El narrador del barrio

Nació en 1910. Escribió más de veinte libros sobre Barracas y la Ciudad y fundó la Junta de Estudios Históricos. Cada 14 de noviembre se distingue al Historiador Porteño en homenaje a su nacimiento. Enrique Horacio Puccia: historia de un hombre que reivindicó la historia.

El narrador del barrio

¿Cómo decir quién fue Enrique Horacio Puccia? Se me ocurren, al menos, tres bocetos: por un lado, apelar a su vasto currículum. Decir que fue escritor, historiador e investigador del barrio de Barracas. Contar que publicó más de veinte libros, varios de ellos sobre Barracas y otros tantos sobre la Ciudad de Buenos Aires, los cafés porteños, el tango y el carnaval. Que como archivista dejó un material que hasta hoy siguen clasificando en el Archivo Histórico que lleva su nombre. Que fue fundador y presidente de la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires, y miembro de otras tantas instituciones de la ciudad que de listarlas se ocuparía toda la página. Mencionar que fue nombrado Ciudadano Ilustre y que desde 1996, cada año la Ciudad entrega la distinción al Historiador Porteño en la fecha de su cumpleaños.

También se puede traer la voz de quienes lo conocieron. Graciela Puccia dice sobre su padre: “Mi papá era un hombre íntegro, lírico, con la necesidad de transmitir conocimientos, de que el otro entendiera el por qué: conocer para entender. A él no le importaba si la charla era en un café, en la esquina, en el Cabildo o en la Manzana de las Luces. Por eso le decían el maestro, porque tenía esa forma no ceremonial de transmitir los conocimientos, de tener siempre una anécdota que pudiera mostrar una fotografía de lo que estaba diciendo”. Entonces vamos completando el cuadro: Enrique Puccia, historiador, escritor, archivista y pedagogo.

Y, por último, podemos ir a sus libros, leerlo. Imaginar su voz. En su libro póstumo La cuadra de los locos, Puccia nos toma de la mano y nos ingresa en una máquina del tiempo. Nos lleva a su infancia y adolescencia sobre la calle Vieytes, nos presenta a su madre, a su “viejo”, como él lo llama, y a sus cuatro hermanas: “Mamá (...) hablaba dos idiomas -alemán y francés-, aparte del suyo propio, el italiano. En cuanto al castellano, lo había asimilado perfectamente, sin que se notase en su decir el más leve acento extranjero. En cuanto a mi padre, que había comenzado a trabajar siendo adolescente y junto a mis abuelos en el taller de granitos y mármoles que poseían (establecimiento modesto, por cierto), allá en su tierra natal, Italia, conservó hasta el último instante de su vida cierto dejo en el hablar, que denunciaba su nacionalidad”.

Nacido el 14 de noviembre de 1910, Puccia transcurrió su infancia y adolescencia bajo los gobiernos radicales. Barracas, este barrio proletario del sur, fue la escenografía de su vida. Los habitantes fueron los personajes, muchos de ellos ya no existen: el carbonero, el lechero, el peoncito de comercio. Puccia nos los presenta a todos con detalle y sensibilidad, la misma con la que registra las desigualdades sociales de la época: “Fue un lapso aquel (...) tremendamente pobre, en el que mis pequeños compañeros de travesuras (muchos de los cuales no habían alcanzado a cumplir la primera década), y cuando aún tenían derecho a creer en los Reyes Magos -que por cierto rara vez o nunca los habían visitado- se veían obligados a dejar la primaria en segundo o tercer grado, para entrar a colaborar en el logro del sustento familiar”.    

Entonces, Enrique Puccia: historiador, escritor, archivista, pedagogo, cronista y narrador. Hay un detalle que lo vuelve un personaje aún más fascinante: Puccia, autodidacta, nunca cobró como historiador. “Tenía un cargo en la Caja de Jubilaciones Ferroviarias” recuerda Graciela. “Nunca nos faltó nada, pero llegó a tener hasta tres trabajos”. Se vuelve inevitable la pregunta: ¿en qué momento hacía todo esto? Su hija nos responde: “Yo me despertaba con su máquina de escribir y me iba a la escuela. Se quedaba toda la noche escribiendo. Yo no entendía esa pasión, esa vehemencia, ese amor. Su amor era el barrio y la Reina del Plata”.

Existe un viejo refrán machista que dice que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Sería hora de transformarlo. En el caso de Puccia, podemos decir que a su lado -y no detrás- había una gran compañera, Adelina Borneana: “como todo escritor, él tenía su mundo, y como todo escritor tenía que tener una esposa que avalara ese mundo. Porque él podía estar un domingo, un sábado, horas escribiendo. Nosotros le teníamos que decir, ¿por favor no dejas un pedacito para poner la mesa? Porque todo era libros, apuntes, recortes... Si bien él no era muy demostrativo, sí era afectuoso. De repente capaz entrabas y ella estaba sentada sobre las piernas de él”.

Enrique Puccia: historiador, escritor, archivista, pedagogo, cronista, narrador, padre y esposo.

Agradecemos a Graciela Puccia por las fotos y el material brindado para la elaboración de esta nota.

 

Las historias de mi abuelo

Cuando era chica me quedaba a dormir en la casa de mi abuela. Un dos ambientes en el quinto piso de un edificio sobre Coronel Salvadores. Jugábamos a la Escoba de 15 y ella me contaba historias de su juventud en el barrio. Me hablaba de los conventillos, de los escándalos que se armaban -que eran muchos, porque en aquel entonces todo era un escándalo-, del ritual que tuvo que hacer mi abuelo para poder invitarla a salir, de cómo llegó a trabajar en la fábrica Noel a los quince años y de lo bien que la pasaba con las chicas que trabajaban ahí. Mi abuelo -de quien también escribí en estas páginas- murió cuando yo tenía tres años. De él sé muy poco y la primera vez que me puse en contacto con el Archivo Puccia fue para preguntar por el Mercado San Patricio, donde él tenía una carnicería. Enrique Puccia cuenta las historias que me hubiera gustado escuchar de mi abuelo. Con permiso de Graciela y sus hijos, lo tomo prestado un ratito. Lo escucho hablar de los tanos, los gallegos y los quilombos. De cómo Montes de Oca antes se llamaba la Calle Larga y de cómo los chicos del barrio jugaban al fútbol con las alpargatas hechas chinelas de tanto que se desprendía la lona entre picado y picado. Lo tomo prestado sabiendo que no es necesario, porque Enrique Puccia fue el narrador de todos nosotros.