El primer presidente villero

Antes del golpe de Estado de 1976, en la Villa 21-24 se fundó la Junta Vecinal y su primer presidente fue un albañil paraguayo con una historia de solidaridad. Teodoro Urunaga Martínez fue uno de los pioneros en la lucha por los derechos básicos para el barrio y por eso mismo, la última dictadura lo secuestró, torturó y asesinó. La memoria abierta, en palabra de sus hijos, late en los pasillos que él supo defender con su propia vida.

El primer presidente villero

“Martita”, como le decía su padre, abrió sus ojos durante la madrugada del 29 de abril de 1976. Los golpes fuertes en la puerta de su casilla en la Villa 21-24 eran presagio de lo terrible. “¡Soy Ricardo!”, contestaron cuando su papá, Teodoro Urunaga, preguntó quién estaba del otro lado. Ni bien se abrió la puerta, a Ricardo lo meten de una patada. “Un montón de hombres, todos de negro, con poleras de cuello alto” pusieron a la mamá, al papá y a dos tíos adolescentes de Martita contra la pared. Ella observaba con sus cinco años encima, sin comprender por qué estos señores estaban armados. En otra habitación, su hermanito de pocos meses empezó a llorar. Hoy, a sus 54 años, una escena todavía le late en la memoria: “Yo me puedo olvidar lo que comí ayer pero de esa vez nunca más. Uno de los tipos desgraciados entró a la habitación de mi hermanito y le puso un revólver en la boca”. Esa noche secuestraron a su papá: “me lo quitaron para siempre”.

La escena la reconstruye Marta Urunaga. Es una pieza del rompecabezas para comprender cómo fue el secuestro de la primera Junta Vecinal organizada en la Villa 21-24 de Barracas. Ese 29 de abril del 76, los militares secuestraron a su padre Teodoro Urunaga y a otros vecinos de la Junta: Ricardo Gamarra Ortíz, Oscar Zalazar y María Ester Peralta. Todos los varones aparecieron con señales de tortura, asesinados, en el Parque Centenario una semana después. A Peralta, que estaba embarazada de cinco meses, se la llevaron y hasta hoy no se sabe su paradero.

“Querían una información que no teníamos”, dice Marta. Mientras lloraba y gritaba “¡No maten a mi papá!”, uno de los hombres se acercó y le prometió que nada le iban a hacer. “Nuestra casa era muy precaria, lo dieron vuelta todo, revolvieron de punta a punta sin encontrar nada”. Teodoro se cambió y le dio un beso a su pareja: “Quedate tranquila, ya vuelvo”. Y lo regresaron en un cajón.

Pero, ¿quién era Teodoro Urunaga Martínez?¿Qué rol tenía en el barrio?¿Cómo impactó en su familia su secuestro y asesinato por parte de un grupo de tareas de la última dictadura?¿Qué huellas nos dejó su lucha para reconstruir la historia de la Villa 21-24? En palabras de su hija Marta, y su hijo también llamado Teodoro, esta nota busca sembrar memoria.

 

De Paraguay a la villa

Teodoro nació en la localidad de San Juan Nepomuceno, Paraguay, pero vivió con toda su familia en Tres Fronteras. Su infancia fue convivir con muchos hermanos y padres trabajadores. Era “un niño bueno y de pocas palabras”, buen estudiante. “En aquel entonces llegabas a sexto grado y ya está”, dice su hija Marta. Para sostener el día a día tenían su chacra y los hombres, en general, en la albañilería. Antes de hacer el Servicio Militar Obligatorio, conoció a Sebelina: “Mi mamá compraba de la panadería donde él era chofer de reparto, así nació el amor entre ellos. Ella tenía 17 años, y al mudarse a la Argentina se casaron y nos tuvieron a mi hermano y a mi”.

Teodoro hijo no conoció a su papá. Supo de las conversaciones que le llegaron que era un "hombre correcto, un buen padre" y que al llegar de su trabajo "se dedicaba a arreglar cosas y a jugar con mi hermana". También lo conoció más por una anécdota familiar: "Mi abuela materna al principio no estaba a favor del noviazgo y -como era muy común en el pueblo en aquellas épocas- metió preso a ambos, era algo común a quien cortejaba a la hija de alguien. Supe que mi papá le cantaba 'Soy un puerto abandonado' a mi mamá de una celda a la otra".

"Mi viejo quería traer luz, agua, cloacas, camino al barrio. Quería un barrio para que todos los vecinos dejen de vivir en la miseria. Así le fue, lo secuestraron y lo asesinaron".

La situación económica empujó a la joven pareja a buscar un futuro cerca de las vías del ferrocarril en lo que luego sería conocida como la Villa 21-24. Levantaron su ranchito sobre la calle Lavardén a poca distancia de la cancha de Huracán: “Recuerdo que el tren pasaba frente a mi casa, donde yo siempre jugaba”. Marta describe un barrio popular en pañales con sus casas muy precarias, calles de tierra y el trajín de ir a buscar en baldes un poco de agua de canillas comunitarias.

-Contame cómo era Teodoro ya de adulto ¿qué sabés de él?

