Un hervidero de gente
Cuesta imaginar que alguna vez las fábricas de Barracas y La Boca estuvieron activas: ¿saldría humo de su interior, como en las películas? Nací en el 87 y no tengo recuerdos de fábricas vivas. Más bien las imagino como un volcán inactivo, cuya última erupción fue hace quién sabe cuándo.
De chica no me gustaba la avenida Patricios. Me fastidiaba su desnivel permanente, sus escalones rotos, la soledad de sus cuadras a medida que me alejaba del Parque Lezama. Disfrutaba de la paqueta Montes de Oca, llena de comercios, de movimiento y de heladerías. Prefería el verde vivo del pasto de la Plaza Colombia al marrón apagado de esos edificios inmensos y sin vida. Todavía hoy paso frente la fábrica de Alpargatas y me preguntó cuántas ratas anidarán dentro, cuántas telarañas podrán contarse, cuántas generaciones de cucarachas habitaron allí, cuántas personas harán falta para limpiarla y si algún día alguien querrá hacer algo con eso. Ruego al Dios en el que no creo que, si ese día llega, si alguien se aventura a ver qué quedó ahí adentro y a empezar de nuevo, no sea para construir un nuevo shopping u otro depósito de oficinas que albergue más CEOs, Project Managers y todos esos otros títulos rimbombantes con los que se autopercibe el proletariado menos proletario hoy en día.
Cuesta imaginar que alguna vez estas fábricas estuvieron activas: ¿saldría humo de su interior, como en las películas? Pido disculpas por la estupidez de esta pregunta, pero nací en el ‘87, el año del levantamiento carapintada en Campo de Mayo, cuando la democracia todavía gateaba pero la dictadura ya había cumplido ¿exitosamente? su misión, y no tengo recuerdos de fábricas vivas. Más bien las imagino como un volcán inactivo, cuya última erupción fue hace quién sabe cuándo.
Mi abuela trabajaba en la fábrica Noel. Entró cuando tenía 14 años y decía eso con orgullo, y la primera vez que supe que en Patricios hubo vida fue por ella. Fue ella la primera que me contó sobre el olor que salía de la fábrica Canale y que inundaba todo el barrio. Hoy, María Luisa Rodríguez y Sara Andino confirman en la biblioteca de la Sociedad Luz el relato de mi abuela. Cuentan cómo Patricios era un “hervidero de gente” y recuerdan estos mismos olores, el bullicio, el transitar de las masas obreras que traían decenas de colectivos. Quienes escuchamos a María Luisa y Sara, además de admirar su valentía, no podemos evitar sentir nostalgia por ese mundo obrero, bullicioso y con olor a galletitas recién horneadas.