La memoria se hace presente

En un acto que tejió las luchas del pasado con las actuales, la comunidad educativa del Normal 5 de Barracas brindó un emotivo homenaje a las seis alumnas desaparecidas durante la última dictadura. Como parte de un trabajo colectivo que comenzó en el colegio hace más de 20 años, las aulas llevarán los nombres de Ana María Franconetti, Laura Feldman, Mabel Vázquez, Catalina Schiuma, Irene Wechsler y Beatriz Sarti.

La memoria se hace presente

En la escuela Arcamendia el hilo de la memoria teje, como nunca, pasado y presente. El patio se vuelve lugar de encuentro de las luchas. De aquellas y de estas. Les estudiantes rearman, como rompecabezas, pedacitos de historias que quedaron truncas. Vidas que la última dictadura cortó de cuajo creyendo que sus raíces no volverían a crecer. Pero acá estamos, escuchando cómo pibes y pibas de 15, 16 años hilvanan futuro con naturalidad. Es el homenaje a seis alumnas desaparecidas y entre relatos, emociones y recuerdos las tomas en los secundarios de las últimas semanas atraviesan la puerta y se nombran como parte de una misma utopía: la construcción colectiva de una escuela, un barrio, una sociedad más justa y solidaria.    

El 6 de octubre la comunidad del Normal 5 y el Liceo 3 dieron otro paso en el proyecto Preservar la memoria, una iniciativa que comenzó hace más de 20 años y que esta vez decidió devolver la presencia de Ana María Franconetti, Laura Feldman, Mabel Noemí Vázquez, Catalina Schiuma, Irene Wechsler y Beatriz Sarti a las aulas de quinto año que ahora llevan sus nombres. El acto contó con la presencia de familiares, amigues e integrantes de organismos de derechos humanos que fueron recibidos por una escuela que del principio al final de la jornada les abrazó con fuerza.  

"Es muy importante que se mantenga la memoria como un pasado que tiene vigencia en esta democracia imperfecta que debemos mejorar. Y el futuro son los chicos"

“Este acto tiene doble significado, preservar la memoria en las nuevas generaciones y generar comunidad. Pensar en la lucha de los estudiantes hoy cobra un sentido especial en medio de tantas escuelas tomadas por los reclamos de los estudiantes. Las estudiantes que estamos reconociendo también participaron de sus luchas y es nuestra utopía que estos ideales se alimenten, se construyan y sean cada vez más”, señaló David Sosa, rector del Normal 5, y dio el puntapié a lo que siguió: las voces de las chicas y chicos que, para seguir rompiendo el silencio que quisieron imponer, investigaron quiénes eran esas seis jóvenes que el terrorismo de Estado secuestró y asesinó.   

Irene, la “Periquita”, era militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y el 28 de abril de 1977 fue secuestrada junto con su compañero Fernando Morolla en Lanús mientras realizaban una actividad para convocar a una movilización para el 1° de mayo. Tenía 19 años, había sido alumna del Colegio Carlos Pellegrini y, al igual que Laura Feldman y otres adolescentes, como parte de la militancia se habían pasado al Arcamendia, una escuela de barrio obrero.  

Laura era “Penny”, como la canción de Los Beatles, y cuando llegó al Normal 5 se convirtió en la responsable política de la UES en la escuela. Estaba en pareja con Eduardo Garuti, “Angelito”, del colegio Otto Krause. Les secuestraron el mismo día, el 18 de febrero de 1978. Tenía 18 años. “Laura decidió venir a militar a esta escuela para estar más cerca de las clases populares. Que la memoria esté garantizada hoy por chicos como estos, de alguna manera muestra que ellos son nosotros y nosotros somos ellos”, expresó Ana, presente para descubrir la placa plateada en la puerta de una de las aulas donde estudió y militó su hermana Laura.

En otro ángulo del patio, Teresa se abraza con Mercedes. El nombre de su hermana, Ana María Franconetti, queda al descubierto sobre la pared blanca y celeste. El grito de ¡presente! se empapa de sus lágrimas y de la emoción de las alumnas que hoy trajeron su historia. “Siento que Ana María está en buenas manos y que el mejor homenaje es que sea aparte de una comunidad educativa comprometida. Es muy importante que se mantenga la memoria como un pasado que tiene vigencia en esta democracia imperfecta que debemos mejorar. Y el futuro son los chicos”, destaca Teresa con la emoción aún a flor de piel. Ana María tenía 20 años cuando se la llevaron. Había llegado al Normal 5 desde el Colegio Nacional Buenos Aires. Como Irene y Laura, militaba en la UES.

Cerca de su placa, los rostros de otros pibes y pibas, les secuestrades en la Noche de los lápices, iluminan una cartelera de cartulina color pastel. Cada mural fue realizado por quienes cursan cuarto año con orientación en Educación. Sobre los carteles se posan grandes mariposas dibujadas, como esas que suelen acompañarnos en las marchas del 24 de marzo.   

