“Fuimos los no notables de la Conadep”

Apenas terminó la dictadura, cien hombres y mujeres tomaron testimonios a familiares y sobrevivientes que relataron el horror de la desaparición. Toda esa información fue fundamental para el juicio a la Juntas, proceso que hoy es noticia por el éxito de la película “Argentina, 1985”. Desde su casa en La Boca, María Eugenia Lanfranco nos relata aquella experiencia en primera persona.

“Fuimos los no notables de la Conadep”

María Eugenia Lanfranco tenía apenas 20 años cuando decidió ser parte de un hecho histórico. Hacía dos semanas que Raúl Alfonsín había asumido como presidente, después de 7 años de dictadura y muerte. Era 31 de diciembre de 1983, estaba en la playa con su familia y leyó en el diario que se había conformado la Conadep para recibir denuncias sobre desaparición forzada de personas. Volvió de vacaciones, se tomó el tren desde Ituzaingó, subió al segundo piso del Teatro San Martín y dijo en recepción: “Quiero colaborar con la Comisión, aunque sea sirviendo café”. Y así fue. Al día siguiente, Eugenia empezó ad honorem a registrar el horror. Hoy, en el patio de su casa de La Boca donde vive hace 32 años, vuelve sobre aquella época. La película “Argentina, 1985” es la excusa perfecta. La más joven de ese grupo de cien personas que, con el miedo y las amenazas a cuesta, anotó a mano cada dato acercado por familiares y sobrevivientes. Toda esa información fue prueba fundamental en el juicio a las Juntas.

- ¿Qué es lo que nunca olvidarás de tu trabajo en la Conadep?

- Lo más fuerte fue cuando me tocó ir a Tucumán. Recorrimos los pueblos del interior donde la mayoría venía a hacer la denuncia por primera vez. Uno de esos días vino un señor, con la cara muy ajada del sol: “Vine porque la patrona no deja de llorar desde que se llevaron a los dos changos”. La denuncia fue corta, fechas de nacimiento, nombres completos, lugar donde trabajaban, fecha de desaparición, nada más. Uno tenía 16 y otro 18, los dos trabajaban en un ingenio. Terminó de dar la denuncia, firmó con una cruz porque era analfabeto, me miró y me dijo a mis 21 años: “¿señorita, usted me los va a encontrar?”. No había noción, no había nada. Eso fue lo más duro y difícil. Ese señor. Él había interpretado que la Conadep estaba para encontrar. Sus hijos fueron secuestrados con otros trabajadores del mismo ingenio que estaban pidiendo una reducción de 14 a 9 horas de trabajo.

- ¿Y cómo hacías después de escuchar todo eso?

- Difícil, pero me sentía muy acompañada. Eso fue lo más maravilloso, el acompañamiento, el cariño, la contención permanente entre quienes yo llamo “los no notables”, las y los trabajadores de la Conadep (NdR Lo que se conoce de la Conadep es su integración con personalidades “notables” como Ernesto Sábato). Cada uno venía con su historia. Yo era la más chica, venía fresca, pero había compañeros que habían estado en organismos de derechos humanos, ex presos políticos, ex secuestrados, exiliados, familiares directos que deseaban saber algo más sobre sus hermanos, sus hijos desaparecidos.

- ¿Cómo era el día a día en la oficina?

- Yo empecé a trabajar en el archivo. Recibíamos las denuncias que tomaban los compañeros, se armaba una carpeta, se le ponía un número, una ficha y se la guardaba en los ficheros metálicos. No había computadoras, solo una terminal para cargar en el anexo los nombres de los desaparecidos y los torturadores, fue lo único. Había muy pocas máquinas de escribir que se usaban para tomar el testimonio de los sobrevivientes, de quienes habían estado secuestrados, porque en general eran muchos más extensos y los tomaban los abogados que tenían más recursos. El disco rígido eran nuestras cabezas y los cuadernitos donde anotábamos datos que nos parecían que podían servir. Por eso nos llamaron cuando se armó el equipo de la fiscalía para el juicio. La información que reunimos en la Conadep fue rica en ese momento y para todo lo que vino después, juicio a las Juntas y todos los juicios posteriores. Mucha de la información sirvió para el Equipo de Antropología Forense, para ayudar a restituir nietos y fue modelo para que se conformaran otras comisiones en otros países, tantos años después.

- ¿Tenías miedo?

- Lo de las amenazas que se ve en la película era así. Vivíamos en un estado de amenaza permanente, pero todos seguíamos trabajando como si nada. Había un teléfono que era el 33-3730, atendías y te decían “subversivos de mierda, los vamos a matar…”. Eso todo el tiempo. Y seguíamos laburando, sino era enloquecedor. Yo llegaba muy temprano porque vivía lejos y me tomaba el tren tempranito. Entonces me dieron la llave. ¡Yo tenía la llave de la Conadep! No había cámaras, nada. Los pibes ahora me preguntan en las charlas ¿qué medidas de seguridad teníamos? ¡Ninguna! Y obviamente se metían los servicios. Todas las noches encintábamos los archivos con cinta de embalaje y a la mañana muchas veces estaban forzados. Lo más feo que me pasó fue un sábado a la noche, cuando viniendo de la estación de Ituzaingó con mi noviecito un auto se nos pegó. Pensamos que nos iban a robar, pero no. Cuando íbamos a cruzar el auto aceleró adelante nuestro. El lunes cuando llegué a la oficina empecé a escuchar a unos, otros… ese fin de semana nos habían estado amenazando a un montón. Nos seguían para hacernos saber que sabían quiénes éramos.

- ¿Qué te pareció la película?

- Yo estoy muy agradecida. La película hizo que en escuelas, universidades, entre amigos, en las familias se hable del tema. Yo eso lo valoro. Que hay cosas que faltan y otras que sobran, sí; pero es una ficción. Es didáctica, amena, se adapta a estos tiempos. Yo trabajo en una empresa hace 25 años y aunque muchos sabían dónde habían trabajado, jamás me habían preguntado nada.

 

Al teatro como homenaje

María Eugenia es socióloga y actriz. “La Sociología me permitió mantener a mi familia y el teatro me permitió ser extremadamente feliz”, dice apenas se presenta y en seguida cuenta que, desde hace 10 años, elige hacer teatro comunitario en el Circuito Cultural Barracas.

Con esa pasión, también sueña con subir al escenario el año próximo para hacer una obra de teatro en homenaje a “los no notables”, a las y los trabajadores de la Conadep. “Mi deseo es homenajear a los que estamos vivos y a los que ya no pero que hicieron posible ese laburo”.