“Hice mi libro cartoneando”
Desde la cumbia villera a la murga, Nahuel Arrieta fue hilando su escritura. Así nació “En la pared, poesía de barro”, su primer trabajo que indaga sobre las bellezas y las miserias de la villa 21-24, el barrio donde vive. “Apenas nacemos y ya nos dispara el río”, dice y el destino de contaminación y plomo se clava en prosa.

Nahuel Arrieta fue acunado con el arte. Su padre Julio, un referente de la Villa 21-24, llenó la olla con su trabajo cultural desde los 90, y por ahí correteaba Nahuel que ahora tiene 36 años y lanzó su primer libro “En la pared, poesía de barro”. La pregunta disparadora, entre tantas, fue: “¿No tengo derecho a ser escritor también?”. De su propia historia, entre los juegos del basural, el trajín de la vida, la murga, la cumbia villera y la insaciable curiosidad, fue orfebre de su tesoro escrito: “Hice mi libro cartoneando”. Nos invitó a conocer sus páginas más allá de la industria de las editoriales: dibujado, agujereado y quemado por sus propias manos.
“¿Ven? Todo este espacio que hoy es la Villa 21-24 y Zavaleta antes era un descampado o un tiradero de basura, ‘La Quema’. La necesidad y el trabajo en distintas zonas hizo que las familias se instalaran para construir lo que ven hoy: lo precario. De algún modo quise la misma sintonía en mi libro. No sé realmente si respeto o no la estructura de una poesía según las academias. Lo que van a leer es una necesidad espiritual mía, estomacal. Algo así como mi propio rancho de poesías con lo que había, como el barrio, de manera amorfa”.
–Escribís desde la Villa 21-24, ¿qué ves ahí?
–Veo al barrio en medio de una crisis nacional y global. No solamente desde lo socioeconómico. Hay una crisis colectiva de amor y de sentido comunitario. Mucha apatía, el no me importa el otro. Siento que el barrio se está desdibujando. No encuentro esa voluntad general del sentido de pertenencia, de defender la villa como una identidad, se salva el que puede.
–¿Cuándo te empieza a resonar la escritura?
–Mi maestra me regaló “Mi planta de naranja lima”, de José Mauro de Vasconcelos. La lloré, me reí, moqueé como un salame hasta el final. Sus referencias con la pobreza me hicieron sentir eso. Pero, en realidad, lo que me atrapa de la escritura es su musicalidad.
–¿Dónde encontraste esas primeras musicalidades?
–En la cumbia villera. No quería escuchar tanto al rock o al tango, que a mi papá le encantaban. Siempre fui “berretinudo”, rebelde. “Somos los dueños del pabellón”, expresa una postura sobre la violencia institucional. “Quieren bajarme y no saben cómo hacer”, muestra una crítica desde la cuestión de clase o racial. Con palabras muy simples pero que me interpelaba.
Nahuel hizo la secundaria en “La Libertad”, la Técnica 14 en Barracas. A unas quince cuadras de la 21-24, las diferencias sociales se acentuaban mucho: “Yo venía caminando: flaquito, zapatillas, visera. Las señoras escondían sus carteras al vernos salir del colegio, por las ideas que circulan de nosotros. Luego, al llegar a la plaza que está sobre la Av. Vélez Sarsfield la policía nos paraba seguido, nos revisaba la mochila”. No es sorpresa que la cumbia villera le llegara con sus letras, al corazón.
–¿Cuándo llegó la escritura?
–Me crié con el bombo y el platillo de las murgas. Tenían esa perspectiva crítica de la vida que me gustaba mucho. Podíamos criticar al gobierno, desde lo que se vivía en el barrio. En ese momento empecé a jugar con mis primeras narraciones, canciones, que se combinaban con las cumbias. Pero jamás pensé en un libro.
Poesía de barro
Nahuel nos contó que la Casa de la Cultura, epicentro cultural de la 21-24, está rengueando y se sostiene mucho por la voluntad de sus trabajadores. Él fue un laburante de ese espacio y resalta el auditorio que está ahí, pero con poco uso. “Está vaciándose cada vez más”. Cuando lo echaron, en el macrismo, vendió tortas fritas. Ahora se dedica a lavar colectivos y autos en un lavadero hasta las 17hs. “Vengo rajando, me tomo unos mates, escribo algo de mi poesía y después me voy al Profesorado Pueblos de América donde estudio, me faltan dos años para ser maestro”, dice contento. Sus tres hijas, su compañera, son quienes acompañan su aventura loca de sacar este libro. “Me dijeron que estaban orgullosas de mí y me pone muy contento esas cosas. El proceso en sí es un quilombo. Estuve cartoneando mucho para llegar a los resultados e imprimir todo”.
–¿Cómo fue el click?¿Te despertaste un día y dijiste ‘quiero un libro’?
–Hice mi libro cartoneando. El anillado, el diseño, las impresiones fueron parte de mi manija y ansiedad. No fue tan pensado como otros libros comunes. Fui elaborando mis ideas, arreglando mis textos en el celular. Y un día pensé, “¿Y si lo hago? ¿No tengo derecho de ser escritor también? Al final… todos los libros son de cartón”.
Es viernes 8 de agosto. El país es un quilombo. Milei anuncia una serie de medidas en forma de amenaza contra todo acto del Congreso que busque mejorar la situación social de los vecinos como Nahuel y sus familias. No hay nada lindo. Esta semana reprimieron discapacitados, jubiladas, hubo una marcha enorme pidiendo pan, trabajo, tierra, techo por el día de San Cayetano y otra masiva que exigía el fin de la masacre de Palestina. En ese contexto, en el Espacio Pasco, por la noche hay una buena noticia. Porque de eso también se trata “En la pared”.
Nahuel invitó a artistas del barrio, como la joven chelista de la Villa 21-24 Emilce Barrios, el rapero Jona Bogado, el dibujante Luis Giménez, las historietas de Zamba de Lugano, el cantautor Pulga Osorio, los murgueros Chama Segovia y Cristian Arrieta, la música de Gustavo Carreras, de Etiqueta Rock and Roll. Y el abrazo del Padre Toto de la Iglesia Caacupé, del histórico militante Mario Gómez y de estudiantes y docentes del profesorado.
“¿Por qué invité a estos artistas? Porque en los escritos van a encontrar palabras que ya están hechas, están vivas en el barrio y las acomodé un poco para contar lo que veo. Cuando vas caminando por la 21 no ves soledad: encontrás música, la vecina tomando mates, los pibes en la esquina. Eso en hojas, en ideas, se traduce en invitar a más gente a mi locura”.
“Quiero que al hojear mi libro metan un rato las patas en el Riachuelo”, dijo Nahuel en el escenario. Y algo así hicimos con esta nota. Pisar un rato el Riachuelo, flotar, nadar en los ojos del pibe que espía en la tapa del libro, en las rajaduras del cartón que simulan los ladrillos, los tiros hechos a lápiz en la portada y la quemadura del encendedor como “lo que queda en los corchazos”. La primera poesía al abrir el libro “Plomo en Sangre” es la antesala de la resiliencia, la resistencia, de los dolores. Nahuel dice, con mera perspectiva artística y no necesariamente desde el pesimismo: “En la villa estamos condenados al plomazo. Si no es de la gorra, nos comemos literal el plomazo directo al estómago al tomar agua. Apenas nacemos en la 21 y ya nos dispara el río”.