“Por los pobres, los vulnerables”
Alejandro León es el párroco de la iglesia San Juan Evangelista de La Boca, la primera parroquia salesiana del mundo. Pero es, también, un hombre comprometido con el barrio, su identidad y sus luchas. Preocupado por los problemas de vivienda y violencia, por la expulsión de sus familias y el consumo de sus jóvenes. Un sacerdote que tiene esperanza y memoria.

Suenan las campanas y en la calle Olavarría el barrio empieza a despertarse. Alejandro llega a la puerta de la centenaria Iglesia San Juan Evangelista con un manojo de mil llaves y, casi sin mirar, toma la única que abre. Los vecinos que pasan lo saludan, él sonríe, todos lo conocen. Saben que ese hombre que acaba de bajarse de la bicicleta es el sacerdote salesiano de La Boca. El hincha de River. El que patea la calle todo lo que le permite su rol al frente de la primera parroquia salesiana del mundo. El padre Alejandro, el que la semana del 24 de marzo colgó en el frente de la parroquia un pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo con la leyenda Nunca Más. El que bendice en la calle con una botellita de plástico (incluso a la policía detrás de sus escudos) en plena movilización de vecinos en lucha por sus derechos.
“Soy Alejandro León. Soy salesiano, sacerdote, 64 años. Nací el 20 de diciembre del 60 en Tandil, provincia de Buenos Aires”, se presenta, ceba un mate y sube el volumen de voz. Acaba de sonar el timbre del recreo y el patio del colegio San Juan Evangelista es todo grito. Pegado a la puerta de su oficina está el metegol. Parece estar acostumbrado.
“Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo son signos de los tiempos. Memoria, verdad y justicia son parte de nuestra profesión de fe”.
La mayoría de su vida la dedicó a los salesianos y si bien su familia era “creyente, pero no practicante”, dos hechos parecen haber sido fundamentales al momento de tomar la decisión de meterse al noviciado. El primero ocurrió cuando era muy chiquito: “En Tandil tengo una enfermedad que es la triquinosis. Entonces quedo desahuciado por los médicos. Y en el Hospital de Niños, un médico le dice a mi mamá que rece de acuerdo a su fe, que él iba a rezar de acuerdo a la suya. Pero que, como no tenía el antígeno, lo iba a tratar como una triquinosis. Cada uno rezó como pudo y me salvé. En mi familia sintieron que esto había sido casi como un milagro de Dios”.
- ¿Y te acordás cuándo decidiste ser cura?
- En febrero del 77 me pasa una cosa muy fuerte. Nosotros vivíamos a media cuadra de la avenida San Martín, en Caseros, eran las cinco de la tarde cuando escuchamos unos frenazos de coche. Teníamos bajas las persianas por el calor, entonces yo me asomo entre las rendijas de madera y veo dos Falcon y un Peugeot, tipos que bajan con armas largas y meten a los vecinos que estaban tomando mate adentro de las casas. Viene una parejita por la avenida, a la piba la agarran, la ponen al lado del que manejaba el Peugeot y al pibe lo fusilan. Yo veo cómo lo fusilan, lo doblan en dos, lo inyectan, suben el cuerpo doblado al Falcon. Fue muy fuerte. Volví varias veces en la vida a ese lugar, es un lugar místico, sagrado para mí. Y ahí dije, bueno, la vida hay que gastarla para bien y para la gente. Las armas no son el camino. Y me planteé seriamente lo de ser cura. Cura salesiano, porque los salesianos en el sur estaban muy comprometidos con los pibes más pobres, con la gente de las barriadas. Tenía 17 años, un pibe.
Cuando habla del sur, el padre Alejandro se refiere a Río Gallegos donde hizo la escuela secundaria y tuvo sus primeros contactos con los salesianos. Pero durante su infancia y adolescencia vivió en Mar del Plata, Rosario, Mendoza, Córdoba y el gran Buenos Aires: su papá era empleado de comercio.
- Y una vez cura, ¿dónde estuviste?
- Vine de curita joven a Brasil y Piedras, a Santa Catalina. Trabajé con pibes de la calle, con el oratorio, el batallón de exploradores, todos espacios juveniles. Le dediqué los primeros diez años del sacerdocio a eso, en Constitución y después en distintas casas de Almagro. El año 2000 ya me encuentra acá, director y párroco de San Juan Evangelista durante seis años, tiempos muy duros. El 20 de diciembre del 2001 acá entraban los gases por la ventana. Habían querido entrar al chino, enfrente. Después fueron tiempos de trueque, acá en el patio. Y de rehacer la casa, la cúpula, el patio, las instalaciones del primario y finalmente, demoler el edificio histórico sobre Lamadrid del cual quedó la fachada. Seis años muy intensos.
