Trabajadora de la coherencia

Habita el barrio que pinta. Retrata la dignidad de sus trabajadores. Recibe premios con los pies en la tierra (y en la fuente). Es Alejandra Fenochio, vecina de La Boca, premiada por justicia cultural.  

Trabajadora de la coherencia

Alejandra Fenochio acaba de ganar el primer premio Salón Nacional en la categoría pintura. La obra elegida se llama el pandenauta, pero en realidad es su compañero Fernando quien, desde hace más de un año, atraviesa la pandemia en su nave-camioneta “pan lactal” detrás de una máscara y un barbijo que lo protegen del temido virus. Cada miércoles, el pandenauta viaja hasta Varela donde lo espera Bernardo y sus verduras orgánicas a la salida del sol. Por la tarde, les vecines las iremos a buscar por su casa conventillo a metros del Riachuelo. Y de paso, nos llevaremos algún pan amasado por las manos de Fenochio. “No podía tener modelos, así que pinté a Fernando, a mi hija Mora y después pinté verdura”, dice Alejandra y larga una carcajada que rebota en las paredes de Munar, el galpón donde hoy cuelga Calle, una enorme muestra de obras realizadas en una época donde no había covid pero sobraba hambre. En esas pinturas, las miradas de los hombres y mujeres de 2001 interpelan desde la tela, revolviendo una olla, escarbando basura o empujando un carro repleto de cartón, bajo una frazada vieja o sobre un colchón desgarbado. La calle –la de entonces, la de siempre- se ilumina en el pincel de Fenochio que vuelve visible lo que nadie quiere ver. Con una belleza que espanta.    

Alejandra, la misma que retrata a sus vecines de La Boca recuperando la dignidad desde lo alto de un puente que une bordes; la misma que recoge en las orillas los restos gastados de la dictadura y los convierte en luz. Ella, la que aborrece que le digan artista y prefiere el cartel de trabajadora, en un barrio donde los oficios –como los conventillos- son un pasado que mientras haya quien los pinte y quien los defienda, seguirán siendo presente en este borde sur en eterna resistencia.

¿Es tu mejor momento artístico?

Me gusta la frase del Sun Tzu que dice que cuando el agua se acumula en un cañón profundo no sabés la cantidad de agua que hay, pero que cuando esa agua se dispara, se produce el tsunami. Yo siento eso. En el trabajo de la plástica siempre vas escarbando porque es algo con uno mismo, entonces siempre, cada vez, tus obras son mejores. Lo que pasa con esta muestra es que es tan contundente en tema y en intención, son tantos años de trabajo, que hay una sorpresa ante la técnica y la laboriosidad.

¿Cuánto te importan los premios?

Una amiga me dijo que este premio es justicia cultural. O sea, no solo es que yo me sentía preparada, sino que todos los amigos de alrededor estaban preparados para que en algún momento recibiese este premio. Además, el premio te da una visibilidad y una posibilidad económica que yo nunca tuve. Me impacta, notas, fotos, felicitaciones… No está mal. El tema es cómo sigo yo trabajando con Doña Kuka, con Vicente Walter, es tratar de seguir siendo lo más fiel, noble y auténtica posible…

No sacar los pies de la tierra…

No sacar los pies de la tierra, ni de la fuente…

¿Y cómo se relaciona esto con tu origen, con tu historia familiar?

¿Viste que yo siempre hablo de la laboriosidad? Bueno, yo me crié en una casa en la que mi mamá era modista y mi papá carpintero, en un suburbio de Munro, con una pátina cultural de clase media. Así que el taller lo traigo conmigo. Soy como una estudiosa de todos los oficios, me gusta ver cómo se hacen las cosas y aprender. Por eso lo de artista, me rompe un poco… siempre me siento más trabajadora del arte, en realidad del arte tampoco: trabajadora de la pintura… aunque mejor, diría sólo trabajadora. 

Tu experiencia como trabajadora comenzó en diarios ¿Cómo fue eso?

Trabajé mucho tiempo de ilustradora, primero en el antiguo Tiempo Argentino, en el primer suplemento de mujeres que hacía María Moreno, fines de los 80. Después trabajé mucho tiempo en el Cronista Comercial en el suplemento deportivo, con Horacio del Prado: era genial, las redacciones de deportes son muy divertidas. Ahí hacía las tapas del suplemento. Y Horacio fue muy generoso… darle la tapa de un suplemento deportivo a una pendeja y mina. Después estuve como 10 años en el suplemento Las/12 de Página. Siempre fui retratista, hasta los paisajes son retratos para mí.

¿Y qué te trajo a La Boca?

