Un final que es comienzo

El Pueblos de América es una fiesta. El profesorado de la villa 21-24 acaba de parir a su primera camada de catorce maestres. “Nada se construye sin amor”, aseguran quienes abrazaron este sueño hace cuatro años y crecieron junto con el edificio que hoy es puro orgullo y emoción.

Un final que es comienzo

El pasillo conduce a la cancha de pasto sintético. Tanto ahí como en la canchita de cemento, los pibes están jugando un picado. Los banderines de colores generan una coronación al festejo. En el escenario se encuentran Maka, del espacio cultural Orilleres, y Eugenia, quienes conforman Apapacho, banda de folklore nacida en la 21-24. Les egresades, en primera fila, son protagonistas del primer acto de colación del profesorado villero Pueblos de América.

Familiares y vecines acompañan alrededor. Las entradas abiertas de algunas casitas rodean la ceremonia a cielo abierto. Varies se apoyan en la pequeña pared detrás del arco. Una vecina curiosa que se asoma por su ventana, canta a viva voz cuando suena el himno, agarrada de las rejas. Patricia Juri es docente de inicial en el barrio hace 15 años y fue una de las que estuvo al inicio del proyecto: “El primer día de clases, todas las chicas cruzaban con sus carpetitas en la mano, venían de los pasillos y atravesaban la cancha con miedo. La mayoría son mujeres que no tuvieron antes la oportunidad, porque formaron familia, hijos, tuvieron que trabajar. Con todo el sacrificio y amor están recibiendo su título de maestras, y algunas ya están trabajando”.

El aula era una sola, recibían pelotazos mientras daban clases. El 24 de diciembre de 2018 todes les profesores subían baldes de material para hacer la membrana del techo y seguir edificando. Hasta este año, eran un anexo del profesorado Palacios. Actualmente, hay dos pisos y son una institución independiente con nuevo punto de partida: luchar para que cien docentes puedan cobrar después de cuatro años de trabajo pedagógico, político y social: “El pueblo es un sueño, fue y sigue siendo una locura. Cada cosa que soñamos se pudo concretar con velocidad y potencia. La transformación de las personas, quienes estudian y quienes enseñan es increíble. Somos diferentes”, cuenta emocionada la docente Natalia Osorio.

Uno de los momentos más emotivos es la entrega de guardapolvos, con el logo en la espalda, a tres personas destacadas de la 21-24, “Maestros del Pueblo”. Celia González es militante villera desde hace 67 años y enfrentó, desde la dictadura, a todos los gobiernos de turno para exigir derechos: “Nosotros los pobres, siempre administramos la miseria. No defendemos la villa en sí, sino que nos organizamos. Acá hay 67 organizaciones, cada uno pelea desde su lugar”. El padre Toto De Vedia, de la Iglesia Caacupé, se dirige abrazando a les egresades: “Ahora nos van a acompañar en las luchas que se vienen. Una de ellas es lograr que los pibes de nuestro barrio se levanten. La fuerza, la formación y el profesionalismo que se llevan hoy, como maestros villeros, son para el mundo. Ustedes son un hermoso testimonio para el barrio”. Mario Gómez fue el vecino que donó la habitación convertida en aula, que dio inicio al Pueblos: “Esto rompe paradigmas y prejuicios, está acá, rodeado de nuestra villa, la cual le dimos mucho, también tantas y tantos que quedaron en el camino”.

Esa habitación era el club Vanulén. Usaban como escritorio pedazos de escenario y ataban las sillas con alambre. Abanderada con la Wiphala, Liz Martínez es de la primera promoción del Pueblos y empezó a dar clases en una escuela de la villa, antes de recibirse: “Me anoté por los cartelitos. Pregunté si daba con mi edad y una profe me dijo que los límites los ponía yo. El primer día me sentía importante. Vi las condiciones y me dio un poco de bajón. Pensaba: hasta para estudiar tenemos que estar así los pobres. Pero en la primera charla ya nos sentimos en casa. Mientras estudiábamos, salimos a meter ladrillo y arena. Tuvimos clases en la canchita. Nos fuimos construyendo con el edificio. Hace poco, llené un formulario y, por primera vez, no puse empleada doméstica ni ama de casa: puse docente bien grande y me emocioné”.