Construir horizontes
Tras 25 años de brindar educación a 900 personas que viven en la calle, la asociación Isauro Arancibia abraza uno de sus desafíos más ambiciosos: seguir sosteniendo un espacio donde un grupo de estudiantes pueda pensar un proyecto de vida y salir de la situación de calle. Hace seis meses, el sueño de un techo comunitario se mudó a La Boca.

Entre los colores de La Boca, sobre Martín Rodríguez al 700, se levanta “La Casita del Isauro”, un espacio para que estudiantes del Centro Educativo Isauro Arancibia que viven en la calle, puedan hacer pie, pensar su proyecto de vida. “Nuestro proyecto comenzó en 2012 cuando un grupo de maestros y maestras se propusieron la creación de un espacio que aloje y acompañe a las y los estudiantes en el arduo proceso de salir de la situación de calle”, dice la web del Isauro. En promedio suelen habitar este lugar entre 18 y 20 personas mayores de 18 años. Anteriormente, alquilaban una casa sobre la calle Uspallata en Barracas hasta que, tras mucha lucha y organización, en noviembre de 2024 se mudaron a este rincón de La Boca. “El foco, sobre todo, es la experiencia convivencial como también una experiencia pedagógica”.
Es martes a la tarde y en La Casita trece estudiantes nos reciben con una merienda y sus historias para comprender qué pasa en las calles de la Ciudad de Buenos Aires, cuáles son los desafíos y cuáles son sus logros colectivos. La identidad, la educación, el consumo, un Estado poco presente y las estrategias para sobrevivir con la premisa del cariño y la construcción de base.
“Al principio, hubo gente que se interesó en mí y yo no entendía por qué. Así empecé, desde que me vieron como persona y no solo como alguien que prendía una pipa”.
Hay mucha droga circulando, eso es lo que más transmiten los pibes. “Yo estoy bien y no quiero eh… pero me ofrecen acá, allá, está en todos lados, en todos lados”. Esa realidad se pulsea con una asociación que propone la escucha, terminar la primaria, empezar la secundaria, compartir un almuerzo, talleres diversos como radio, arte, revistas, baile pero que, además, plantea una forma integral de acompañar a sus estudiantes: un techo.
Julieta Luque es una de las tantas profes que integra el lugar. “Los desafíos acá comenzaron antes de la mudanza para el grupo. Porque acondicionarlo, pintarlo, conseguir todas las cosas básicas para que puedan estar acá no es sencillo. Fueron muchas jornadas de limpieza y mejoras, lo cual también funcionó para sentir y apropiarse del espacio”. La mudanza lleva siete meses. Mercedes Joloidovsky, otra de las acompañantes, destaca que los estudiantes “pongan un esfuerzo extra en la idea de convivir, con diferentes procesos personales”.
En el ida y vuelta de anécdotas, historias y desafíos de La Casita, Apolo, uno de los estudiantes que están entusiasmados con profundizar en radio, explicó que parte de compartir se trata de cambiar los hábitos de la calle. “En mi caso, al principio, hubo gente que se interesó en mí y yo no entendía por qué”, recuerda. “Alguien me acercó un plato de comida caliente y me dijo… ‘dáselo a otro’, no comprendía el gesto. ‘Dale, dáselo al otro para entender’. Así empecé, desde que me vieron como persona y no solo como alguien que prendía una pipa”.
Paso a paso
El cronograma de la casa se focaliza en actividades que abordan la convivencia, los vínculos con el afuera, la limpieza, la cocina y los talleres. Se hacen asambleas, apoyo escolar abierto, arte, lo que los integrantes propongan y momentos de escucha grupales e individuales con profesionales de la salud mental. Se piensan dinámicas cotidianas como danza libre o marionetas de papel, para dejar los fines de semana al descanso y la limpieza en general del lugar. El pasillo principal lleva a dos grandes habitaciones, para hombres y mujeres, un patio interno, una oficina, la cocina y la mesa amplia rodeada de libros y sillas.
-¿Cómo pensás el contexto de crueldad política en Argentina abordado en el día a día de las y los estudiantes?
