Orgullo a ritmo de reguetón

Se llama Romina Bernardo pero hoy todes la conocen como Chocolate Remix. Tucumana, referente del reguetón lésbico y feminista, llegó a La Boca, del que rescata su esencia barrial y multicultural.

Orgullo a ritmo de reguetón

Sentada frente al Museo Quinquela Martín, el Riachuelo aparece verde oscuro, en contraste con el cielo limpio, celeste. El puente de La Boca se mantiene firme y omnipresente, como cada día de la vida. En un banco de cemento pintado, junto al empedrado multicolor de la ribera, rayos de sol brillan sobre el plateado reflejo de su campera impermeable, con sonrisa radiante, mate y yerba en un frasco de mermelada, se sienta en el respaldo mirando a Avellaneda.

Referente del “lesbian reggaeton”, Chocolate Remix comenzó a sonar cuando dio un giro completo a su vida: “Cuando saqué mi primer disco dije: ya fue, me la juego toda. Laburaba en sistemas. Después de varios años, estaba quemada y largué todo".

 

Chocolate: “Por chocotorta, me siento más Choco que Romina, es más neutro. Me puedo sentir Choco en todos los momentos”.

 

Remix: “Porque el Reguetón es producción digital, se hace con computadora, sería electrónica popular”

 

Además de ser una artista que enarbola la bandera de los derechos y el empoderamiento LGTBIQ, tiene otras facetas que la identifican como parte de un contexto donde se siente interpelada como vecina. Decidió venirse de Tucumán a Buenos Aires a estudiar Diseño Multimedial en la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Luego de años pasando por diferentes barrios de la ciudad, llegó el momento en que se instaló en La Boca: “Por más que los porteños son de una forma particular, esto es diferente. Hay muchas diferencias de clases en el mismo lugar. Hay una cosa que me encantó y es sentir ‘qué lindo poder habitarlo tanto’ porque me encanta estar en la calle”.

Callejera como cualquier boquense, Choco recorrió a lo largo de los últimos dos años muchas calles de cada rincón, reviviendo su contexto familiar. Reflexiona sobre aquellxs porteñxs que deciden vivir en otros lugares de la ciudad “más lujosos”, sin cuestionarse la vida citadina según donde estés: “Esto, no se compara, además, hay mucha movida. Yo soy tucumana. Estar en La Boca es como estar allá. Hay mucha gente del norte y Latinoamérica y eso me hace sentir más en casa, la esencia barrial”.

Un camión con acoplado interrumpe con su repiqueteo en el empedrado de Avenida Pedro de Mendoza. El ruido aturdidor silencia y permite mirar cómo avanza a contramano, en una bici turquesa, un señor de cabellos blancos, boina, chaleco de cuero y una mirada del siglo pasado. Vemos más arriba y la escuela de Quinquela está mirándonos de frente: “Cuando estaba abierto, venía mucho al Museo a estar en la terraza. Si querés hablar de Quinquela y no podés ver el barrio, podes buscarlo en Wikipedia directamente. Verlo es también tomar conciencia de la historia del barrio hoy. El que más admiro es a Vicente Walter. Me tiene loca. Es tremendo todos los murales que hizo por el barrio”. Y no es casual, si pensamos que es uno de los artistas que más influyó en la arquitectura de La Boca, con sus altos relieves como ventanas que nos remiten a un pueblo obrero, barrial, de costumbres colectivas, con el fratacho y la espátula, este albañil de los años 80 expresa una realidad todavía vigente.

Choco (como le gusta llamarse) encaja en el barrio porque su impronta no cambia. Tocó en múltiples escenarios, dándole un giro de tuerca a un género que era interpretado en su mayoría por hombres, con mensajes machistas. Pero más allá de ser popularmente reconocida por el amplio espectro de los feminismos, su mirada se centra en aquellos lugares donde todavía hace falta palpitar aún más la ola: “Todavía hay cuestiones que siguen siendo problemas, principalmente, atendidos por y para ciertas clases sociales. Si hablamos de lenguaje inclusivo en una birrería, esa discusión se da ahí, pero generalmente llega a otros espacios cuando hay personas que toman acciones. La militancia que conocemos tiene mucho impacto en las redes sociales. Hay muchas personas que ponen el cuerpo. Pero también es mucho más fácil caer en un espacio de militancia si tuviste una educación más privilegiada. Me llama la atención poder activar en el entorno en el que estoy”.

En el Riachuelo una bandada de patos negros contrasta la “normalidad” de décadas sin ver más que tortugas esporádicas. Al otro lado, yendo para zona sur, la nueva fábrica “recuperada” por el GCBA para formar parte de las instalaciones del Teatro Colón, contrasta con lo que hay a sus costados y por detrás, más allá de la mirada turística. Allí, el Barrio Chino se esconde.

Choco sonríe preguntándose qué es ese nuevo lugar, recordando sus paseos por la Ribera, más al fondo: “Se construye un montón de teoría. Pero esa parte más intelectual tiene algo de ‘por y para’ una clase social. Discutimos de cosas que terminan pareciendo lejanas. Pasan otras cosas más heavys a 5 km de tu casa y no te enterás. Me cansa la virtualidad y los problemas de la virtualidad, generan segregaciones tremendas por intereses en común. Eso te habla de una clase, lo que haces, la música que escuchas, las opiniones que tienes, tienen que ver con de dónde vienes y con quien te relacionas. En esa virtualidad se siguen manteniendo esos nichos que terminan siendo pequeños. La intelectualidad siempre desprecia algo, después lo analiza y teoriza eso que les permite ‘conectar con la otra gente’, lo valida. Como pasó con la cumbia. Antes había gente que decía ‘eso no es música’. Hasta que alguien dijo algo inteligente, esas realidades no se veían ¿La única manera es conectarse con una teoría? ¿no sentís? ¿no ves la realidad? Con mi música lo viví. Me di cuenta de la pobreza de la intelectualización en tanto no salga de ahí, en lugar de ver las cosas que suceden y no hacer un recorte a través de un discurso”.