Cómo se vivieron los bombardeos del ’55 en La Boca

El 11 de junio, el Encuentro por la Memoria La Boca Barracas realizó un encuentro barrial para recordar a las víctimas del ataque de la Fuerza Aérea sobre Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955. Entre radio abierta y muraleada, Lucas Yáñez contó la historia de Nicolás y Rogelio que hoy comparte en Sur Capitalino.

Cómo se vivieron los bombardeos del ’55 en La Boca

Nicolás nació en 1922, en el sector de La Boca que hoy conocemos como Barrio Chino, pero que entonces era “Tierra del Fuego”, por los numerosos vecinos que pasaron una temporada en la cárcel de Ushuaia. Quizás deba su nombre a Nicola Sacco, militante anarquista quien, con Bartolomeo Vanzetti, acababan de ser condenados en los EEUU, a la pena de muerte, por un crimen que no cometieron.

Nicolás seguirá los pasos de su padre como mecánico naval y participará en los 1º de Mayo que se celebran en Vuelta de Rocha. El peronismo no lo conmueve; permanece vinculado a la FORA y no ve con buenos ojos que la vieja Organización Sindical de los Trabajadores Navales se convierta en Sindicato Argentino de Obreros Navales. Simpatiza con Alfredo Palacios y se acerca a escucharlo cuando el socialista viene a La Boca.

Los convulsionados días de junio de 1955, Nicolás practica la máxima peronista “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. En particular, el 16, cuando desde los talleres navales Cromwell, en California y Pedro de Mendoza, donde Nicolás trabaja, se ven escuadras de aviones de guerra volar a baja altura, en formación de combate, en dirección al centro de la ciudad. El viento trae ruidos de explosiones y columnas de humo negro. Los compañeros de taller de Nicolás hablan con los patrones y dejan sus puestos de trabajo. Muchos parten hacia el lugar donde se escuchan las detonaciones. Nicolás enfila por California hasta Carlos F. Melo, al conventillo donde vive.

En el patio, la consternación flota en el aire. Una ronda de vecinas mira al techo esperando que un pibe les pase alguna información. Alguna murmura oraciones y repasa las cuentas de un rosario gastado. Apenas lo ve venir, Rosa se separa del grupo y pone a Nicolás al tanto: aviones de la marina se sublevaron contra el gobierno y bombardean Plaza de Mayo; hay resistencia de tropas leales desde los edificios que rodean la Plaza; Rogelio, marido de Rosa y amigo de Nicolás, llegó temprano del trabajo, agarró las llaves de la Unidad Básica, fue a buscar a su hermano a la carnicería y empezó a organizar un pequeño grupo de vecinos y se fueron a Plaza de Mayo. A Nicolás le parece una locura: ¿qué podrán hacer un grupo de obreros contra los bombarderos? Le dice a Rosa que no se preocupe, que él irá al centro y volverá con noticias.

En el patio del conventillo de California y Melo la consternación flota en el aire. Una ronda de vecinas mira al techo esperando que un pibe les pase alguna información.

La cabeza de Nicolás es un torbellino: ¿cómo va a llegar a la Plaza? ¿Cómo va a encontrar a Rogelio y sus vecinos? ¿Cómo es que le toca a él meterse en estas cosas? Mientras piensa todo esto, llega a la puerta de un vecino que tiene una chata Chevrolet del año 38. Le cuenta lo que quiere hacer y enseguida están en marcha. Pasan por la Unidad Básica, quizás ahí les puedan decir adónde pensaban ir Rogelio y los suyos. Como si estuvieran esperándolos, un par de muchachos suben a la caja de la chata, golpean el techo y dicen “vamos”.  Y allá van, por el Bajo. 

A la altura del Argerich, toman noción de la magnitud del ataque. Las ambulancias descargan cuerpos heridos, mutilados, muertos y vuelven a buscar otra carga macabra. Enfermeras, camilleros y médicos corren a ingresar a los heridos a la guardia. Familiares preguntan por sus seres queridos. Dejan atrás el caos del hospital y se detienen en las inmediaciones de la Secretaría de Agricultura y Ganadería. Mejor que el chofer se quede en la chata. Nicolás y los muchachos seguirán a pie. 

Difícil caminar por Paseo Colón entre los cráteres, los trolebuses y automóviles incendiados. Nicolás y los muchachos buscan llegar a Plaza de Mayo por alguna de las laterales. Y en eso están cuando ven a un grupo que les resulta familiar.  Algunos tienen palos, cruzados sobre el pecho como si fueran armas de fuego.  Otros tienen palos para ayudarse a caminar. Dos llevan a un herido sobre sus hombros. Nicolás y Rogelio, poco dados a las muestras de cariño, se abrazan.

Un viaje no es suficiente para llevar a todos de vuelta al barrio, aun cuando dejan algunos heridos en el Argerich. Meses más tarde, los mismos sectores que bombardearon la capital de la República, consuman el golpe de Estado y se hacen con el control del gobierno. La Unidad Básica del barrio fue cerrada. Una noche, Nicolás escuchó ruidos en el patio del conventillo y se asomó a la puerta.  Rogelio estaba entrando unos bultos pesados. A pesar de la oscuridad, pudo reconocer las imágenes de Perón y Evita. Cruzó una mirada con Rogelio y se quedó en la puerta de la pieza, hasta que quedaron acomodados debajo de la escalera del convoy. Por las tardes, cuando volvían del trabajo, Nicolás y Rogelio se tomaban unos mates en el patio.  Entonces, Nicolás sacaba el busto de Pocho fuera de su escondite y lo usaba de asiento. Rogelio entendía la provocación, mascullaba una puteada, pero sonreía a su amigo y le pedía un amargo.

Este relato fue reconstruido a partir de la entrevista a Néstor Fiumano, hijo de Nicolás.

 

(*) Lucas Yáñez es profesor de Historia en el Instituto Alfredo Palacios, presidente de la Junta de Estudios Históricos de Barracas e integrante de Encuentro x la Memoria La Boca-Barracas.