. Ese es el caso de Lucio. Se indigna y actúa, tarde pero seguro.

La escuela está intervenida, dice la directora que denunció la venta de drogas en el baño de varones. Ahí la gendarmería encuentra una cantidad inusual de sustancias. Un montaje en el que los pibes son marionetas del poder político y/o territorial.

Y en ese contexto, entonces, aparece la película y la trama policial social. También aparece la repregunta: ¿Para qué sirve la Literatura? Para contarnos, podría ser una respuesta que surgiera del aula de Lucio, que podría ser cualquier aula de una escuela pública argentina.