-Mercedes: Una de las premisas que tenemos es la idea de tratarnos bien, con cariño, amor y respeto. Cuesta, claro, no es fácil. No es decirle a alguien que se levante de la calle y que vaya a estudiar. Hay una violencia desde no tener un baño, no poder desayunar, ni tener los útiles. El mismo sistema nos hace violentos, ¿por qué tengo que ser bueno o amable entonces? Se practican estas preguntas y se incentiva el buen trato.
Mientras merendamos hay decenas de textuales: “Para la sociedad somos la mugre”, “a mi me parece que el deporte es una buena forma de incentivar apoyo”, “estoy practicando el violín pero de a poco”, “me molesta que haya padres que usen lo que tienen para ropa de marca y sus hijos piden en la calle”, “¿por qué el gobierno no va directo a trabajar en los barrios?”, “a la Policía le conviene que haya pibes en la calle drogándose”, “nos miran por las cámaras en las calles como si fuese Gran Hermano”, “cuando nos desalojan los de Higiene Urbana se nos cagan de risa por las mañanas”, “se tiene que trabajar de fondo contra los transas, ahí está el tema”, “queremos retomar las recorridas como hacíamos en Plaza Constitución, llevando comida caliente a otras personas”, “con las profes hicimos murales re grandes”, “salí en la foto de la revista”, “la droga hace que muchos chicos tengamos que ser mayores a corta edad”.
Entre las necesidades estructurales más urgentes de esta casa está, por ejemplo, una cocina industrial para cocinar mejor a tantas personas. En lo edilicio, los estudiantes mencionan que hay que avanzar en las cloacas, en el agua caliente para las duchas, y celebran mucho haber avanzado con la electricidad. En poco más de medio año, todo suma, todo es bienvenido para este colectivo que recibe preguntas, donaciones en buen estado y cualquier mano en el Instagram @cismilagrosala.
Fuera de la casa, la crueldad
Este año, hubo estudiantes que acompañaron un relevamiento en la Comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Montserrat y Constitución). Solo en esos barrios se encontraron con 1483 personas en situación de calle. En el relevamiento participaron varios movimientos como No tan Distintas y Abrigar Derechos. Lo alarmante no sorprende. Hace años que las organizaciones, asociaciones, fundaciones denuncian esta negligencia que la Ciudad y Nación patean como si no fuese prioritario.
Proyecto 7 y otros movimientos están realizando en estas semanas una capacitación para construir el 3° Censo Popular de Personas en Situación de Calle. Ya en 2019, el 2° Censo Popular relevó a 7251 personas en la calle. Una cifra muy distinta a la que anunció el Gobierno. Gran porcentaje de esas personas, hace seis años, o perdieron sus trabajos, no podían afrontar los gastos del alquiler o vivían en hacinamiento. En este censo se detalla, por ejemplo, que para ese año eran 80% varones, 19% mujeres y 1% travesti/trans. Y además de las 871 niñas y niños, en aquel momento había 40 mujeres embarazadas.
-¿Qué mirada tienen sobre la agenda de la gente en calle y las políticas públicas?
-Julieta: La agenda de las personas en calle debería ser agenda siempre, no solo en invierno cuando hace mucho frío. El brote de tuberculosis hace poco es un drama. Además, hay noticias recientes de que descentralizaron desde el gobierno nacional la responsabilidad únicamente a las provincias, no se hacen cargo. (ver recuadro)
El sueño colectivo de las y los estudiantes del Isauro, y de quienes allí trabajan y militan, se concretó con mucho esfuerzo cuando la Agencia de Administración de Bienes del Estado cedió el inmueble actual en La Boca. “Desde que llegamos intentamos que nos conozcan en el barrio. Salimos con café hecho, charlamos, para que no nos vean como 'ocupas'. Queremos vivir tranquilos, en paz, y que los vecinos sean parte de esto”, resaltó Mercedes.