“Ellos dieron sus vidas por nuestros derechos como estudiantes y mirar ese pasado puede ayudarnos a entender nuestra realidad, a dar el paso a un cambio revolucionario donde la libertad de expresión siempre sea la clave para salir adelante”, lee desde un celular la representante del centro de estudiantes.

La cuarta placa que estampa memoria en la puerta de un aula es la de Mabel Vázquez. Le decían “Soli”, tenía 21 años y un embarazo de pocos meses cuando fue vista por última vez el 8 de marzo de 1977 en Constitución, mientras iba a buscar trabajo en la fábrica Terrabusi. Su hijo o hija debió nacer en cautiverio entre octubre y noviembre de 1977 y es uno de los tantos nietes que aún sigue siendo buscado por sus familias. La mamá de Mabel, Elba Del Valle Valdez, también estuvo secuestrada durante 20 días en la ESMA en 1976, pero sobrevivió para continuar la lucha.

De Catalina Schiuma hay poca información, explican les alumnes que intentaron reconstruir su historia. Se sabe que tenía 39 años y que fue secuestrada el 28 de diciembre de 1977 junto con su pareja Omar Nelson Patiño. Al momento de su desaparición era docente del Normal 5 y militaba en el PRT. Al igual que Beatriz Sarti, quien tenía 22 años cuando la secuestraron el 17 de mayo de 1977. Estudiaba Psicología y la conocían como Silvia o "la petisa". Su mamá, Aída, fue parte del grupo fundador de Madres de Plaza de Mayo junto con Azucena Villaflor.

“Voy a pedir permiso para llorar, antes de que aparezca la primera lágrima” dice Pablo Llonto apenas toma el micrófono en el medio del patio. No es la primera vez que está allí, pero eso no impide que la emoción se le escurra por su voz. Es vecino, militante, abogado de familiares de desaparecides y periodista. Y es papá de Violeta y Simón, quienes también fueron alumnes del Normal 5 desde jardín de infantes. Llonto conoce bien el compromiso de la comunidad de esta escuela con la memoria y los derechos humanos. Y lo agradece con todo el cuerpo. “Quiero dar gracias a todos los chicos y chicas que hicieron posible que en Barracas esa llama no se apague”, dice y, como es habitual, nos regala alguna frase que quedará en el corazón: “La vida nos enseñó que hay cuatro verbos hermosos que antes de irnos de esta tierra debemos pensar si los llevamos adelante: amar, leer, cantar y militar. Hoy que vemos a tantos levantando las banderas de la defensa de la educación pública y los derechos humanos les podemos decir a todas estas compañeras desaparecidas que están presentes y que no las hemos olvidado”.

Llonto fue protagonista de otro de los momentos más recordados en el camino de este proyecto educativo: fue cuando toda una división participó de una audiencia de juicio de lesa humanidad. “Fuimos la primera escuela que participó en los juicios, pero fue de forma clandestina porque los menores de edad no podían participar”, recuerdan Shela Estévez, Teresa Zilioli y Alicia Zabala, las profesoras de Sociales que impulsaron durante todos estos años el camino de la memoria en el Normal 5. Y se ríen. “Fuimos en un micro todos los estudiantes, ese día daba testimonio Ana Feldman y no queríamos dejar de ser testigos de ese relato. Nos bajamos en la esquina y entramos por grupos, en el tribunal nos habían dado una serie de consejos para que la policía no nos pidiera los documentos: que las chicas se pinten, se pongan tacos altos, sin buzos de egresados, los chicos con saco y corbata. Y así entramos… fue una experiencia inolvidable y marcó un momento importante para pensar cómo hacer pedagogía de la memoria, cómo se planta frente a un olvido y lo da vuelta, cómo deja huella para que las personas que son partes de la identidad no sean olvidadas y sus luchas sean las nuestras”.

Después del acto, el camino continúa. “Este año, buscando información sobre nuestras desaparecidas supimos que un grupo de estudiantes del Nacional Buenos Aires fueron secuestrados la noche del 7 de julio de 1976 en el pasaje Coronel Rico. Pablo Dubcovsky Rabinovich, Alejandro Goldar Parodi, Hugo Osvaldo Tosso y Juan Carlos Marín tenían entre 17 y 18 años y estaban pintando en el paredón la leyenda ‘Abajo la dictadura’. Escribieron ‘Abajo la’ y fueron detenidos por la policía y desaparecidos. En la madrugada siguiente fue secuestrada Magdalena Gallardo, la novia de uno de ellos, de 15 años. Necesitamos terminar esa pintada y poner esa baldosa en la esquina de la escuela, porque ellos vinieron a este rincón del barrio para decirles a les estudiantes del Liceo 3 y el Normal 5 que otro mundo es posible”, propone Shela dando la primera puntada de la próxima trama. Antes de que la jornada termine, se suma un objetivo más: que el pasaje Coronel Rico se llame Julio Troxler, como homenaje al militante peronista fusilado por la Triple A el 20 de septiembre de 1974 en esa calle que bordea el ferrocarril.