Todo filete es político

Cecilia Calvet encontró su oficio en La Boca, el barrio en el que vive hace x años. Primero fue un hobby para despejarse, pero rápidamente el arte del fileteado se volvió parte de su vida y se transformó en una herramienta de denuncia y memoria. Cada mes vuelve a Rojas, la ciudad donde nació y donde Úrsula Bahillo fue víctima de femicidio.

Todo filete es político

Se encontraron de casualidad, cuando fue a pagar el alquiler. “Clases de filete porteño”, decía el cartel a la vuelta de la cancha de Boca, y así empezó, probando. Al principio fue un hobby, un despeje, algo que le implicaba menos carga mental que preparar las clases de Lengua y Literatura. Pero el filete se quedó en su vida y ahora es su principal oficio.

La Boca fue el escenario que posibilitó el encuentro. “El filete siempre me llamó la atención y en el barrio está muy presente. De hecho, hay un centro cultural cerca de Caminito, frente a las vías, que está todo pintado por (Sergio) Menasché, que ha pintado muchísimo en La Boca”, cuenta Cecilia Calvet. Pero su descubrimiento del filete se gestó mucho antes de mudarse al barrio de la Ribera, se armó “en el inconsciente”, dice, durante su infancia: con los viajes desde Rojas -su pueblo natal a 250 km de la ciudad- a Buenos Aires, los que esperaba ansiosa. Con las portadas fileteadas en los vinilos de tango de su viejo. Con las visitas a la casa de sus abuelos en el conurbano, donde el filete estaba aún más presente que en los colectivos porteños. Con la Línea 93, de la cual su papá fue chofer antes de mudarse a Rojas.

Y fue gracias a dos mujeres que pudo hacer el vuelco profesional que necesitaba a sus 40 años: la primera es Silvia Dotta, quien estudió Arte Dramático y a esa misma edad decidió volcarse de lleno al filete. “Me acuerdo que estaba por cumplir los 40 y estaba en crisis con lo que había estudiado. Empezar a pensar el filete como un trabajo fue a través de escuchar la experiencia de ella. Me di cuenta que podía vivir de esto”, cuenta Calvet. Pero perfeccionarse implicaba un tiempo del que nunca podría disponer si continuaba su trabajo como docente. Ahí contó con el apoyo de Ayelén, su compañera: “es muy difícil dedicarse a esto de un día para el otro, porque pintar lleva muchas horas, pero mi compañera me bancó”. 

Si bien el filete fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, poco se conoce “oficialmente” de sus orígenes. Se sabe que fueron los inmigrantes europeos los que importaron la tradición de decorar los carros, replicando la arquitectura de las construcciones públicas de estilo francés, y que con el tiempo se sumó a la ornamentación la representación de los ídolos populares. Temporalmente, nació a la par del tango, como si fuera su primo pictórico. Con la prohibición de la tracción a sangre, el filete cambia de escenario y pasa al camión y a los colectivos. Ese material cultural se perdió, porque no hubo una visión de conservarlos como patrimonio, cuenta Cecilia. De hecho, gran parte del registro fotográfico de ese periodo se obtuvo por casualidad, gracias al ojo curioso de Esther Barugel y Nicolás Rubio, argentina y catalán, escultora y pintor, que al migrar a Argentina a fines de la década de los ‘40 se dejan sorprender por estas “obras de arte que andaban por la calle”, y comienzan a fotografiar todo lo que ven.

En 1976 la dictadura prohíbe expresamente la utilización de símbolos patrios en los transportes locales, es decir que queda restringido el uso de simbología nacional a transportes que tengan países limítrofes como destino. “Decían que generaba mucha contaminación visual, que distraía, pero tiene la misma lógica que la prohibición de los carnavales, es la prohibición de la alegría y del arte popular”, sostiene. Y en los ‘90, como si faltara una última estocada, se inventa el ploteo y se profundiza la estandarización del transporte público. El filete, por primera vez, deja la calle y pasa al caballete, se vuelve estático. 

Pero no fueron todas malas noticias para este arte popular y urbano, porque frente al desempleo los antiguos fileteadores comenzaron a abrir los cursos y talleres que eventualmente permitieron el ingreso de las mujeres al mundo del fileteo. No obstante, la brecha de género también existe en el filete: “lleva tanto tiempo perfeccionarse que es mucho más difícil para las mujeres”, cuenta.

“Desde que nació el fileteado siempre hubo frases, y en general -detrás de los camiones, por ejemplo- eran frases machistas. Para recordar a Úrsula elegimos frases que estuvieran a tono con lo que estaba ocurriendo. El último mural dice que fue un femicidio pero también violencia institucional"

Cada mes, Cecilia vuelve a Rojas, su ciudad natal, para intervenir espacios públicos en memoria de Úrsula Bahillo, una piba de 18 años víctima del femicidio y de la violencia institucional (el femicida era además miembro de la Policía Bonaerense). El homicidio sacudió al pueblo porque dejó expuesta la inacción y el letargo judicial y su connivencia con el poder policial: a Úrsula no le tomaron la denuncia porque era fin de semana. Su mamá, Patricia Nasutti, le pidió a Cecilia -a quien conoció por los murales que hacían mes a mes- que intervenga la garita cerca de donde ocurrió el homicidio: “Vivas nos queremos” y un dragón ornamentan “la gruta”, como Nasutti la llama, que en el fileteado representa la protección, dejar el mal afuera. Aquí también el filete se reinventa: “Desde que nació el fileteado siempre hubo frases, y en general -detrás de los camiones, por ejemplo- eran frases machistas. Para recordar a Úrsula elegimos frases que estuvieran a tono con lo que estaba ocurriendo. El último mural dice que fue un femicidio pero también violencia institucional. Y también combatimos cosas que se dicen en los pueblos, como que la madre y las amigas no la cuidaron, entonces una de las frases fue ‘ni de la madre ni de las amigas, la culpa es del femicida’. Otra frase era ‘No estamos todas, falta Úrsula’. En muchos sectores del pueblo donde vas hay un mural, y como gusta tanto, la municipalidad no lo tapa, no tienen la excusa”.

Para Cecilia, volver a su pueblo de esta forma constituye una suerte de reconciliación: “A veces se hace muy difícil la vida en los pueblos, sobre todo si perteneces a una minoría. Yo lo sufrí mucho, y si bien vuelvo por algo re fuerte, sano cosas que me pasaron”. Quizás el filete ya no sea ese “arte móvil”, pero sigue en la calle. Y gracias a fileteadoras como Cecilia Calvet, es más político que nunca.