“Son diez años de mentiras”

Más de 400 familias del asentamiento Lamadrid siguen esperando que el Gobierno porteño cumpla lo que estableció la Corte Suprema: que se construya vivienda digna para quienes deben ser relocalizades y que se urbanicen el resto de las manzanas del barrio.

“Son diez años de mentiras”

En la edición de agosto de 2012, Sur Capitalino escribió: “Como parte del plan de saneamiento del Riachuelo, los vecinos del asentamiento Lamadrid deben ser relocalizados por el Gobierno porteño. Sin embargo, aún no hay fecha ni lugar de traslado. Las 400 familias expuestas a la contaminación temen por su destino”. Diez años después, la situación es la misma.

Para Ana Lanzani, de la Defensoría General de la Ciudad, el estancamiento en el proceso de relocalización y reurbanización del asentamiento Lamadrid “responde claramente a la falta de prioridad que le asigna el Gobierno de la Ciudad a todos los proyectos que involucran la Causa Riachuelo”. Si a esto se suma la dilación institucional que exhiben todas las jurisdicciones involucradas en el expediente, agrega, “no se vislumbra cómo hacer posible el cumplimiento del fallo del año 2008”.

Hasta el momento, la única respuesta concreta que ofreció el Gobierno porteño fue el otorgamiento de créditos, que no sólo estuvieron lejos de resolver el problema habitacional del asentamiento sino que además obligaron a las familias que los aceptaron a mudarse del otro lado del Riachuelo, donde les alcanzó para comprar una vivienda. “Esta respuesta resultó inadecuada -sostiene Lanzani- y fue rechazada en cada oportunidad institucional que se pudo por les delegades de barrio, explicando que esa respuesta no podía ser la única y que el Gobierno de la Ciudad debía (así como hace con otros barrios de la sirga) comprar terrenos y construir viviendas nuevas”.

La suma de los tres terrenos permitiría la construcción de 60 viviendas, lo que sólo representa el 30% del total de viviendas necesarias para la relocalización.

En 2019, a más de diez años del fallo judicial de la Corte Suprema, se avanzó con la compra de cuatro terrenos, aunque el de mayor tamaño fue rechazado por les vecines por encontrarse pegado a la cancha de Boca. Ese mismo año el Instituto de la Vivienda asumió la construcción de estos proyectos con financiamiento propio (ubicados en Olavarría 71, Liberti 1068 y Necochea 878), y se comprometió a la compra de un nuevo terreno. “Pero luego -cuenta Lanzani- el IVC comenzó a plantear dilaciones y a manifestar en todos los espacios institucionales que no contaba con presupuesto para avanzar con estas propuestas”. Finalmente, se logró que fuera el Ministerio de Hábitat de la Nación quien asumiera la financiación de dos de los proyectos constructivos -ya que el terreno de Necochea no está aprobado aún por un problema de mensura, y no se sabe si será apto para la construcción de las 14 viviendas proyectadas allí-.

A la fecha, les vecines de Lamadrid se encuentran a la espera de que estos proyectos se liciten y se avance en su construcción. La suma de estos tres terrenos permitiría la construcción de 60 viviendas, lo que sólo representa el 30% del total de viviendas necesarias para la relocalización. Y debe tenerse en cuenta que el total calculado es en base al censo realizado en 2012, y que en la actualidad, muchos de les hijes contabilizados en aquel momento ya cuentan con familia propia.

¿Cómo dar cuenta de lo que significan diez años de dilaciones burocráticas -que no expresan más que la ausencia de voluntad política- en la vida de una persona? Dante es un buen ejemplo. Es el hijo de Margarita. Margarita llegó a la Argentina desde Paraguay buscando una mejora económica, como tantos otros migrantes. Aquí conoció al padre de Dante, quien ya vivía en el asentamiento. “Él todavía estaba en pañales mientras nosotras hacíamos manifestaciones, quemando madera y cubiertas, pidiendo electricidad y agua. Es que hubo muertos por las precarias instalaciones eléctricas”. Cuando Margarita decidió separarse del papá de su hijo, se acercó a los container que tenía el IVC en el barrio para ver si podían ayudarla. La respuesta de un funcionario público fue: “te vas a tu país, te quedas allá, y te acerco tus cosas a la frontera”. Hoy, Dante tiene 9 años y sigue esperando la relocalización.

Para marzo está prevista una nueva Mesa de Trabajo, aunque lxs vecinxs saben que no pueden hacerse ilusiones. “Si nos vienen de nuevo con mentiras, no sabemos cómo vamos a reaccionar. Ya es demasiado, son diez años de mentiras”, dice Ramón. Ramón habla como delegado y está orgulloso de haber sido elegido por sus vecines para defender sus derechos. Hace 18 años que está en el asentamiento y tiene “cuatro hermosos pibes”. Trabaja en la construcción.  Cuenta que vivir en la espera “te mata y te enferma”, y muestra la psoriasis que él y su vecina Teresa, también delegada, presentan en la piel. “Siempre con la incertidumbre de qué es lo que va a pasar, porque si bien hay proyectos, nunca se cumplen”, continúa. “Yo pienso que algún día va a venir la topadora. Es lo que ha mostrado el Gobierno de la Ciudad en plena pandemia en la Villa 31, con violencia de género, tirando a las criaturas afuera. ¿Quién me garantiza a mí que no me va a pasar lo mismo?”. Margarita se suma a la frustración: “hace muchos años que venimos escuchando las mismas cosas, en cada Mesa se te burlan en la cara. Te ponen cuatro pendejos de veintipico que no saben nada. Te boludean. Es muy triste, vamos a las Mesas de Trabajo con una esperanza nueva y ¿para qué?”.

Para construir su casa, Teresa trabajó por hora como empleada doméstica. Los viernes le daba a su marido lo que había cobrado para que compre ladrillos. Veinte ladrillos, dice. Fue construyendo su casa de a veinte ladrillos por semana. “Construir mi vivienda fue una lucha incansable. Cuando empecé tenía cinco chicos pequeños que ahora ya son grandes. Fue muy duro. Yo puedo decir esta es mi casa porque desde el cimiento yo laburé, acarreé arena y adoquines con la carretilla, uno a uno, para armar mi casa. Y ahora, por un negocio inmobiliario, estas casas que construimos con tanto esfuerzo se tienen que demoler, ¿pensás que es fácil nuestra vida? Nadie nos escucha. Es muy triste el olvido, el desprecio que nos tienen”.

Es que les vecines de Lamadrid se encuentran encerrados entre la amenaza de la topadora y la esperanza de una vivienda digna, lejos de la contaminación, de las instalaciones precarias, del agua que cae de la autopista, de la falta de ventilación. Pero a pesar del cansancio no se resignan y pelean: “Si yo construí mi casa, ¿cómo voy a permitir que negocien mi vivienda y la vivienda de mis vecinos? A veces me doy cuenta que molesto, pero voy a seguir molestando, porque hasta que Dios me de vida voy a seguir luchando por mi vivienda”.