De La Boca volvió a Santa Catalina como director y párroco, luego a Isidro Casanova y de allí a Quito, Ecuador, a la Villa Itatí, a Caleta Olivia y, justo antes de partir hacia una obra en Neuquén, un cambio de destino lo trajo nuevamente a La Boca. “En 145 años, nadie estuvo dos veces en esta parroquia”, ríe y vuelve a cebarse un mate.
- Y después de tantos años en esta parroquia, ¿qué podés decir de este barrio?
- Primero, que el barrio de La Boca tiene una identidad preciosa. Y que entramos todos, porque acá mismo tenemos la placa de los 100 años de River y de los 100 años de Boca. La Boca es el carnaval por eso tuvimos la preciosa experiencia de la murga Los pibes de Don Bosco. La Boca es el trabajo, es el arte, el deporte. Y La Boca también es la fe. Y para nosotros, los curas de Don Bosco, estar en La Boca no es optativo, tenemos que estar acá. Por vocación, porque nacimos para los pibes más pobres, para los pibes en situación de calle o en situación de detención: Don Bosco se pregunta, si estos pibes cuando salen tienen una mano amiga, ¿qué pasa? Por ahí no vuelven a delinquir, por ahí encuentran un sentido a la vida.
- ¿Qué te convoca hoy de La Boca?
- La realidad de la vulnerabilidad, de los pibes que quieren oportunidades y que necesitan orejas, manos, corazones para ir adelante. Para nosotros, estar en La Boca es una oportunidad única de pisar mucho, mucho el territorio. Tenemos mucho contacto con las organizaciones barriales, con las fundaciones tradicionales, con el club, con el Museo Quinquela Martín, con la República. Tener las puertas abiertas nos parece fundamental. En el barrio chino, allí en Garibaldi y California, tenemos la Capillita San José y el centro de primera infancia Juanito Bosco; para el lado de Plaza Solís tenemos la Capilla María Madre de la Esperanza, que tiene actividades para chicos chiquitos, fútbol, un espacio para los pibes más vulnerables. También tenemos el único CPI nocturno de la Ciudad, para los adolescentes y jóvenes que son papás, mamás, y estudian de noche. En lo social también está el CAAC, Casa de Acompañamiento de Acogida Comunitaria, para quienes tienen temas de consumo problemático y el comedor de los domingos con 150 viandas...
- Estuviste en La Boca durante la crisis del 2001 y volviste casi veinte años después. ¿Ves una aceleración del proceso de gentrificación, de expulsión de familias del barrio?
- Sí, por supuesto. Nosotros en el 2000 acompañábamos a la Mutual de Desalojados de Boca-Barracas, con Alberto Di Palma y su gente, me enorgullezco de haber caminado con él. Después hubo otros actores barriales que continuaron con el tema. El año pasado nos hemos acercado en momentos puntuales de desalojo. Estamos siempre atentos a eso. El proceso de gentrificación es clarísimo, por todos lados. Es un proceso que incluye la vivienda y que se llevó puesto, por ahora, a los artesanos de Caminito. Y es muy doloroso porque además de la cuestión del trabajo y la supervivencia, en el fondo es un tema de identidad barrial. Este año, la muestra que harán los pibes en la Noche de los Museos, en la sección memoria activa, tendrá como eje la identidad barrial, justamente como respuesta a este proceso de gentrificación.
- ¿Creés que es posible que ese proceso, que algunos llaman “progreso”, sea con inclusión, con trabajo para los vecinos?
- Sin dudas. Uno pregunta ¿por qué no se avanzó en la zona de Plaza Solís con el proyecto que era parecido al de Rodrigo Bueno? Hoy tendríamos allí todo un espacio de economía popular. Pero no, no se avanzó y el proyecto está, pero parecería que no hay una voluntad de avanzar por ese lado. Y eso nos preocupa mucho. Nosotros nos sentamos en todas las mesas, escuchamos todas las voces, porque la comunidad salesiana es para todo el barrio y sin distinciones, pero nos preocupan los más vulnerables y este proceso de negación de la persona y sus derechos.
- Estuviste en la marcha “La Boca nos convoca” que se hizo el 8 de noviembre. Tu presencia fue y es muy importante para los vecinos…
- Es muy importante para mí, como proceso personal e identitario. El Papa Francisco nos mandó una carta en la que nos invita a salir al encuentro de los jóvenes y los más pobres (ver recuadro). Bueno, eso para nosotros es re interesante. Hay muchas cosas que hacer. Participar en la radio de Los Pibes, acompañar ollas populares o hacer circular lo que conseguimos para otras organizaciones que por ahí en un momento tienen un bache de abastecimiento. Sentarnos juntos por la marcha por La Boca. Que sepan que la Casa Joven está abierta… Por ahí no te da la vida porque son tantas las cosas y esta casa tiene diez mil frentes. Pero sí, para nosotros es muy importante.
- Otro problema en el barrio tiene que ver con la violencia.
