Las esenciales

Están en la primera línea de los centros de salud, los comedores populares, las escuelas, los cuarteles de bomberos. Sin dudarlo, asumen los riesgos para asistir a los demás. Ponen el cuerpo en su trabajo asalariado, en el solidario y en sus hogares, donde sostienen las tareas y el cuidado de niñes y personas mayores. Son mujeres de La Boca, las protagonistas del 2020.  

Las esenciales

Por Antonella Riso y Martina Noailles

El 2020 fue sin dudas un año de reconstrucción, de replanteos, lucha y organización barrial. En La Boca, la Red de Cooperación fue la manifestación del tejido de organizaciones y vecinxs que se comprometieron a hacerle frente a la crisis sanitaria, laboral y alimentaria que afectó a gran parte de la población boquense. Desde las escuelas, los centros de salud y los comedores, fueron principalmente las mujeres del barrio quienes se pusieron en la primera línea para acompañar y sostener la asistencia urgente a la comunidad.

Las trabajadoras de la salud atendieron la emergencia y lo crónico, los controles y la angustia. Además, asumieron la posta de la alimentación para que las familias aisladas tuvieran un plato de comida todos los días. Desde la virtualidad, las docentes hicieron lo imposible para continuar educando, a pesar de los obstáculos que no resolvió el Estado como la falta de conectividad y de equipamiento de familias y maestras. Además, las trabajadoras de las escuelas y las cooperadoras tuvieron un rol fundamental en la asistencia alimentaria que fue poca y de mala calidad nutricional. Las ollas se multiplicaron en el barrio, con mujeres que, mientras llenaban un taper, informaban sobre los cuidados y la prevención, primero del dengue, después del Covid, las dos pandemias que golpearon en simultáneo a este borde del sur porteño. 

Ante un Estado corto y con poca sensibilidad social, la organización y la creatividad fueron fundamentales. Así se logró que en junio el Detectar desembarcara en La Boca y no se fuera más, con médicos y médicas, enfermeras y trabajadoras sociales que enfundadas en trajes espaciales golpeaban puerta por puerta en busca de posibles contagiades y sus contactos estrechos.    

“Hace 20 años que tengo un comercio heredado de mis viejos. Cuando empecé a ver el programa de comedores el fin de semana no estaba cubierto. A través de mi hermana, que forma parte de un grupo que cocina para gente en situación de calle, empezamos a recaudar la mercadería que les quedaba y la entregué a la Red. Ahí surge la idea de hacer algo desde nuestro espacio. Comenzamos con merienda los fines de semana y una cena los domingos. La primera olla salió de nuestro bolsillo, comenzando con 100 porciones y después fue creciendo, hasta que llegamos a 1000 porciones por semana. Nuestra olla terminó el 20 de diciembre porque ya no teníamos recursos. Lloramos todas, la mayoría somos mujeres y me saco el sombrero: Todo lo hicimos con amor. Nos hicimos mamás de muchas familias”, cuenta Priscila, quien convirtió su despensa “Melina” en escenario de una nueva olla. 

Cecilia Pérsico trabaja en el Centro Comunitario Copitos hace 31 años, donde son un equipo de cinco mujeres y dos hombres y la actividad principal es el comedor. Ante la urgencia de enfrentar la pandemia se organizaron junto con el Cesac 41. La falta de información les llevó a reinventarse para generar barreras de cuidado y prevención para cumplir con las medidas sanitarias: “La importancia de las mujeres en este espacio es fundamental en todas las actividades históricamente. A nuestro centro concurren mamás, solas, adultas mayores. Hay población masculina que viene a retirar su vianda, pero no participan. Con respecto a la falencia del Estado, terminamos el año con una angustia feroz. Al principio por desconocimiento, luego por indiferencia. No contamos con insumos básicos para protección. Siento que fuimos esenciales y seguimos siéndolo. Que lo somos hace años, pero nos dieron sólo un permiso de circulación. El gran acierto fue la fundación de la Red de Cooperación como comité de crisis. Desde que comenzó la pandemia ninguna de las colaboradoras se bajó de su lugar, todas decidimos permanecer. Si no era este momento ¿cuándo íbamos a estar al frente? A pesar de los contagios, el miedo, la tensión, los nervios y la angustia, seguimos de pie”. 

Kaia Pérez Coello fue una de las tantas maestras de escuelas públicas de La Boca que se pusieron al hombro la compleja tarea de educar a distancia, de seguir conteniendo a cientos de familias que además de la escuela debieron lidiar con problemáticas sanitarias, laborales y de alimentación que se hicieron más profundas por la pandemia. “El amor por el oficio nos hizo tener creatividad en los detalles. De un día para el otro les docentes activamos cualquier recurso que pudiéramos tener a mano para llegar a nuestros estudiantes y a sus familias. Desde material impreso y virtual hasta la entrega de canastas para también aprovechar el encuentro. Armamos tutoriales, vídeos, corregimos, recibimos, chequeamos mails… y todo en el marco de nuestros hogares, sin horarios, cocinando, sosteniendo a niñes o a adultos mayores. Con y sin espacios físicos. Con compañeres con problemas de conectividad y sin posibilidades de sostener los cargos”, dice la docente de 6° “A” de la Escuela 11 “Antonio Bucich” y por si quedan dudas aclara: “Trabajar a distancia es educar. Sostener a las familias que se podían relacionar con nosotras a cualquier hora y día, también es pedagogía del amor. Porque a pesar del maltrato de los poderosos seguimos sosteniendo a la escuela pública”.

