“El 2001 marcó a fuego nuestra convicción militante”

Veinte años después, la rebelión popular de diciembre de 2001 sigue siendo semilla en los movimientos sociales, las asambleas campesinas, los cortes de ruta, les trabajadores de la economía popular. Las voces de aquella revuelta y las de sus devenires construyen el libro “2001. No me arrepiento de este amor” que acaban de publicar las editoriales Chirimbote y El Colectivo. Hablamos con Pablo Solana, militante, comunicador, vecino de La Boca y uno de sus autores.

“El 2001 marcó a fuego nuestra convicción militante”

En 2001 Pablo Solana era parte de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón. Tenía 30 y ya cargaba años de militancia en movimientos territoriales del sur del conurbano como el MTD Lanús donde compartió lucha con Darío Santillán, asesinado por la policía el 26 de junio de 2002 en la masacre del Puente Pueyrredón. En cada espacio de militancia por donde pasa y pasó, empuña la comunicación como una de sus herramientas principales. Y por ese camino ya andado, donde se entremezclan gomas quemadas, asambleas y horas de escritura, es que en las páginas de este libro, como en las de sus otras publicaciones, elige rescatar experiencias militantes, luchas colectivas. Su mirada es lo más interesante, logra estar adentro y afuera a la vez. 

¿Cómo nace la idea de escribir este libro?

De algún modo quienes nos involucramos a hacer el libro somos generación 2001, es un concepto difuso, pero lo reivindico así en el sentido de que nos marcó el 2001. Claramente coincidimos en que 2001 es una marca a fuego en nuestra identidad, nuestra subjetividad, nuestra convicción militante. Los 20 años convocaban a una conmemoración y teníamos algunas ideas que nos parecían puntos importantes a reflejar: veíamos lo que ya se había publicado, sobre todo inmediatamente en el 2002 y a los 10 años, y veíamos una mirada bastante enfocada en el estallido, como la idea de que el 2001 fue el 19 y 20, las cacerolas y el quilombo en el país. Entonces nos gustaba la idea de recorrer la dimensión más federal en el país. Las puebladas, la resistencia al menemismo, la década neoliberal tuvo mucha gimnasia de rebeldías y puesta en práctica del protagonismo del pueblo, de un movimiento asambleario y de acción directa que es lo que después se condensa en el que se vayan todos, que no hay que leerlo literal, pero es un ‘déjense de joder que nos están representando para el culo, vamos a hacer asambleas’. Tampoco es que nace ahí, pero la década del ‘90 preanunció el 2001.

¿Cuánto influyen en el libro las militancias de ustedes, les autores?

Es determinante. En nuestro libro hay una mirada desde ser pares de quienes expresamos como testimonios. En muchos casos son compañeros y compañeras de ruta como la Deo del Mocase o Nahuel y Rosalía, cuando buscamos reflejar los devenires de la rebelión. O sea, es un libro entre pares, no se trata de nuestras historias, pero las historias que cuentan quienes buscamos dar voz en el libro también son nuestras historias.

Además, hay una mirada de lo que pasó esos años desde la calle…

Sí, es cierto. En general los trabajos sobre el 2001 abordan la complejidad, como “El palacio y la calle” de Bonasso, de la intriga palaciega, los 5 presidentes en un día, el helicóptero, la orden de reprimir, Duhalde, la aventura Rodríguez Saá en Chapadmalal, los boicots y contubernios del PJ y la UCR para retomar el control… Está todo buenísimo, pero no fue nuestra opción. Queríamos dedicar todas las páginas íntegramente a mostrar los procesos de la militancia popular, de los procesos populares en general. Y no digo militancia por limitar al sujeto o al actor militante, sino porque todos los activismos fueron de alguna forma militancia, quienes empezaron a activar en las asambleas populares, quienes despertaron a un activismo mucho más comprometido, militancia en un sentido amplio.

Y dentro de esas militancias, destacar el rol de las mujeres, ¿no?

Sí, ahí tiene que ver la impronta de la editorial Chirimbote de atravesar las lecturas históricas con una mirada, como dicen en la editorial, con lentes violetas. No solo porque haya equidad de mujeres y varones en las historias que contemos, sino en cómo leer interpelados por la vigencia, la potencia del movimiento feminista. Ir hacia atrás y buscar esas miradas que no es muy frecuente que estén. Yo no conocía el relato de las compañeras travestis sobre esas jornadas, su protagonismo, ser parte de una pueblada, de la movilización popular masiva. O la figura de Norma Pla: hablamos de las resistencias al menemismo y las puebladas, pero también en épocas donde el feminismo no estaba ahí para apoyarla, la señora hizo frente a todo, a la policía, a la dirigencia política.

