“Esta esquina es mi lugar en el mundo”

Los puestos de diarios son una especie en extinción. Pero en La Boca, hay uno que resiste, no sin nostalgia. Dani, el diariero -como lo conoce gran parte del barrio- acumula mil historias y el recuerdo de un club Amor y Progreso, punto de encuentro de vecinos anónimos y de los otros. 

“Esta esquina es mi lugar en el mundo”

Daniel Prado tiene 64 años, viste campera de cuero, lleva una gorra de surf donde se le escapa una melena gastada. Daniel abre la boca y empieza a relatar historias como un tanguero de los años treinta. Con sus palabras, nos abre la puerta del club “Amor y Progreso”, que está por cumplir cien años en la esquina de Irala y Olavarría, en La Boca. También nos zambulle en el mundo de los diarios, el medio de comunicación que desde hace algunos años amenaza con extinguirse, pero resiste.  

Daniel es segunda generación en el puesto de diarios anclado en la misma esquina donde su padre llegó en 1963 y se quedó hasta el último día de vida. Hace 30 años que Daniel llega allí a las cuatro y media de la madrugada para repartir el diario en bicicleta a los 120 vecinos y vecinas que cada mañana lo esperan para leerlo en el desayuno o camino al trabajo. Un día fue a darle una mano a su hermano Alberto, que falleció hace pocos años, y nunca más se largó. 

Dani nunca había tenido una relación con el barrio, solo iba de visita, trabajaba en el rubro inmobiliario, lejos de las letras del papel. “Hasta que vine un día y me quedé para siempre”, reconoce y, en seguida, agrega: “estuve en el lugar correcto, en el momento indicado. Es esto o nada. Es todo, el club, la esquina, el puesto de diarios. Mi lugar en el mundo”, suelta con nostalgia, pero con mirada dura, como si no quisiera romperse. Pero sus palabras dicen lo contario, escupe dulzura.

Desde esa equina él observa riqueza: “Por esta esquina pasaron artistas, escritores, periodistas, músicos, técnicos de fútbol. Nombro a Celia Chevalier, al gordo (Osvaldo) Soriano que siempre venía a guardar su Renault 12”, recuerda y ante la pregunta de alguna anécdota responde: “una vez pasaron como una imagen pagana los dos Coppola, el Guillote con sus pantaloncitos amarillos y Francis Ford Coppola (guionista)”.

Frente al puesto de diarios donde, no importa el clima, Daniel está siempre, infaltable, se encuentra el club Amor y Progreso, un lugar donde hasta no hace muchos años brillaba el escolazo -instante en que se produce la trampa, según define el diccionario lunfardo-. Dani nombra así a las barajas y asegura que “nunca se jugó por plata”. “El club era más bien era un lugar de entretenimiento de adultos mayores, pero por el 2010 empezaron a caer los soldados (vecinos del barrio)”, dice con tristeza sobre la muerte, que no nombra: “Ha cantado flor, el club es como el turf, no se renueva. El puesto de diarios también es como el turf tampoco se renueva”.

Al entrar al club, que es su guarida y, a la vez, “su lugar en el mundo”, uno se adentra al barrio oxidado: fotos de integrantes del club, esos soldados caídos que ya no están, de traje y corbata alrededor de una mesa larga, de hombres adultos. El lugar está decorado con pinturas de Rómulo Maccio -“el pintor argentino más grande”, asegura Daniel-, con otra bella obra de Alberto Cabezas, una fotografía del escritor maldito, Enrique Symns; en el centro dos viejas heladeras Siam, el estadio inglés de Wembley en forma miniatura y otras reliquias que dejaron artistas a su paso. 

“El elefante fue bastante malo y las cebras vinieron bastante bien. Las abuelas siguen quedando y los elefantes se fueron”, dice Daniel sobre las ausencias en el barrio y en el club, hombres que ya no están, mujeres que envejecen pero que continúan ahí, caminando sus veredas. “Es que los recuerdos me han hecho mal”, vuelve a tanguear. 

Daniel podría estar contando diez horas de historias, es como una caja de pandora de relatos infinitos. Pero hay que terminar la nota. Mates de por medio, la charla va llegando a su fin: “he sembrado bien, he estado correcto, nunca he tenido una diferencia con nadie”.

Letra de molde

“Ya nadie lee, es difícil leer, es algo complejo. En los 90’, en 1993, 1994 era el apogeo del diario, había una venta del 300 por ciento más que ahora, tiraba 1000 diarios por día. Hoy en la actualidad, como mucho, los domingos reparto 250 diarios. Desde que estoy acá hace 30 años, se eliminaron ocho puestos de diario en el barrio, eso es mucho. Crónica y Popular siempre fueron los diarios con más tirada, Clarín y la Nación son tendencia, pero la gente compra los populares, por el juego”, explica Daniel, mientras el sol ilumina el puesto en el que también las y los vecinos pueden conseguir cada mes el periódico gratuito del barrio, Sur Capitalino.