La esquina del vermú

El 26 de agosto el bar notable El Progreso colmó su salón de leyendas que se escurrieron entre sus mesas de madera. Fue durante el festejo de sus 80 años de vida y del 169 aniversario de Barracas. Historia de un bar que ya es la historia de un barrio.

La esquina del vermú

Siempre que haya sol se puede encontrar a Gloria García sentada en la esquina de El Progreso, tomando un café y leyendo el Página/12 que deja “un señor que es muy amable”. Los sábados se cruza desde su departamento en la esquina de Montes de Oca y California al bar notable con todo el nieterío, y se comen unos sánguches de jamón y queso que describe como “un poema”. Uno de esos sábados, sentada ella con su nieto, su perro y su capelina, se acerca un muchacho y le pregunta si puede tomarle una foto para el Instagram del bar. La foto en cuestión está en el perfil de la cuenta y fue durante mucho tiempo su imagen de portada. Gloria está orgullosa. Dice que El Progreso es como el patio de su casa, y por eso no dudó en cruzarse con su amiga Élida, a quien conoce de aquagym, a tomar una copa de vino la noche del último viernes de agosto, cuando El Progreso celebró su 80° aniversario y Barracas sus 169 años.

Para celebrar este doble cumpleaños, con tortas y velas incluidas, el bar El Progreso organizó junto con el Archivo Histórico Enrique Puccia y la Junta de Estudios Históricos de Barracas la noche “Travesía de emociones”, una jornada que entre vermuses y picadas honró al barrio y al bar de la Calle Larga mediante anécdotas y relatos. Estuvieron presentes la escultora Marina Dogliotti y el escultor Leo Vinci, Leonardo Kwiatkowski del Club Atlético Barracas Juniors, entre escritores, artistas y vecinas y vecinos del barrio.

La historia de este bar retrata parte de nuestra historia nacional, aquella de la migración de ultramar y del ascenso social que predominó durante buena parte del siglo XX. María Licinia Tomás de Moreno llegó desde Villaviciosa con su marido Aureliano y su hijo César. Juntos se hicieron cargo del bar "El Progreso", que funcionaba con ese nombre desde 1942.

En las paredes de El Progreso no cuelgan fotos del Obelisco ni de parejas bailando tango: cuelga la historia de la avenida Montes de Oca y el recuerdo de todas las fábricas del barrio.

Fue el tío de Licinia y Aureliano el que se paró sobre la esquina de Montes de Oca y California y percibió que sus sobrinos y el bar que tenía frente a sus ojos se correspondían mutuamente. En uno de sus viajes de visita a España comentó lo próspera que era Argentina y alentó a sus sobrinos a venir. Licinia tenía 27 años y Aureliano 35 cuando decidieron zarpar para el sur. Aureliano no era una persona de urbe habiendo trabajado en el campo toda su vida, pero Licinia ya tenía experiencia de trabajo en un bar que todavía existe en su pueblo de origen.

Para comprar el fondo de comercio la pareja tuvo que endeudarse, y trabajaron de domingo a domingo para sostener el proyecto. Pero aquél Barracas no era el de ahora: los grandes galpones abandonados de hoy supieron ser inmensas fábricas que contenían a hordas de trabajadores, siempre estaban dispuestos a tomar “un café, una grappa o un whisky”, como dice César, y ponerse al día con sus amigos antes de volver a sus casas.

“Licinia era un ser entrañable que muchas veces se mostraba irascible y otras veces era de una ternura muy grande. Muchas horas estuve charlando con ella -cuenta Graciela Puccia del Archivo Histórico -, sobre su necesidad de estudiar y que no la dejaran. Siempre tuvo esa necesidad, de aprender y de ir a la escuela. Se sentaba en el fondo, con su guardapolvo celeste, en una mesita que decía ‘Reservado’ y desde allí observaba todo lo que pasaba en el bar”. Como exponente de una generación de mujeres a la que la educación le estuvo vedada o era al menos dificultada, lo mejor que podía hacer por su hijo era trabajar para otorgarle la mejor educación posible. Y trabajó, trabajó mucho. Durante décadas el bar El Progreso solo cerraba el 1ro de mayo y el 17 de agosto.

César se recibió de ingeniero industrial y tras la muerte de sus padres se hizo cargo del bar. Mientras conversamos, una nena se acerca a la mesa con su papá y le devuelve un dinosaurio de juguete. César le agradece, la invita a volver y a dibujar algo para el rincón de las infancias que está en la entrada del bar. La familia se va agradecida y queda pendiente el compromiso. César dice que sostiene al bar por amor y afecto. En otras palabras, por estas pequeñas cosas. Sabe que el barrio no es el mismo, y que la vida bulliciosa y obrera que sostuvo al bar durante tantas décadas es parte del pasado, de otro barrio y posiblemente de otra sociedad. 

La clientela de los cafés también ha variado notablemente, sostiene. “A esta hora (siete de la tarde) esto estaba lleno, pero lleno, de todo aquel que venía de su oficina, de su fábrica, y que pasaba por el bar a tomarse un cafecito, una grappa, un cognacito o un anís. Hoy no existe eso. A los chicos jóvenes esto no les atrae, aunque a algunos nostálgicos sí les gusta y vienen a buscar el ambiente, la paz, el espacio, la tranquilidad, la luminosidad. Y el hecho de que puedan reunirse y compartir cosas, como veo yo”. Y ahí César despliega cuánto conoce de su clientela y menciona a los doctores que van a estudiar, al abogado que va a repasar sus apuntes, a la profesora que corrige mientras hace tiempo.

80 años después el bar preserva una estética tan tradicional y porteña que con frecuencia fue locación de películas y publicidades que buscaban emular ese espíritu, como El lado oscuro del corazón o Roma de Adolfo Aristanain, de miniseries como La fragilidad de los cuerpos y de la publicidad de Quilmes protagonizada por Francella. Pero en las paredes de El Progreso no cuelgan fotos del Obelisco ni de parejas bailando tango: cuelgan las fotos de la evolución de la avenida Montes de Oca y el recuerdo de todas las fábricas del barrio y una vitrina preserva los libros de nuestro historiador favorito Enrique Puccia, quien se dedicó a la memoria barraquense. Y ahí se sabe por qué el bar El Progreso es de los más notables entre los notables. Primero, porque es nuestro. Segundo, porque te sirven el vermú con un sifón. Y tercero, porque El Progreso es Barracas, un hogar dentro del hogar.