Fue a fines de los 80, yo vivía en San Telmo y estaba todo el tema de Puerto Madero, qué iban a hacer ahí, y me vine a La Boca. Vi ese conventillo, esa esquina. No había costanera. Había barcos, era increíble. Y de a poco me fui flasheando.

¿Y qué es lo que más te atrae del barrio?

Que llegás a la esquina y ves todo el cielo. Me encanta. Mi llegada tuvo que ver con esa época de crianza de los niños, yo salía con los chicos y una telita a la esquina y pintaba. Eso no lo podés hacer en Caballito. El cielo. Y que nadie se mete con nadie. Hay algo de estado natural, de naturalidad. Eso también me encanta. Y los talleres, como los talleres gráficos, ahí donde lo comunitario se hace más patente. Pero La Boca te gusta y la sufrís a la vez. Porque tiene eso de las transformaciones, la gentrificación… cuando llegué dije qué divino, de pronto hicieron la costanera, mmm, no me gustó tanto. Después el galpón de al lado se vuelve shopping y así…

Vivís en un barrio que es orilla. Y hay mucho de los bordes en tus obras…

Vivo en una orilla y al lado de una vía de un tren que atraviesa… es re loca esa cuadra donde vivo, con esas dos cosas tan fuertes. Creo que el borde siempre es más humano, que los extremos deshumanizan.

¿Te das cuenta que estás contando la historia de este barrio?

No, no me doy cuenta. No es un objetivo. No lo pienso así. Siempre estoy con planes en la cabeza. No tengo mucho ese registro con el pasado. Cuando una larga una fuerza para afuera es inevitable. Yo nunca digo ‘quiero hacer un cuadro que parezca La Boca’. No, La Boca está y yo soy parte y es parte de mí. Ahora estoy con Kuka, quiero que se termine esto pronto e ir a pintar su pieza.

Doña Kuka, las y los trabajadores del puente transbordador, esas personas viviendo en la calle… ¿cómo elegís qué pintar?

Yo trabajo con el retrato, con la persona. No hay manera de retratar al otro si no hay amor. Y si bien todo es por pulsión, todo está tan ligado, es tan autobiográfico. Es todo muy afectivo e histórico. Lo que siento es que hay una coherencia, en mi trabajo también, con la marginalidad, sea de la especie que sea. Por ejemplo, una de mis obras de cuando tenía 20 años era una familia en la playa de colores y al lado, la misma familia en blanco y negro en una villa. Siento que hay una coherencia en la pintura, en mi manera de vivir, y lo que legitima lo verdadero de eso es esa coherencia. Yo hice un cuadro de un corte de ruta cuando fui a un corte de ruta. No antes. Con el puente pasó algo también: yo antes de vivir en La Boca trabajaba en el Plan Cultural en Barrios, era el año 87, 88, La Boca estaba hecha mierda. Y salíamos mucho a la calle con los chicos. Un día me dijeron ‘seño, te vamos a llevar a un lugar’. Y me llevaron al puente transbordador que en ese momento estaba tomado, tapiado. Así que en 2010 empecé a ir al puente porque quería mostrar eso que estaba pasando y que no sucede nunca (NdR: se refiere a la recuperación del puente abandonado, de la mano de sus trabajadores que a la vez eran vecinos y vecinas de ambas orillas). Sacaba fotos, después me puse a pintarles. Fue un proceso muy emocionante. Y después la muestra empezó a volar. Llegó a PROA, pero también los retratos fueron a cortes de Vialidad, a reclamos como el de los terrenos de Casa Amarilla…

Es que el barrio, la militancia, las organizaciones, se apropian de tu obra.

Cuando yo hago la obra, ya está. No me pertenece. Acá hay obras que ahora se van a la Esma para la muestra de los 20 años del 19 y 20 de 2001. Porque esas imágenes marcan esa época, pero también cierran el círculo Videla, Cacciatore. Muestran cómo, desde esa mierda, se puede armar una obra bella, que puede ser un cuadro o uno de esos seres luminosos… hay algo de reparar.

 

CALLE

La muestra se puede recorrer todos los sábados de septiembre de 14 a 18hs en Munar, Av. Pedro de Mendoza 1555 (frente al puente transbordador). Hay barra de bebidas y comidas. Además, hay talleres abiertos: Hapening colash, con Amina Chachi Azura; Enjuncado en sillas con Silvina Babich; Soldadura y metal creativo, con Carlo Pelella; y Gráfica Comunitaria con Lucho Galo.

Para después, Fenochio ya tiene planes: llevar Calle a la calle. Llenar de afiches la ribera de La Boca. Imposible no ver.