-Mi papá era querido en el barrio y conocido como el señor que lo arreglaba todo. Hasta hoy hay vecinos que se acuerdan de él y de mí de pequeña porque yo andaba detrás por todos lados. Instalación eléctrica, arreglos de caños, de veredas, de todo tipo de cosas hacía.

-Se comenta que era muy pintón, y a la vez firme…

-Sí, claro, así es, era muy pintón. Era un hombre muy correcto. Me acuerdo que me hablaba y nunca me levantó la mano ni la voz: ‘Vos tenés que portarte así…’, me decía. Pero yo era muy terrible, a mi mamá la volví loca. Me subía al árbol para escaparme de ella hasta que llegara mi papá de su trabajo para bajarme. ‘Martitaaaa…’, me llamaba. Era todo un señor, recto, supe que llegaba a las reuniones puntual y así se manejaba.

Si bien ambos hijos de Teodoro eran argentinos, ellos se identifican profundamente con el Paraguay: “Mi papá hablaba en guaraní, tenemos esa sangre”, resaltó. Y un dato que también es fundamental para quienes construimos en la Villa 21-24 es que la pareja Teodoro-Sebelina llegaron a estos lares hacia 1968, un dato clave como huella de los inicios de este barrio popular que es el más grande de Argentina en la actualidad.

Hacer memoria

Marta explicó que la forma en que se habían organizado en la Villa 21-24, hacia 1975, era con la conformación de una Junta Vecinal que cumpliera con esos objetivos: "Mi papá ganó las elecciones dentro del barrio como presidente de la Junta antes del golpe de Estado de 1976”. Teodoro hijo se sumó a este comentario: "Mi viejo quería hacer bien las cosas: traer luz, agua, cloacas, camino al barrio. Así le fue, lo secuestraron y lo asesinaron. Quería ayudar a todo el mundo, quería un barrio para que todos los vecinos dejen de vivir en la miseria, tenía un buen corazón".

Si bien había compañeros de la Junta con una inclinación militante, como el caso de Oscar Zalazar, Teodoro Urunaga se manejaba como un vecino más. No había detrás de sus intenciones algo más que no fuera conquistar los derechos básicos para los vecinos: "Entre las cosas que se que hacían era apoyo escolar, documentación para los extranjeros, pedían agua y luz, traían médicos y exigían una salita".

-¿Cómo fue enterarte de la muerte de Teodoro siendo tan pequeña?

-Marta: Recuerdo que uno de mis amiguitos llegó contento para decirme que mi papá había llegado a casa. Claro, una criatura que tampoco entendía nada. Y al llegar estaba el velatorio. Mi mamá me explicó como pudo. Supe que lo llevaron al Cementerio de Flores y que, como nadie más lo visitó, unos años después levantaron sus restos para llevarlo a un osario general. La bronca que tengo es que mi papá haya terminado en una especie de bolsa de residuos.

-¿Qué pasó después de su entierro?

-Teodoro: Nos tuvimos que ir de Argentina, vender todo, por miedo a que vengan los militares y nos maten a todos. Al poco tiempo falleció mi madre y quedamos huérfanos con mi hermana. Vivimos con mis abuelos en Paraguay que siempre nos hablaron bien de nuestros padres, que nos querían muchísimo, y eso nos fortalecía.

Conversar, tanto con Teodoro como con Marta, nos permite acercarnos al primer presidente de la primera institución comunitaria de la Villa 21-24. A Teodoro Urunaga Martínez, como pide su hijo Teodoro, hay que recordarlo como “un buen vecino, padre, esposo y persona". Como un hombre que “dio la vida por la Villa 21-24 sin pedir nada a cambio”. Como alguien que “entregó su vida por sus ideales y luchó para que hoy haya un lugar un poco más digno para vivir". Hasta la fecha, no hay justicia por su caso, nada pudo conocerse de los responsables directos de su asesinato.

Marta, “Martita”, quiere también traer a la memoria a Sebelina, su mamá, que falleció un 29 de octubre de 1980, todavía en dictadura, desde Paraguay. Una mujer que buscó por todos lados a su marido desaparecido y que después narró cómo reconoció sus pies en el Parque Centenario: “Nos dijo que tenía ocho tiros y fue torturado”.

Cada 29 de abril, la Villa 21-24 levanta el rostro de Teodoro a lo alto con carteles, banderas, y acaricia la consigna de Memoria, Verdad y Justicia para que las nuevas generaciones no se olviden quién era él y sus compañeros de la Junta Vecinal. "Creo que lo que dejó mi padre es el valor del trabajo, la educación, el respeto", dice Marta. Y desde el barrio su valor cobra vuelo al ser un vecino detenido desaparecido que aún hoy, casi medio siglo después, sigue uniéndonos en las diferencias en reclamo de una vida mejor.

Marta tiene un solo punto que la deja pensando, cada vez que va a una plaza y ve a los abuelos disfrutando con sus nietos. “Es una envidia sana”, subraya. “Mi papá hubiera amado a sus siete nietos, si como padre fue el mejor... ¡imaginate de abuelo!”.

  • Todas las fotos que la familia Urunaga brindó para esta nota están acá