Santa Lucía: entre parroquia y pulpería

Hasta hace 20 años, el Día de Barracas se celebraba cada 13 de diciembre. En 2003, una ley modificó aquella tradición y la reemplazó por el 30 de agosto, fecha en que se creó su juzgado de paz. ¿Pero cuál es el vínculo de Santa Lucía y el barrio del sur porteño como para que, durante décadas, los festejos coincidieran? 

Santa Lucía: entre parroquia y pulpería

Alguna vez en las páginas de Sur Capitalino nos permitimos reflexionar acerca de cómo y por qué se eligen algunas efemérides para incorporarlas en el calendario oficial mientras que otras fechas no corren tanta suerte y deben ser recreadas por la memoria popular.

A veces sucede que fechas relacionadas con prácticas y costumbres populares son desplazadas para intentar desmovilizar a estos sectores y evitar que ocupen el espacio público. El movimiento murguero tuvo que dar una larga batalla cultural para recuperar los feriados de carnaval. No hubo un movimiento similar que reivindicara las fogatas de San Pedro y San Juan. En 2003, la Legislatura porteña impuso el 30 de agosto como día del barrio en detrimento de la costumbre de festejar la vecindad en torno al 13 de diciembre, día de Santa Lucía.

240 años en Barracas

Cuenta Pastor Obligado en sus “Tradiciones Argentinas” que, a mediados del siglo XVIII, “a paso de mula venía (a Buenos Aires) desde Salta la señora Alquizalete”. Al cruzar las salinas de Santiago del Estero, el reflejo del sol le hiere la vista. Mujer de fe, se encomienda a Santa Lucía y promete erigirle una capilla si la Santa y Mártir de Siracusa le sana los ojos. Cuando llega a la ciudad, se detiene en la por entonces arrabalera iglesia de La Piedad y agradece la recuperación de la vista con oraciones y donaciones. Con el tiempo, mandará a levantar la capilla prometida en los terrenos familiares en las inmediaciones de las actuales calles Sarmiento y Montevideo. Será en 1783 cuando María Josefa de Alquizalete hará trasladar la capilla de Santa Lucía de su emplazamiento original a su quinta de Barracas, en el mismo solar donde se levanta hoy la iglesia homónima.

El historiador del barrio, Enrique Puccia, señala en “Barracas 1536-1936: su historia y sus tradiciones” que ese mismo año, por indicación del obispo de Buenos Aires, el cura de la iglesia de la Concepción llevó adelante la “(…) inspección de la pieza de dicho Oratorio (encontrándolo) con el aseo y dexencia (sic) cual corresponde a tan alto ministerio, sin que falte utensilio alguno (…)”.

Se reconocerá, de esa manera, el Oratorio en Barracas para que “(…) pueda (…) oír Misa los días festivos, la referida doña María Josefa de Alquizalete, su familia y criados, como cualquier otra persona que concurran a ella (…)”.

Será el mismo cura de la Concepción quien celebre la primera misa aquel 13 de diciembre de 1783.

La participación popular

A juzgar por los testimonios, les concurrentes a la capilla fueron más que la familia de María Josefa y sus criados. De todos los rincones del partido de Barracas asistían a las ceremonias religiosas en ese oratorio e, invariablemente, año tras año, al llegar el día de Santa Lucía, el pueblo barraquense se volcaba al Camino Real del Sud o Calle Larga de Barracas o Santa Lucía -los distintos nombres que supo tener la actual Av. Montes de Oca-, “(…) sacaban la pequeña imagen (de la Santa) (…) entre repiques, bombas, cohetes y camaretas, orquesta de negros y mulatos con bombos, platillos y chinescos delante, y abastecedores, matarifes y devoto paisanaje a la retaguardia” y salían en procesión. 

La descripción de Pastor Obligado nos da una idea de quiénes poblaban Barracas a mediados del siglo XIX: negros y mulatos que concurrían con sus instrumentos de percusión -quizás aprovechando la oportunidad para recordar o recrear la música y la danza africana bajo el manto insospechado de una Santa católica-; abastecedores -sin duda quinteros que proveían de hortalizas y frutas al mercado interno porteño-; matarifes -trabajadores del cercano matadero de la Convalecencia-, y un “devoto paisanaje a la retaguardia” al que el autor no puede describir por su profesión, pero que nos gustaría imaginar como la clase propietaria para dar cuenta de la inversión de las categorías sociales que tenía lugar durante este tipo de festividades.

No sólo se sacaba la imagen de Santa Lucía los 13 de diciembre ni con motivos de fiesta. En febrero de 1871, a pesar de que los primeros casos de la fiebre amarilla habían aparecido en la ciudad, la preocupación popular estaba puesta en una sequía que asolaba la región y que amenazaba con sumir en la carestía a Buenos Aires y sus alrededores. Al respecto, Puccia refiere: “La Santa fue sacada en solemne procesión a las seis de la tarde por la calle Larga concurriendo todo y lo mejor de Buenos Aires. Comenzó la procesión bajo un cielo azul y despejado. Al terminar cayó una lluvia torrencial en la parroquia al igual que en el resto del país, que hizo unir en una misma plegaria la petición y la acción de gracias”.

La capilla será, así, un espacio de socialización y encuentro para la comunidad del territorio y cuando en diciembre de 1887 sea finalmente inaugurada la parroquia, será también el lugar donde se celebren los comicios para elegir autoridades.

Flor de la vieja parroquia

No resulta extraño que Santa Lucía sea una sinécdoque de Barracas. Así al menos lo pensó un poeta, guionista, periodista y escritor que supo vivir en la Av. Caseros al 700 -en la frontera del barrio y de la parroquia- llamado Héctor Pedro Blomberg. En uno de sus valses más famosos, don Héctor cuenta la historia de una joven rubia de ojos celestes; laburante de una pulpería de Barracas; pretendida por dos payadores que disputan por su amor. Se la llevará el payador de Lavalle y el payador mazorquero la buscará cantando, con la esperanza que el viento lleve sus versos adónde la pulpera pueda escucharlos.

Hablando de figuras retóricas, me gusta pensar en la pulpera de Santa Lucía como una metáfora de la Patria, que es llevada por los sectores unitarios, mientras que los payadores federales la buscamos cantando en los patios del barrio. Hay momentos en que la búsqueda se nos hace difícil, se nos hace un nudo en la garganta, los ojos se nos llenan de lágrimas y no nos sale cantar como antes. En esos momentos quizás nos llamemos a silencio y agucemos el oído buscando voces hermanas. O quizás nos sequemos las lágrimas y busquemos en las páginas de algún medio de comunicación barrial, una pista que nos lleve a encontrarnos con esa pulpera, ese amor, esa Patria que nos han arrebatado.