- Totalmente. El otro día estábamos reunidos por Plaza Solís y escuchamos unos disparos: a un pibe le habían volado la cabeza. Es tremendo. Nos tiene muy preocupados y ocupados. En enero, los dos hechos que ocurrieron en Necochea y a la semana en Olavarría. Desde acá acompañamos desde la fe a la familia de Ramón, de la colectividad paraguaya, hicimos una misa en la casa y otra acá. Pero también dimos acompañamiento jurídico con uno de los abogados del CAJ, Centro de Acceso a la Justicia, que se desfinanció con el actual gobierno y pasó a funcionar acá en la Casa Joven ad honorem con David Márcico y su vocación de servicio.
- ¿Por qué tanta violencia?
- No hay un freno al tema del consumo. Es muy difícil el tema de los acompañamientos hoy. Nosotros tenemos el CAAC, pero quisiéramos tener más mordiente, más callejeada, más presencia desde ahí. Pero no hay que desanimarse. Una clave es la esperanza. Y este barrio tiene esa clave porque es tierra donde llegaron los migrantes y los migrantes vienen con nostalgia, pero también con esperanza. Para nosotros la esperanza desde lo humano, pero también desde la fe, tiene que ser un distintivo, no bajar los brazos.
- La semana del 24 de marzo, aniversario del golpe de 1976, en el frente de la parroquia se colgó una bandera con el pañuelo de las Madres y la leyenda Nunca Más. ¿Cómo es ese vínculo?
- Este es el tercer año que hay concierto de campanas alrededor de la fecha del 24 de marzo, por memoria, justicia y verdad. Vino el campanero y dijo ¿puedo tocar las campanas para el 24? Sí, claro. Hay que escuchar. Con la nocturna este año fue más fuerte la conciencia que otros años, así que salimos con los estudiantes y velitas a esperar a la marcha de antorchas. Memoria, verdad y justicia son parte de nuestra profesión de fe. Seguimos a un hombre justo injustamente condenado y asesinado en la cruz. Y lo asesinan por traer la memoria del Dios de la vida por encima de las instituciones de su tiempo. Y por decir que la verdad nos hace libres. Entonces no es una cuestión política, solamente, puede serlo, pero no, para nosotros es una cuestión de fe. Después hay mediaciones, lo que el Concilio Vaticano II dice los signos de los tiempos: para nosotros las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo son signos de los tiempos. Sin duda que desde la fe nosotros decimos justicia, pero también hablamos del perdón y la reconciliación. El crucificado terminó diciendo ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’. Esa distinción sí la hacemos, es nuestra identidad, es lo que tenemos para aportar.
- Es imposible no pensar también en la Iglesia cómplice que colaboró con la dictadura…
- La Iglesia con la dictadura es una parte de la Iglesia. Ya lo decía San Agustín, la Iglesia es santa y pecadora. Estuvieron los que bendijeron las armas de un lado, pero también estuvo (el obispo Enrique) Angelelli, (el padre Carlos) Mugica, los (padres) palotinos. Yo todos los lunes rezo misa en el barrio Mugica en Retiro. Hay memorias que las tenemos que activar con opciones concretas.
Francisco, el Papa de los descartados
La entrevista con el Padre Alejandro fue semanas antes de la muerte del Papa Francisco. Sin embargo, durante la charla lo recordó a partir de una carta que le envió en 2022, para los 150 años de la parroquia San Juan Evangelista. “En la carta preciosa nos invita a pasar por el corazón la decisión de Juan Bosco de que los salesianos se quedaran en La Boca a finales del siglo XIX. Nos recuerda que Don Bosco quiso que sus hijos tuvieran la primera parroquia salesiana del mundo en La Boca porque entendió que aquí estaban los jóvenes más vulnerables, los migrantes. Que hoy puedan salir al encuentro de los jóvenes y de los más pobres con el sello evangelizador de la obra de Don Bosco característico de la creatividad y la alegría”.
El Padre Alejandro fue parte de la peregrinación por los caminos de Francisco, diferentes puntos que el Cardenal Bergoglio visitaba asiduamente. Vestido con una remera con los rostros de “los mártires riojanos” -el obispo Enrique Angelelli, los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wenceslao Pedernera, asesinados en 1976 durante la dictadura por su compromiso con los más pobres- le dijo a FM Riachuelo: “La vida del Papa Francisco es, sin dudas para muchos de nosotros, un antes y un después en la historia de la Iglesia. Su legado es una iglesia donde todos entramos, un Jesús que no hace diferencias, que vive en el pueblo”.
La peregrinación del 21 de abril culminó con una misa en la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, en la Villa 21-24 de Barracas, donde Bergoglio iba cada 8 de diciembre. Durante la misa, el Padre Toto De Vedia señaló: “Prefiero a una iglesia accidentada por salir a la calle, más que una iglesia enferma de quedarse encerrada. El legado de Francisco son los descartados, los que el mundo expulsa de la sociedad. Los más pobres de los pobres, esos fueron, hasta el último instante, los preferidos de Francisco”.