Adiós al pediatra de La Boca

El 15 de diciembre murió Eduardo Cichero. Doctor de cientos de pequeños habitantes del barrio y médico en el Hospital Argerich por casi medio siglo, pertenecía a una familia mítica que se instaló a orillas del Riachuelo a mediados del siglo XIX. Tenía 85 años.

Adiós al pediatra de La Boca

En 1842 –pleno rosismo- una rama de los Cichero, llegaron de Recco, Génova, para ser argentinos. Una referencia para hablar del placer de haber conocido al doctor Eduardo Cichero y del enorme pesar por su muerte. Médico pediatra de La Boca, su punto cardinal, se fue alejando de su profesión por razones de salud que primero atacaron una rodilla, de la que no pudo operarse por un corazón delicado que el 15 de diciembre dejó de latir. Tenía 85 años.

Padre de cuatro hijos y de nietos que lo extrañarán y de una esposa, madre y abuela, Alicia, su novia de siempre, con él se fue un modelo de médico del siglo pasado, como Florencio Escardó, de quien fue discípulo. ¿Y cómo debería un médico auscultar? En el caso de las criaturas, primero, hablar con las mamás y no mirar desde el pie de la cama; con los adultos, requerir la información de lo que les pasa, antecedentes, síntomas y “meter mano”, tocar, explorar.

Referencias extraídas de charlas con el Dr. Cichero, entre café y café, matizadas con política acerca de la cual solía decir “yo de eso cada vez entiendo menos”, una forma de escaparle a la jeringa. Era un socialista teórico. Amaba a Borges.

A la hora del miedo de las madres, en las noches de las casas humildes y en los conventillos, desde el Citroen inicial en la puerta, con su mujer a bordo, que lo esperaba, llegaba ese hombre alto con cara de bueno y a partir de allí todo parecía mejorar.

Pero llegó el día, ya retirado, que el que buscó esa calma fue él. Y se encontró con un profesional más bien joven a cuya consulta acudió como un vecino más. Y el hombre de guardapolvo blanco, sin revisarlo como correspondía, le dijo que se trataba de tal cosa.

- ¿No podría ser tal otra? - sondeó Cichero, tras lo cual escuchó:

- ¿Pero quién es el médico? ¿Usted o yo?

- En todo caso, los dos-, respondió el Dr. Cichero, que había sido casi medio siglo médico del Argerich.

Con su padre, también Eduardo, farmacéutico universitario, el de la mítica farmacia boquense de su suegro José Ragozza, más su tío, Norberto Cichero Ragozza, médico del Argerich, tuvo el camino marcado para su vocación.

Había nacido en Quilmes, como su padre, que se casó con su madre Irene Daniel, uruguaya, en la Catedral levantada donde un cura clavó la cruz, con la llegada, caminando, de los rebeldes kilme de Tucumán, en 1666. Al mundo lo trajo Isidoro Iriarte, médico cuyo nombre lleva el Hospital de esa ciudad.

Pasaba de chico sus vacaciones de verano en la casa de sus abuelos ya demolida (en 1960), cerca de la vieja cancha de Quilmes, casco de un predio vendido a fines del siglo XIX a la cervecería de Otto Bemberg por Domingo, el Cichero llegado a la Argentina, en 1842, que tuvo 15 hijos y murió en Quilmes en 1923.

Entre Domingo, nacido en 1835 y Eduardo, nacido en 1935, hay 185 años de argentinos que han marginado la historia. Como lo hicieron con los astilleros de La Boca, el fenomenal astillero de los Cichero, y con el Caserón de los Cichero, al lado de lo que hoy es Proa, refugio final de los grandes pintores de la escuela de La Boca, como Victorica, tirado abajo sin dejar huella.

Cosa de argentinos, entre otros grandes argentinos, como el inolvidable doctor Eduardo Cichero, que atiende desde el cielo.