Desarmar el engranaje de Acuña

Los dichos de la ministra de Educación de la Ciudad, Soledad Acuña, me dejaron reflexionando durante un tiempo. Muchxs colegas salieron a repudiar enérgicamente pero además de despertar indignación y rabia, necesité ese momento de mermar y pensar qué es realmente lo que se encuentra en “este” lado del camino.

Desarmar el engranaje de Acuña

“La virtualidad lo que nos permitió como posibilidad es que las familias empiecen a mirar lo que pasaba con la educación de sus hijos. Porque hasta este momento lo que pasaba en el aula cuando el docente cierra la puerta queda entre los chicos y el docente”. Esta virtualidad limitada es posible para un sector de la población estudiantil, ya que el ministerio de Acuña jamás garantizó el acceso a la conectividad en ciertos sectores de la ciudad, a lo largo de la cuarentena.

Su planteo de “bajada de línea” no es más que una mirada pobre y recortada, viendo que el estudiantado sólo debe prepararse para el mundo del mercado. Como un engranaje más, perfectamente colocado. No piensan, no razonan, no critican, no deciden, no eligen ser. Sólo acatan y bajan la cabeza. 

La formación docente me enseñó que para cambiar la sociedad (en gran medida, una visión utópica pero pragmática) se debe entender con seriedad el rol fundamental de quienes educamos. Dentro del espacio educativo hay una causa y efecto que es inevitable: La construcción de nuevos sentidos. Si tenemos la oportunidad, se dan dentro de la vinculación colectiva, gracias al acompañamiento de lxs docentes. 

Creer que la juventud es un frasco vacío al que se puede llenar es corto e ingenuo. Una vez en 5to grado dije que me aburría enseñar la materia tecnología, pero si pensamos bien servía para ser autónomxs de lxs adultxs: aprendíamos a construir con nuestras manos ¿Qué tipo de bajada de línea se plantea si se les enseña a tomar los recursos y aprender a hacerlos funcionales para mejorar sus vidas y la de sus barrios?

Si fuera real que lxs docentes sólo somos “personas cada vez más grandes de edad que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras”... 

Si es real que pertenecemos a un nivel que “en términos de capital cultural, al momento de aportar para el aula, la verdad es que son de los sectores más bajos socioeconómicos los que eligen estudiar la carrera docente”...

Entonces le diría a la ministra de Educación que nada sabe sobre lo que sucede dentro del aula porque nunca se atrevió a tomar coraje y enfrentar el violento oficio de educar.

Entonces entendería que la educación está cambiando y las personas que educan a pequeñas personitas ya no son simplemente sujetos que enseñan por repetición, con un estandard de educación que moldea homogéneamente y enseña a formar parte de un sistema opresor al que Soledad Acuña enarbola, a través de programas educativos impuestos por el Banco Mundial para responder a las necesidades del mercado.

Entonces ganamos quienes salimos de un barrio, quienes decidimos volver a él con nuevas miradas, quienes fuimos golpeados y expulsados en momentos de nuestra vida y, aún así, tomamos el camino de la superación individualista. Porque lo personal es político, la docencia es política, la búsqueda de sentido también es política. Y la política es, antes que nada, colectiva.

Yo no busco que la ministra nos entienda. No pretendo que cambie de opinión. Haber sido repudiada por toda la sociedad civil e intelectual por su nefasto proyecto de Ley Unicaba no alcanzó y la nueva “normalidad” virtual es el escenario perfecto para implementarla. Yo pretendo enarbolarme y enarbolarnos con mis colegas porque la lucha más fundamental es ganar la batalla cultural. 

Todavía falta mucho por recorrer, muchas burocracias que enfrentar, muchos mecanismos de precarización que desmantelar. Pero la docencia es el campo de batalla donde las armas sirven para abatir la ignorancia y el desconocimiento de lo que somos capaces de hacer como personas para mejorar nuestros entornos. La búsqueda colectiva. El aprender a enseñar y el enseñar a aprehender. La autonomía y la libertad de desear y decidir, porque la capacidad de desear es parte de lo esencial para la transformación y ante todo, entender que el empoderamiento colectivo surge a partir de la propia revolución humana.