Un bandoneón en el regazo de Buenos Aires

Un recorrido por el rincón más antiguo del barrio, impregnado de tango, milonga, truco y vermú, historias de compadritos y personajes legendarios que reviven en los recuerdos de quienes habitan este borde sur del mapa porteño. 

Un bandoneón en el regazo de Buenos Aires

Los carros desbordados de verduras frescas recién cosechadas en las quintas de las afueras de la ciudad ya no aparecen en el paisaje cotidiano de Barracas. Tampoco suelen verse compadritos al pie del farol, ataviados con chambergo de copa alta, saco y pañuelo al cuello, listos para responder a cualquier atisbo de provocación.

Pero la escenografía que completaba esas postales emblemáticas se mantiene casi inalterada y no es nada complicado imaginar esa época de esplendor del barrio, cuando la alta sociedad lucía sus lujosas propiedades en la avenida Montes de Oca y no dudaba en desandar algunas cuadras para mezclarse con sus vecinos orilleros, en procura de las emociones fuertes que les deparaban las milongas.

Los brillos de la época de oro del tango reviven en los alrededores del viaducto que sostiene la estación Hipólito Yrigoyen del Ferrocarril Roca. A un costado, los tres patios del Paseo Agustín Bardi fueron bautizados con títulos de tangos creados por el virtuoso compositor, violinista y pianista nacido en Las Flores. Del otro lado de la parada del tren -una suerte de soberbio castillo de estilo medieval-, el playón empedrado de la calle Darquier y la Esquina del Polaco Goyeneche albergan los tenues latidos del corazón del barrio.

El historiador de Barracas, Enrique Horacio Puccia, definió de la mejor manera el espíritu que fluye en esta porción poco transitada de la geografía porteña: “Barracas fue el barrio que, por primera vez, le puso a Buenos Aires un bandoneón en su regazo”.

A media cuadra de allí, el Club Social y Deportivo Barracas (ex Terremoto) es el lugar indicado para acompañarse con vermú y maníes para seguir una partida de truco contabilizada con porotos. Desde las paredes del boliche, fotos de bailes de carnaval -con Perón incluido entre las multitudes que celebran- mantienen la vigencia de ese Barracas de ayer que resiste.

A última hora del día, los adeptos de la milonga -criollos y turistas extranjeros con alma tanguera- tienen cita en la esquina de Vieytes y Cruz, donde funcionaba el almacén de ramos generales Brenta y Roncoroni, una construcción de techos abovedados, columnas de hierro y pisos adoquinados de quebracho colorado.

Una atmósfera menos aggiornada a los tiempos modernos se respira en Los Laureles, clásico bodegón y bastión de tangos y milonga, instalado desde 1893 en Goncalves Díaz (ex Santa Adelaida) e Iriarte. En el salón de este Bar Notable resuenan las voces de ilustres habitués, como el Mono Gatica, Quinquela Martín, Alfredo Palacios y Carlos Páez Vilaró. Allí se filmaron escenas de “Yo soy así”, “Chau Buenos Aires”, “Tita de Buenos Aires” y “Gatica el Mono”.

Un inquebrantable amor por el barrio se percibe en cada una de las propuestas del Circuito Cultural Barracas, un proyecto autogestionado por los vecinos que despuntó en 1996 en el galpón de la antigua Hilandería de Botinelli (inaugurada en 1886 en Iriarte 2165), a través de obras de teatro, recitales de música y veladas de poesía.

El más reconocido historiador de Barracas, Enrique Horacio Puccia, definió de la mejor manera el espíritu que fluye en esta porción poco transitada de la geografía porteña: “Barracas fue el barrio que, por primera vez, le puso a Buenos Aires un bandoneón en su regazo”.

La exigua traza de Santa Magdalena (la calle más angosta de Buenos Aires, pegado a la vía entre Jorge y Osvaldo Cruz) parece albergar los espíritus de todos esos personajes sin tiempo, metidos para siempre en el alma de Barracas. El angosto pasaje apunta hacia el sur más orillero, sostenido al borde del Riachuelo, donde el Viejo Puente Pueyrredón y su sala de máquinas se desdibujan en medio de las brumas del amanecer.