La desigualdad tiene forma de agua

Un relevamiento volvió a dar precisiones sobre un drama que no se resuelve en la villa 21-24: la mitad de las familias que viven en el sector Tierra Amarilla no tienen acceso a este derecho básico. Inundaciones, afectaciones en la salud y gastos altísimos en agua envasada y en bombas de presión son algunas de las consecuencias.

La desigualdad tiene forma de agua

Cuando se piensa en darse un lujo, seguramente para pocos habitantes de la Ciudad de Buenos Aires esto signifique abrir la canilla o la ducha y que de ella salga agua. Sin embargo, para los barrios populares del distrito más rico del país, lo es. El drama de la falta de acceso al agua es uno de los mayores exponentes de la desigualdad en la sociedad.

Si bien la situación desgraciadamente no sorprende a nadie, un nuevo informe volvió a traer datos sobre la problemática, que a pesar de ser una de las más denunciadas por les vecines, se mantiene presente y avanza en la Villa 21-24. El último documento, titulado “Acceso desigual al agua”, lo publicó la ONG Sumando, en marzo de 2021, en el marco de las acciones por el Día Mundial del Agua.

El informe se propuso reparar en las formas en las que se expresa la falta de acceso al agua en la cotidianeidad, por lo que tomó testimonios de sus habitantes durante el segundo semestre del año pasado, en plena pandemia. Lo hicieron con dos ejes, por un lado, los hogares del sector del barrio llamado Tierra Amarilla, con unas 40 familias en total y por otro, una veintena de comedores y merenderos comunitarios, que deben sortear esta dificultad para dar alimento a la mayoría de la población. Casi la mitad de los entrevistados (el 48%) no tiene acceso al agua.

Además, el documento da cuenta de la desigualdad en la distribución del agua en la propia villa, donde conviven sectores como el Camino de Sirga, con obras avanzadas, con otros sin conexión, o con conexiones informales como Tierra Amarilla.

Los datos

El informe precisó que el 70 por ciento de les habitantes de Tierra Amarilla vive en grupos de cuatro o más personas. El detalle, que podría ser menor, se acrecienta si se tiene en cuenta que a más personas residiendo, más se utiliza el baño. Peor aún, poseer un inodoro en el hogar no es indicio de total salubridad, ya que 3 de cada 4 casas debe hacer la descarga mediante baldes, y solo un 24% posee mochila para hacerla de manera mecánica.

Vinculado con esta cuestión surge la problemática de las inundaciones: el 66% reconoció que sufrió inundaciones en su barrio, producto del taponamiento de las precarias cañerías. A esto se suma la cámara de inspección como destino del 60% promedio del agua proveniente de inodoros o bachas, que provoca que el agua de pasillos y zanjas del barrio sea servida.

La presión de agua es otro inconveniente derivado de la falta de acceso. Se origina en una de las formas que tienen les habitantes de los barrios populares para llegar al agua: colocar bombas manuales que “chupan” el agua de los caños. Como esta práctica se masificó, se agota el agua corriente, por lo que la presión que llega es mínima. La falta de presión fue reconocida por un 38 por ciento de las personas encuestadas.

De acuerdo al informe, el 72% logra acceder a este servicio por contar con la conexión en sus hogares o derivados de un vecino/a que lo tiene. Casi un cuarto, por el contrario, debe comprar el agua envasada, con el gasto que ello significa, y algo más del 4% junta agua en botellas o baldes en los momentos del día en que la presión es mayor.

Una situación que se repite

Si bien este artículo contiene la actualización estadística, bien podría haber sido escrito hace años. Para quienes viven en Villa 21-24, el drama está presente hace tiempo, pese a las reiteradas promesas de obras por parte de la Ciudad o de mayor inversión en infraestructura de AYSA, empresa a la que el 82% de los encuestados reconoce como responsable de esta situación.

Este periódico dio cuenta en distintas ocasiones acerca del impacto de la carencia de este servicio en la vida cotidiana. No solo por la incomodidad de llevar a cabo muchas de las actividades básicas como cocinar o higienizarse, sino porque las alternativas para acceder al agua tienen peligrosas consecuencias. La acumulación en baldes es un criadero de dengue en verano, y el no tener una red acuática deja expuestos a sus habitantes a no poder sofocar cualquier incendio incipiente.

En un barrio en el que conviven cerca de 60 mil personas con otras falencias estructurales y condiciones de hacinamiento, las enfermedades como consecuencia de la falta de agua son muchas. Problemas gastrointestinales y dermatológicos son los principales síntomas que el 13% relaciona con la mala calidad del agua y las dificultades en el acceso de este derecho básico.

Detrás de todos los datos, y de esta realidad, hay nombres, hay familias y hay tragedias cotidianas que describen de la manera más dura la situación. Como el caso de Gilda Olmedo Cañetes, vecina del barrio fallecida en 2018, electrocutada mientras intentaba que no se le inunde la casa. Frutos de la desigualdad que supimos conseguir, a 15 minutos del Obelisco.