También el libro se diferencia de otros en que no analiza el 2001 como algo que explota desde lo espontáneo, sino que reivindica todo un proceso que fue colectivo.

Ayer me preguntaban por qué creía que del 2001 no hay referentes emblemáticos, dirigentes a quienes hay que apelar como de otros momentos de lucha como el Cordobazo, la resistencia a la dictadura, el 26 de junio… Para mí fue múltiple y diversa la expresión de sujetos sociales y de nuevas identidades, o viejas y reformuladas, y también fue muy diversa la forma en que cada colectivo se expresó. Porque la crítica a la dirigencia en el “que se vayan todos”, entendido en su potencia, implicó una nueva expresión, más colectiva, asamblearia, con vocerías rotativas… yo militaba en la Coordinadora de Trabajadores Desocupados y teníamos claro que no queríamos que hubiere uno o dos dirigentes. Aunque había compas más brillantes para desenvolverse o para expresar, los llamábamos voceros, voceras, referentes, promovíamos que fueran rotativos. Eso es muy saludable y sigue presente en lo que vino, como el movimiento feminista que lo tiene en su propio gen, la multiplicidad y la diversidad que expresa, un colectivo social de mucha potencia.

Ustedes indagaron en esos devenires de 2001 ¿qué encontraron?

Elegimos cuatro historias para mostrar que hay un devenir muy presente. El sindicato de la economía popular, la UTEP, es un sindicato de nuevo tipo, conformado por un sujeto social que ya venía engordándose por la exclusión, por los despidos, la marginación que generaba el neoliberalismo en los 90, que en 2001 y con los piqueteros explotó, pero que claramente hoy tiene ese devenir. ¿Entonces no queda nada de 2001 porque había 180 asambleas y hoy hay una o dos? No, queda todo un abanico de organizaciones populares que son inconcebibles hoy sin el 2001, donde mucha de su militancia se forjó al calor de eso, donde la asamblea ordena, donde la movilización y la acción directa es lo que define procesos de lucha o demandas. La Unión de Trabajadores de la Tierra o el Mocase, una organización que precede al 2001, y que el 2001 no los interpeló tanto, pero que hicieron el proceso de pensar la institucionalidad desde el movimiento, donde el centro de gravedad no se pierde de la organización, pero se aprovechan esos espacios. Es un desafío interesante, hay gran cantidad de compañeres y de experiencias organizadas que ven una línea de continuidad entre la rebelión y la agenda social que el kirchnerismo habilita desde el Estado. Y hay otras miradas que lo definen como cooptación, neutralización de la protesta. Bueno, nosotres en el libro ponemos esas voces.

Una de las historias de militancia que recuperan es la del Oso Cisneros, integrante de la organización Los Pibes, asesinado en 2004 en La Boca ¿Por qué la eligieron?

Empiezo por el final, hay una revelación que me gustó mucho y reafirmó la intuición que es que el Oso busca volver a militar por el 2001. El 2001 despertó a nuevas generaciones, pero también motivó a un tipo con medio siglo de experiencia militante curtida, formada en un partido de izquierda como fue el PC en los 80 y 90, y que se había limado de todo. El Oso ve que hay un activismo en la calle, enfrentando a la cana, jugándosela y dice ‘vuelvo a militar’. No encuentra bien cómo y el 26 de junio va al puente, se entera de la experiencia de Los Pibes y se acerca. Entonces, el Oso nos vino a representar a esa otra parte de lo que activó el estallido, no sólo nuevas generaciones y nuevas improntas militantes sino la recuperación de gente que se había visto frustrada por una década difícil de militancia en los 90 y que vuelve a activar después de ahí. Yo tengo además un vínculo afectivo y personal porque lo conocí, milité con él y toda la experiencia de Giol la hicimos juntos. Yo no supe más de él y pensé que no estaba ya militando. Pero me entero que estaba en Los Pibes y que se había convertido nuevamente en un referente barrial cuando lo matan, entonces el impacto es fuerte. Tal vez la complejidad que tuvo el caso es que después de la toma de la comisaría, pasó a ser su asesinato más la judicialización de la acción de lucha de sus compañeros y compañeras. Eso hizo difícil reivindicar a un Oso combativo, brigadista en Nicaragua, que se forjó en una militancia parecida a lo que después vino en 2001, como tomar la municipalidad durante una inundación para resolver el problema de los vecinos.

(El capítulo No me extrañen, que recupera la historia de Martín Oso Cisneros, se puede descargar completo acá)