Mónica Avolio forma parte de la cooperadora de la Escuela 8 “Carlos Della Penna”. Cuando arrancó la cuarentena, decidieron organizarse junto a un grupo de cooperadores ya que muchas familias se estaban quedando sin trabajo y se agravó la situación de quienes vivían precariamente previo a la pandemia. Comenzaron un relevamiento de las familias que no podían cubrir con la alimentación de sus hijes: “Era desesperante porque literalmente no tenían para comer o no tenían techo en su casa y estaba arrancando con frío y lluvia. Empezamos con cinco familias juntando alimentos. La campaña fue creciendo y recibimos ayuda de otras agrupaciones. Les docentes se pusieron a trabajar a la par, armando bolsones y colaborando con la difusión y recaudación. Terminamos el año armando 50 bolsones. El Gobierno de la Ciudad nunca aportó ni un peso. Nuestra escuela es de jornada simple, por lo tanto, no hay comedor. La única asistencia era la canasta nutritiva, entre comillas, porque eran dos litros de leche, 10 saquitos de té y unos paquetes de galletitas. En paralelo, para el día de la niñez iniciamos con la Red una campaña para que no falten juguetes a ningún pibe ni piba”.

En el área de salud, el barrio vivió el cierre temporal del Cesac 41 como medida preventiva de seguridad y el reclamo de las enfermeras del Plan Detectar quienes estuvieron precarizadas y sin cobrar durante meses. Aun así, las trabajadoras esenciales dieron guerra al virus y a la falta de políticas públicas desde diferentes áreas. Así lo relata Natalia Correa, nutricionista del Cesac 9: “Siempre me tocó acompañar situaciones de vulnerabilidad en el barrio, pero lo vivido durante la pandemia fue algo totalmente diferente, ya que nos encontrábamos ante la necesidad de alimentos por parte de nuestros pacientes sin encontrar interlocutores en los sectores que debían dar respuesta. Ingenuamente, pensé que ante una situación de emergencia íbamos a poder articular, que iban a escuchar y tener en cuenta nuestra percepción de lo que iba pasando. La pandemia se nos presentó como algo inédito y nos encontró sin método. Creo que el acompañarnos en espacios colectivos fue el método conocido, el que nos salva. La red se fue construyendo desde el inicio: ante la incertidumbre de lo que vendría la estrategia fue colectiva, tanto para acompañar de manera solidaria, como para unificar los reclamos ante las instituciones que tienen la obligación de gestionar. Ante la imposibilidad, las mujeres del barrio salieron a dar respuesta desde sus propias carencias, a cubrir la falta del Estado, alimentado al barrio con una constancia que admiro. Fueron ellas las que sostuvieron, encontrando recursos donde no había para responder a la desesperada situación de escuchar a las familias sin recursos. La valentía, la persistencia y la dignidad es lo que describe a las mujeres con las que me tocó transitar la pandemia”.

Fabiana Geliberti es médica del Hospital Argerich. Especialista en cuidados paliativos, pasó todo el año en la primera línea de atención, la guardia. Fue una de las cinco primeras personas en vacunarse en el hospital de La Boca junto a una kinesióloga, una bioquímica, una enfermera y un camillero. "La mayoría mujeres, será que somos las que nos animamos primero", dijo después. 

“Este año de la pandemia fue muy difícil en lo personal y en lo colectivo. Significó un cambio rotundo en la manera de ejercer la medicina y de la cercanía con la que habitualmente tratamos a nuestros pacientes. La ocupación de los hospitales por el Covid significó el alejamiento de los pacientes con otras patologías, incluso de los pacientes cuya vida se hallaba amenazada por enfermedades graves. Eso ha sido, tal vez, lo más doloroso para mí: saber que muchos pacientes atravesaron el final de la vida solos”, dice la especialista en un área de mucha cercanía con quienes más sufren. Y reconoce: “el gobierno que nos emplea directamente, el de la Ciudad, nos ningunea en paritarias, paga buena parte del sueldo en negro, y por eso estamos en plena lucha. En el Estado nacional sí me siento reconocida por haber tomado medidas tempranas para tratar de recomponer un sistema de salud diezmado”.

En cuanto a lo personal, Fabiana recuerda lo difícil de estos meses: “Estaba el temor a contagiar a mi familia, atravesado por la pérdida reciente de mi madre. Pero nunca me planteé no tener fuerzas para ir al hospital. Vengo de una familia donde las mujeres no se detenían a pensar en el cansancio. Hay que darle para adelante, y se va. Así. Aunque quedes rota. Mi abuela caminaba 10 km en la nieve para ir a ver a mi abuelo en la cárcel de Franco, y mi vieja laburó mucho siempre. Tenía un solo vestido que lavaba a la noche y se ponía por la mañana para ir a la fábrica”. 

Carmen Arriola es bombera voluntaria de Vuelta de Rocha. Pero durante la pandemia no sólo apagó incendios: “Tuvimos mucha cercanía con la gente, pudimos ver el sufrimiento, el miedo, lo pudimos sentir de cerca. Escuchamos sus necesidades a pesar del riesgo, que fue aumentando. Nosotros, como bomberos, hicimos el trabajo de desinfección en espacios públicos, en los patios de los conventillos, en las cocinas de los comedores, en los que siguieron funcionando y en los que abrieron solidariamente y se organizaron en una red en la que nosotros también colaboramos. Además, colaboramos en el programa Detectar, descontaminando el lugar y sanitizando a las personas que ingresaban. Entregamos provisiones alimentarias para las fiestas para los bomberos y para los vecinos que más necesitaban”, dice Carmen quien vivió en su propio cuerpo el virus y el miedo que implica la enfermedad. A pesar de su juventud, estuvo un mes internada. Por esa experiencia y por las pérdidas, termina con un consejo: “Mi reflexión personal es que la gente tiene que tomar más conciencia, más responsabilidad, porque el virus no se fue y el virus mata”.