Por su parte, Julieta subraya que el grupo cambia, que cada uno tiene sus propios proyectos y que, como nos pasa a todos, no suele ser sencillo convivir. “Es un recorrido integral porque no alcanza habitar el aula o un parador. Nos vamos nutriendo de experiencias. Pronto, por ejemplo, queremos ir a la Ex Esma porque no hay que olvidar que Isauro Arancibia es un desaparecido de la última dictadura. Todo esto lo charlamos con ellos. Los acompañantes pedagógicos son fundamentales en este trayecto”.
Bastan pocos minutos para comprender el multiverso que habitan sus paredes. Estudiantes oriundos de Colombia, de Merlo, de Perú, de Guernica, de Chile, de Catamarca, de La Boca, de tal villa… un guiso pluricultural de sueños que se cocina con propuestas como empezar a desarrollar una radio, entrevistar más gente para la revista, aprender violín, enfocarse en llenar una olla popular que alimente a sus pares en algún punto de la Ciudad, ser muralista y empezar a imaginar otros horizontes. Saben, ellas y ellos más que nadie, que cuando todo se pone jodido es cuando más hay que poner.
La escuela resiste
Desde hace más de 25 años, el Centro Educativo Isauro Arancibia, ubicado en los márgenes de San Telmo, contiene a más de 900 estudiantes de jardín, primaria, secundaria, talleres de arte y de oficios. Sin financiamiento de Nación, reclaman que el Gobierno porteño los reconozca como escuela.
El Isauro Arancibia es una institución clave para las personas en situación de calle que recorren a diario la Ciudad. Sin embargo, desde que comenzó el año se quedaron sin financiamiento y no tienen cómo sostener el secundario. La situación es crítica y así lo denunciaron en el festival “Se picó mayo”, donde con música, feria y una olla comunitaria reclamaron que el Gobierno porteño los reconozca como escuela.
“Estamos muy preocupados porque la secundaria del Isauro quedó sin financiamiento y actualmente los estudiantes se encuentran sin garantía para poder terminar sus estudios”, explicó la docente Laura Cestona, integrante del equipo de coordinación de la escuela que funciona en Paseo Colón y Cochabamba y contiene a 900 pibes y pibas que, en su mayoría, viven en la calle.
Hasta el año pasado el establecimiento educativo dependía de los recursos que el ex Ministerio de Educación de la Nación le otorgaba a la Universidad Nacional de Avellaneda. Pero ese financiamiento se cortó a fines de 2023 con la llegada del gobierno de La Libertad Avanza y a partir de este año se quedaron si nada.
La situación es muy precaria. El secundario y el área productiva de formación para el trabajo se encuentran desfinanciados. Los profesores siguen dando clases sin cobrar sus salarios y los estudiantes no tienen garantizada la certificación de sus estudios. “Los docentes están resistiendo en las aulas enseñando, porque para esta población significa su derecho a la educación media y a la educación permanente, representa el proyecto de vida, la posibilidad de planificarla y reintegrarse a esta sociedad”.
“El modo de pensar la educación que aplica el Isauro es visto por otras instituciones del país como un modelo. Por eso exigimos que el gobierno porteño nos reconozca. Queremos ser escuela y dejar de ser un centro educativo de jornada extendida”, reclama Martina Matusevich, a cargo del área de comunicación del Isauro.
El Estado nacional ya no se hace cargo
A pocos días de que comience el invierno, el Gobierno nacional le transfirió la responsabilidad por la atención de las personas en situación de calle a la Ciudad de Buenos Aires y a las provincias y, a partir de ahora, sólo asumirá la función de supervisar los lineamientos generales de las políticas a implementar. La medida fue oficializada el 3 de junio a través de un decreto que modifica la ley 27.654, de Situación de Calle y Familias sin Techo, creada en 2021 para proteger los derechos de las personas en situación de calle y de aquellas en riesgo de perder su vivienda en todo el país.
Tras el decreto, las organizaciones alertan sobre el posible cierre del Programa Nacional Integrar que tiene como objeto el desarrollo de acciones para la inclusión de personas en situación de calle y familias sin techo y otros programas que actualmente garantiza la ley.